Es media mañana cuando recibo una llamada desde un número desconocido.
“Hola, soy Pablo, ¿no habíamos quedado?”. Es
Pablo Cobo, más conocido bajo el nombre artístico de
Chico Blanco. Mi intención es aprovechar un viaje de trabajo a Berlín para entrevistarle a tenor de su reciente EP
“FOREVER 21 (VOL.1)” (Mareo, 2023). Pero ha habido una confusión y resulta que mi viaje es una semana después.
“No pasa nada, aprovecho para ir al ‘gym’, que lo tengo al lado. Y nos vemos la semana que viene”.
Así que nos vemos justo siete días después. Pablo me ha citado en un bar que está cerrado y, mientras lo espero, empiezo a dudar si se estará vengando por lo ocurrido hace una semana. Pero para nada. Bajo la ligera llovizna que está cayendo sobre un Berlín grisáceo que casi ha olvidado la luz del sol, Chico Blanco despliega su simpatía andaluza desde el momento en que nos encontramos y me lleva a otro bar cercano en el que yo me pido un
flat white y él un
matcha latte. Lleva una camiseta negra de adidas con manga larga ancha y una gorra roja de Berlín, y sufro porque ese es un combo perfecto para una persona tímida que quiera esconderse bajo el ala de la gorra o dentro de la manga ancha.
Pero Pablo no es tímido. Ni se esconde. Algo que ya se intuye en la música que practica desde
“Gominola” (Autoeditado, 2020), el EP que lo lanzó a la fama y que asentó las bases de un sonido que alterna las ganas de jarana, baile y fiesta con la introspección de bajuna. Basta hablar cinco minutos con él para darse cuenta de que Cobo vierte sobre sus canciones una visión hedonista de la existencia. Habla como quien escribe en Twitter, a veces buscándole sentido al caos, a veces a golpe de titular. Se ríe con una risa blanca, tan blanca como su nombre artístico y como esas risas que son una luz capaz de invadir con buen rollo a quien escucha. Y, sobre todo, es imposible aburrirse hablando con Chico Blanco.