Roberto Carlos Lange: sencillez y magia. Foto: Sergio Albert
Roberto Carlos Lange: sencillez y magia. Foto: Sergio Albert

Concierto

Helado Negro, recuerdos del pasado y del futuro

Una semana después de anunciar su nuevo disco, “PHASOR”, Helado Negro está de gira por nuestro país. Madrid (dentro del ciclo Momentos Alhambra) ha sido la segunda ciudad en la que el músico estadounidense de origen ecuatoriano ha hecho parada –tras actuar en Vigo– ayer lunes. Hoy tocará en Sevilla. Sus destinos en noviembre serán Málaga (1), Alicante (2), Valencia (3), Barcelona (4) y Zaragoza (5).

31. 10. 2023

Anoche, la sala Mon de Madrid se convirtió en atrezo de una novela de realismo mágico. Roberto Carlos Lange, cabeza de Helado Negro, dio un concierto sencillo y noble, sobrio en actitud e intención, que basculó entre el dreamwave y la fiesta tropical. Así, en víspera de la Noche de Muertos, en la sala de Moncloa ya se percibía el ambiente onírico y espiritual de cuando se abre un portal hacia otra dimensión, más cercana a la mística tradicional que al sinsentido en que se ha tornado la celebración.

La de Lange es una timidez carismática: poco antes de aventurarse con “Purple Tones”, el primer tema del setlist, recuerda con timidez que pisó la ciudad hace algo más de un año y agradece el esfuerzo por haber salido de casa un lunes. Es difícil descifrar si el público es extremadamente respetuoso con el artista y quiere mimetizarse con su atmósfera o si, por el contrario, el silencio es fruto de la necesidad de su modestia. En cualquier caso, la prudencia solo duró hasta la segunda canción: aunque “Far In” (2021) ha sido su último trabajo, solo “Gemini And Leo” parece haber trascendido simbólicamente con el paso del tiempo. “Gemini and Leo dancing on the floor all night” fue una de las frases más coreadas de toda la velada pese a su aparición temprana, añadiendo un nuevo componente esotérico dentro del cóctel y haciéndose eco de la supremacía astrológica incluso en las generaciones más maduras (target principal del músico, en una sala en la que un grupo de jóvenes bajaba la media de edad). Durante la primera etapa del concierto, y bajo algunas de sus canciones más joviales, se puso de manifiesto que la levedad de su discurso es radicalmente opuesta a la decisión de su movimiento: Lange se expresaba a través del baile por todo el escenario, con la seguridad de quién no siente vergüenza por fallar y, paradójicamente, con una técnica más que correcta.

Así, el concierto pudo dividirse en tres bloques bien diferenciados: la primera pausa tuvo lugar durante “Aguas frías”, en la que la sencillez se alzó hacia su máximo exponente, dejando prácticamente desprotegidos a Lange y su guitarra (sus músicos, Andy Stack y Jason Nazary, habían sido presentados por el líder previamente, de modo que este pequeño interludio pareciera un ecuador final). El segundo bloque, por su parte, fue un caldo de cultivo de recuerdos del pasado y experiencias del presente: “Hay cosas viejas que parecen nuevas, y cosas nuevas que parecen más nuevas aún” fueron las palabras que pronunció el estadounidense de origen ecuatoriano entre “Are I Here” –canción que está a punto de cumplir una década– y el single más reciente de su nuevo disco, “LFO (Lupe Encuentra a Oliveros)”: la carta de amor del autor hacia Lupe López, mexicana que desempeñó un papel crucial en la construcción de amplificadores Fender, y Pauline Oliveros, compositora minimalista de la vanguardia americana. Entre otras cosas, contó que “PHASOR” verá la luz en febrero, aventurando así una nueva gira española sin contenido diferente.

Recuerdos y experiencias. Foto: Sergio Albert
Recuerdos y experiencias. Foto: Sergio Albert

De vez en cuando, entre las viejas y nuevas memorias, se infiltraba el repaso de algunos acordes, el favor de la paciencia y la gratitud por permitirle algunos segundos de práctica previos: ya sea por llevar décadas sin tocar algunas canciones o por haber tocado otras menos de una decena de veces, la cabeza de Lange proyectaba hacia el espectador recuerdos distorsionados de aquí y de allá. Así, tal y como él mismo afirmó, en lo ascético de la velada también aparecieron algunas reminiscencias en forma de déjà vu, si bien se apreciaba en momentos puntuales la falta de compenetración a la hora de interpretar algunas piezas del repertorio.

La estética naturalista, folk, luminosa y de tonos cálidos era reforzada por los visuales: una gran pantalla se encontraba dividida en dos y en cada una de sus mitades se proyectaban imágenes borrosas de colores tan nítidos que parecieran pantones. El horizonte entre ambas proyecciones a veces basculaba hacia la derecha, como una línea cronológica que avanza de forma ininterrumpida y que de vez en cuando retrocede al olvidarse de algo. En cualquier caso, la iluminación del concierto fue otro de los puntos donde se demostró la cercanía y calidez de Helado Negro: en más de una ocasión, público y banda se encontraban en el epicentro de un claro, alumbrados a partes iguales con el fin de difuminar los papeles de productor y consumidor.

Por tanto, fue el último bloque de contenido el que descuadró, más por ejecución que por intención, con respecto a los anteriores. “País nublado” apareció en vísperas del final, cuya simulada espontaneidad se trasladó a la ausencia de visuales, al menos durante la primera mitad del tema. Desde lo complejo que puede resultar despojarse de una tradición, los pilares que sostenían la franqueza y la honradez sobre las que el concierto se había sustentado parecían resquebrajarse con la llegada de los bises, actuación algo fatigosa y premeditada sobre aquel espacio tan íntimo. Pese a ello, la magia nocturna se recuperó rápidamente tras un par de versos y los bailes tan característicos de Lange: los suyos sí que son los pasos prohibidos. ∎

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