El proyecto folktrónico de la artista malagueña Soledad Sánchez Parody llega a un fascinante cuarto capítulo con “Remedios”, un álbum para chapotear en la distopía y fantasear con el posapocalipsis, que cuenta con la coproducción del brasileño Kiko Dinucci, la trompeta de la italiana Ersilia Prosperi y las colaboraciones de Miguelito García aka Dandy Piranha de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Puttaneska, la Fanfarria Transfeminista de Madrid y Julián Mayorga.
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on tanto frenesí posmoderno parece que ha pasado un mundo, pero no hace tanto tiempo que artistas como Le Parody se sentían “completos ‘outsiders’”, así lo describe ella, cuando liberaban sus discos en un ecosistema musical donde el público todavía tenía “otros intereses más anglosajones, por decirlo de alguna manera”.
A Soledad Sánchez Parody (Málaga, 1985) le pasó con los dos primeros, “Cásala” (Autoeditado, 2012) y “Hondo” (Warner, 2015), pero para el final de aquella década las cosas ya habían cambiado y los atrevimientos folcloristas no solo se habían normalizado en el ámbito del pop y la electrónica, sino que eran tendencia. “A partir de ahí por fin empecé a sentirme parte de algo, que además el público ya sí pedía. Fueron surgiendo compañeros como Califato 3/4, que ahora están supersolicitados, Rocío Márquez y Bronquio, que me parecen alucinantes e hice una colaboración con ellos, o Rodrigo Cuevas, que lo peta teniendo su base de operaciones en una aldea asturiana”, afirma la artista andaluza en referencia a la época en la que se gestó “Porvenir” (Gran Sol, 2019), el disco que más aplausos le ha traído hasta la fecha.
A esa lista se puede añadir a Baiuca, a La Plazuela o a la catalana Maria Arnal, “con quien tuve un contacto bastante fluido que me gustaría retomar”, cuenta Soledad, que ahora surfea esta nueva ola de electrofolclore sin miedo a que se convierta en algo pasajero, “porque aunque todo lo que se pone de moda tiene sus ‘aprovechaíllos’, eso siempre será mejor que seguir escuchando a gente española cantando en inglés”, asegura. De ahí, de la confianza ciega en la raíz y en el alma, ha sacado la inspiración para crear diez impresionantes piezas que saltan de una región a otra, de un género a otro, con la gracilidad de aquellas ardillas que recorrían el país sin tocar el suelo.
El resultado es “Remedios” (Everlasting, 2024), un disco que se ajusta a unas cuantas de las muchas acepciones de la palabra “tremendo”: formidable, imponente, digno de respeto y reverencia, pero también de ser temido. Una microcrítica que le “encanta” a su autora, que después de romper el cascarón de su Málaga natal vivió en Granada y Madrid, y ahora nos atiende al teléfono desde su nuevo hogar en un pueblecito de Ávila. “Mejor no pongas cuál, que no mola gentrificar”, ríe esta inexcusable candidata a uno de los discos nacionales del año.
Lo primero que se oye en el disco son unas campanas, con un sonido que a mí me resulta tan familiar como a cualquiera que viva o haya veraneado siempre en un pueblo.
¡Pues está grabado con un móvil! Y un móvil bastante chusco además. Lo hicimos en el barrio de Neukölln en Berlín, algo que tampoco te esperarías. Sigue habiendo campanas en muchas ciudades, pero es muy loco porque en realidad las campanadas son siempre grabaciones. Tú miras a los campanarios y las campanas están quietas mientras suenan las campanadas.
La imagen es casi una metáfora de estos tiempos.
Es una imagen triste, pero también es una metáfora que va en consonancia con el disco, lo viejo y lo nuevo…
Tu voz tiene una claridad alucinante en medio de la tormenta sónica. ¿Eso fue una piedra angular de la producción?
Pues sí, ha sido importante, muy central a la hora de hacer el disco. Tenía el deseo de cantar, casi te diría que de cantar por primera vez, y mira que llevo años en esto… En otros discos ha estado más presente la parte de electrónica y la voz formaba parte de ella. Era buscado, porque yo en ese momento estaba más en eso, pero de pronto un día, cantándole nanas a mi hija, me di cuenta de que hacía muchísimo tiempo que no escuchaba mi voz fuera de un altavoz. Y fue como que me eché de menos. Quise volver a cantar, aprender a cantar, porque tengo cierto complejo, y de hecho eso también explica que en otros discos estuviera más tapada, camuflada o maquillada, aparte de por los intereses puramente artísticos. Esta vez dije“vamos a ello”, voz cruda y además que se oiga, haciendo el juego de producción del pop en el que la voz está muy por encima del resto.
Te iba a preguntar si haber sido madre había tenido alguna influencia en el disco, precisamente.
Total. Es imposible que no lo tenga. Te pones a criar a alguien y eso influye en todo. La maternidad no es el tema central del disco, pero está ahí. Me ha cambiado la manera de escribir canciones, dejando pasar más luz y alegría… y de hecho ella suena en una canción.
Claro, la escuchamos en “PAISAJE II”.
Ahí también estuve grabando unas campanas y esta vez sí son de un pueblo, de Blanca, en Murcia, donde estuve acabando el disco en una residencia. Me llevaba a mi hija en la mochila portabebés subiendo cuestas con el móvil en la mano intentando grabar algo, y sus parloteos se metieron por ahí.
¿Qué otras cosas han seguido procesos diferentes en la creación de este disco? ¿Quizá el ensamblaje de samples, la construcción de loops?
Ha sido diferente por haber empezado al revés de como siempre he empezado. Yo siempre hacía las bases primero, después sobre eso buscaba la melodía de voz y, por último, le ponía letra. En este disco, como quería empezar por el canto, lo primero fue escribir. Siempre que leía sobre los procesos de composición de los raperos, con tanto texto, me preguntaba: “¿Y cómo harán estos para convertir eso en una canción? ¿Cómo le encuentran la melodía?”. Para mí ha sido como empezar por el tejado.
¿Te has divertido más haciéndolo así?
No sé si “divertido” sería la palabra, porque ha sido más difícil. A mí me gusta trastear con los cacharros y el ordenador primero. Empezar con la voz, así en crudo, ha sido como más sensación de folio en blanco.
Las trompetas son clave en el disco, ¿qué tienen de especial para ti?
Hay dos razones. Por un lado, tenía como fuente de inspiración la Semana Santa andaluza. Ahí no descubro ni hago nada nuevo porque está todo el mundo con esto ahora (lo dice entre risas), pero tiene mucho que ver con lo que yo quería contar, entre lo apocalíptico y lo festivo, porque musicalmente son marchas militares pero aplicadas a una fiesta muy loca, muy desgarrada. Yo quería esa vibra, tambores, trompetas… y tenía ganas de ir en directo con la trompeta. Como llevo tanta base programada, tanto sample, tanto cacharro, a veces me veo un poco sola y pensé: “Joder, la trompeta se parece mucho a la voz, la laringe, el diafragma, tiene una frecuencia parecida… es como ir con coros”. En directo, con el contraste de la base electrónica con la parte humana, casi de banda callejera, se monta una cosa muy curiosa. Habrá dos trompetas haciendo armonías, así que seremos tres.
Me han llamado la atención varios versos, como “qué monstruosa es la prisa y la protesta qué mansa”. O el que dice: “Tengo negra la boca, quemá de tanto gritá y no me oían, ¿será que dije las verdades más peligrosas mientras dormían?”. Estuviste bastante conectada con el 15-M, ¿verdad? ¿Qué te ha parecido cómo ha “acabado” todo?
Así es, sí. Obviamente todo ha acabado fatal, y en el disco también lo reflejo, incluyendo la autocrítica hacia mí. Tanto que dijimos y al final no ha pasado nada… ¿A qué público estaba yo declamando consignas? Pero es que el 15-M fue tan gordo que nos cascaron la Ley Mordaza. Ha salido mal porque salió muy bien. Con todo el aparato del Estado en contra, es imposible.
La cloaca llegó a niveles que nadie supo prever.
Total. Y también las multas para frenar el activismo, que a veces llegaban a los treinta mil euros. En general fue tan gordo que para frenarlo se hicieron cosas muy locas que antes ni te imaginabas. La putada es que después no ha habido imaginación ni herramientas para seguir luchando. Y así estamos.
En “Virtudes” hay un subtexto sobre la misoginia que, después de años de avances, se enarbola desde la extrema derecha casi como un acto de rebeldía contra lo que consideran “el pensamiento único de lo woke”. Lo cual es también casi distópico.
Forma parte de lo mismo, de una contestación a un movimiento que ha sido fortísimo. Ante grandes avances y grandes logros siempre hay reacciones que ponen las cosas un poco peliagudas. Tengo un pesimismo ahí arraigado, pero, bueno, por no quedarnos en lo catastrófico, a nivel musical, la cantidad de tías que hay ahora haciendo música muy friki a su bola y que lo peta es increíble.
En “Se clavan” y en “PAISAJE III” suenan los ritmos de Semana Santa que mencionabas antes. A mí me parece una fiesta fascinante, pero ¿cabe plantearse la pregunta de si reivindicar la Semana Santa es, y aquí voy a utilizar una palabra que no me gusta especialmente, “blanquear” un catolicismo que ha tenido a la mujer oprimida durante muchos siglos?
Pues esa es una pregunta muy legítima. Pero a mí me pasa algo, y aquí me voy a poner muy andalucista, y es que me sale el tópico de que la Semana Santa no se entiende si no la vives, si no estás dentro de esa cultura. Y yo no soy nada “capillitas”, ¿eh?, a mí me gusta por el folclore y por la música. No soy devota. Pero hay mucha gente atea a la que le mueve casi como si estuviera en una rave, creo que por un cierto politeísmo raro que pervive en Andalucía por la cantidad de mezclas religiosas y culturales que ha habido allí. Yo no lo llamaría blanqueamiento, y de hecho la Iglesia siempre se queja cuando alguien mezcla el catolicismo con el pop.
Esa mezcla en realidad llegó hasta Madrid, donde se ubica la canción “Nanas de Mayrit”. ¿Qué cosas de la ciudad te recuerdan a Andalucía y por qué has acabado yendo al campo?
Respondiendo a la primera pregunta, pocas, muy pocas. De hecho es algo que quería reflejar en el disco, porque he estado la mitad de mi vida allí. Llegar fue un gran choque, y lo siguió siendo durante mucho tiempo. Es como una ficción, y aquí a lo mejor me meto en un berenjenal, pero hay muchas diferencias culturales, en la manera de vivir, en la manera de estar, aunque seamos del mismo país. Me he adaptado perfectamente a la ciudad, pero me he ido porque ya no podía más con tanto cemento. Ahora siento amor-odio hacia Madrid. Amor por la gente que resiste allí y odio por la cementera, por el erial de hormigón en que se está convirtiendo, ahora más con tanta tala de árboles. Y ahora, con una hija… Madrid te expulsa. O eres un cuerpo joven e hiperproductor y generador de mucha pasta o… Es una putada porque allí se junta mucha gente diferente, hay un millón de cosas interesantes, pero hay que intentar vivir un poco bien. ∎
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