Ghost, espectáculo a plena luz . Foto: Marina Tomàs
Ghost, espectáculo a plena luz . Foto: Marina Tomàs

Festival

Primavera Sound (1 de junio): jugando al post-todo

La primera jornada grande de Primavera Sound en Barcelona fue estimulante en su eclecticismo genérico –de la manufactura metálica a la virguería pop, pasando por diferentes aleaciones hip hop y distintas aproximaciones al ruido, además de actualizaciones del universo cantautor y del pop para todos los públicos– y permitió disfrutar de vistas panorámicas al inabarcable y cada vez más fragmentario paisaje de las músicas populares contemporáneas.

02. 06. 2023

Alex G

La apertura de Alex Giannascoli a nuevos horizontes –como los textos interesantes en “God Save The Animals” (2022)– se ha producido no solo sin malograr sus virtudes musicales centradas en un sonido –entre slacker y casual– envolvente, sino reforzándolo. En el festival, en el escenario Santander, no obstante, apuesta por algo más grueso y contundente, especulando con lo disperso solo durante un par de temas a mitad del set. Antes ya dejó constancia de la solidez de este tan económico como estupendo cuarteto del último disco, sea por la energía de la percusión como por la sobriedad de la a ratos acerada y mordaz guitarra de Samuel Acchione, con “Runner”, “Hope” o “Bitterness” destacando. El concierto se anima considerablemente con la presencia en “Mission” de los coros de Caroline Polachek –no es la primera vez estas semanas– y Maya Laner, esta última en su día bajista de Porches. A partir de ahí se sucede un cóctel diverso y entretenido donde cabe algo de thrash, redobles voluptuosos, pulsos secos y firmes y guitarras cristalinas puntuales. Siempre siguiendo el hilo conductor de “God Save The Animals”. David S. Mordoh

Alex G: nuevos horizontes. Foto: Marina Tomàs
Alex G: nuevos horizontes. Foto: Marina Tomàs

Amenra

Después de la comunión para todos los públicos que fue el concierto de Ghost, o la constatación de cómo el heavy metal puede declinarse en todos los géneros de pop-rock mainstream, la comparecencia de Amenra en el escenario Dice nos recordó que también es un género oscuro, incómodo y vanguardista. En la esquina más recóndita del festival, la banda belga de post-metal arrancó el concierto con la monumental “Boden”, una elegía funeraria que empieza con un murmullo y acaba como un paso de Semana Santa en versión doom. La música de Amenra tiene una premisa básica: capturar el dolor de la existencia. Para ello, se valen de una espiral de capas superpuestas de guitarras y una ralentización del ritmo que tiene un pie en el post-hardcore y otro en los metales más oscuros. Durante una hora –rodeados por conciertos de k-pop y afropop–, los belgas cavaron una ciénaga abismal de música visceral y opresiva, con dosificados momentos de calma y melancolía, como “A Solitary Reign”. Remacharon el último clavo de la cruz con “Silver Needle Golden Nail” y la constatación que la catarsis y la trascendencia siguen presentes en el heavy metal. Ricard Martín

Amenra: metal incómodo. Foto: Óscar García
Amenra: metal incómodo. Foto: Óscar García

Antònim

Con algo de retraso, tal vez debido a ajustes técnicos, empezó la banda barcelonesa en el escenario Amazon Music. Unas cenefas de guitarra estelares avisaron que seguramente iba a prevalecer el olfato pop de Ton Llevot sobre la electrónica de Maxi Ruiz. En parte así fue, pero decantándose por una electricidad más tórrida tipo The Jesus And Mary Chain. Incluso se hizo un guiño a Jaime L. Pantaleón –en el pasado socio de Maxi– para finalmente rematar con una suerte de cumbia rebajada en la que consiguieron un epílogo interesante entre lamento vocal y palmas. David S. Mordoh

Ton Llevot y el olfato pop de Antònim. Foto: Marta Vilardell
Ton Llevot y el olfato pop de Antònim. Foto: Marta Vilardell

ascendant vierge

A primera vista, ascendant vierge podría parecer ese grupo que quieres que gane Eurovisión y que nunca lo consigue: una fantasía de cantaditas noventeras y hardcore maximalista con alta tolerancia a una hierática teatralidad, que te lleva inmediatamente a alguna oscura y alucinógena macrodiscoteca centroeuropea como la Ambasada Gavioli. Nada más lejos y a la vez más cerca de la realidad: el dúo formado por la cantante Mathilde Fernandez –militar comandante en la maestría de ceremonias de alguna rave en una catedral abandonada– y el productor Paul Seul –mítico cofundador del colectivo Casual Gabberz– abraza una musical extravaganzza, fusionando el pop gótico y lo lírico con el apocalipsis gabber, en una especie de ceremonia ritual del hardstyle, narrada siempre entre el bondage y un bombo ultradistorsionado, machacón y siniestro. Estrenaron tema nuevo en el escenario Dice, se abandonaron a momentos más cannábicos estimulados por subgraves post-trap, retumbones, y llegaron a invocar mediante el embrujo de su sonido una sólida masa de humo que todavía, horas después, zumbaba en lo más profundo de mis oídos. Diego Rubio

ascendant vierge: teatralidad. Foto: Sergio Albert
ascendant vierge: teatralidad. Foto: Sergio Albert

Blackhaine

El inclasificable Tom Heyes ofreció una de las interpretaciones más conceptuales del festival, acercándose a una visceral performance digna de un museo en el escenario Stone Island Sound del Warehouse. Después de trastear con su mesa de aparatos para preprogramar sus bases, se zambulló en una alargada purga sensorial micrófono en mano, su cuerpo contoneándose por el escenario mientras exorcizaba palabros ininteligibles con un griterío tan salvaje que erradicaría las cuerdas vocales de la mayoría de mortales. El espectáculo incluyó constantes flashes de luz intermitente –que mostraron la agonía corporal del británico como una moviola macabra de escasos fotogramas por segundo–, así como una bruta fumigación de humo blanco que llenó todo el espacio de una inhóspita neblina. Cuando su sombra no emergía y desaparecía en la nube de gas, el ominoso Heyes iba personándose entre el público, rugiendo entre tambaleos. Aunque el caos sónico se basó en el ruido informe, incluyendo unos graves revienta-tímpanos, cuajaron algunos instantes más “musicales” en los que el artista perfiló un rapeo relativamente ortodoxo por encima de durísimos beats de corte industrial. En su totalidad, una experiencia-taladro que logró un inusual ambiente asfixiante, pero quizá fue de una intensidad demasiado poco calibrada y en exceso reiterativa. Xavier Gaillard

Blackhaine: el buen caos. Foto: Óscar García
Blackhaine: el buen caos. Foto: Óscar García

Boris

Tras el divertido e infantil teatro metálico de Ghost, lo de Boris en el Auditori Santander venía a ser algo así como el terror de lo real. Los nipones, alumnos aventajados de Acid Mothers Temple y Merzbow, prepararon un menú picante a base de grumos sludge, espuma de drone-metal y cogollos de noise lisérgico que no tardó en poner a todo el público en pie para celebrar una orgía de ruido y distorsión. De repente, un piano interrumpe el espacio sonoro, se hace el silencio y un grito agónico-afónico parece anunciar la catarsis final. Una nube de humo invade el escenario y las vandálicas hordas de Tokio hacen mutis dejando en el público la sensación de haber asistido a una representación de los estados alterados del ruido. Ruido que contamina/ruido que cura. Ruido por encima de nuestras posibilidades. Luis Lles

Boris: lisergia noise. Foto: Jordi Vidal
Boris: lisergia noise. Foto: Jordi Vidal

Central Cee

Irrumpió con veinte minutos de retraso, justo cuando Rema había terminado de abrochar su concierto en el contiguo escenario Amazon Music con su celebérrimo “Calm Down”, pero tras el calentamiento de cinco minutos de su MC, Central Cee solo tardó segundos en meterse en el bolsillo a un público de mayoría británica sobre la tarima del Ron Brugal. Y la verdad es que tampoco pareció estar tan lejos del afropop cuando abordó “Overseas”, de D-Block Europe, con las voces grabadas de la crew del sur de Londres y ese fondo de palmeras. Al igual que corteja el mainstream con “Let Go”: el de Shepherd’s Bush seguramente sea ahora mismo el más brillante eslabón de esa saga que empezó con Dizzee Rascal y continuó con Skepta o Stormzy, pero amplía el campo de batalla que trazaron todos ellos. Y hace bien en celebrarlo. Carlos Pérez de Ziriza

Central Cee: instantáneas londinenses. Foto: Jordi Vidal
Central Cee: instantáneas londinenses. Foto: Jordi Vidal

Chaqueta de Chándal

Embutida en el escenario The Vision (“el lumpen-Pull and Bear”, según el teclista y vocalista Guillem Caballero, el escenario más “apocalíptico” del festival: “cambio climático, isla artificial, etc.”), la banda barcelonesa hizo patente –incluso más que en los discos– su inventiva a la hora de trascender los meros ganchos melódicos y las letras jocosas para ensayar un refrescante experimentalismo kraut y noise pop. A pesar de la patente actitud slacker, fue precisa la ejecución de temas como “El amigo del mal” o “Tutorial para villanos”, bien condimentados con arrebatos de trompeta. Contrastando con el delicioso pasotismo escénico del sardónico Caballero (generador de agudos desvencijados, ametralladora de chascarrillos), relució la alegría de Natalia Brovedanni a la guitarra, brincando con una imborrable y adictiva sonrisa cual Kim Deal argentina. Xavier Gaillard

CHICA Gang

Rocío y Alba, el dúo conocido como CHICA Gang, a su vez parte de la plataforma de artistas y fiestas electrónicas feministas CHICA, comenzaron un set electrónico de sonidos sorpresivamente clásicos, pero esa sensación duró poco. Conforme los temas iban pasando sobre el Pull & Bear, el asunto iba ganando en BPMs, descaro y diversión. El techno y los guiños trance y house dejaron espacio a temas intencionadísimos como “Tearin’ Up My Heart”, de NSYNC, o “Short Dick Man”, de Gillette. Fiesta, sorna y mensaje, exactamente lo que se esperaba de ellas. Tamara G. Cascales

CHICA Gang: fiesta y mensaje. Foto: Marina Tomàs
CHICA Gang: fiesta y mensaje. Foto: Marina Tomàs

Drain Gang

No tuvieron la mayor afluencia de público, pero el colectivo-unexpected boy band británico puede presumir de unos seguidores entregadísimos, casi una especie de culto oscuro. Inundaron el escenario Plenitude con sus bases saturadas, con su hip hop ultradigital que realmente se revela como pop en estado puro, conducido siempre por la melodía y la emotividad hacia territorios bizarros sobre raíles de bombos que dan masajes. Acercándose también a sonoridades nu metal y a extremismos ciberemo entre distorsiones vocales desquiciadas, Bladee, Thaiboy Digital y Ecco2K demostraron, sobre todo, que aunque hayan dado un paso atrás en su anarquía encima del escenario y todo se sienta mucho más meditado –incluidos los momentos en los que se suben a la mesa de Whitearmor a caldear el ambiente–, no solo han conseguido no perder frescura, también parecen haber llegado a un punto en el que disfrutan enormemente de lo que comparten con su gente, gozando de una merecida consolidación más allá de cualquier fenómeno. Se fueron antes de tiempo, pero si no lo hubieran hecho no serían la Drain Gang. Diego Rubio

Drain Gang en clave ultradigital. Foto: Òscar Giralt
Drain Gang en clave ultradigital. Foto: Òscar Giralt

Emeralds

El trío de Ohio, reunido para el festival tras más de una década de silencio, impartió en el Auditori Santander una lección de tupidas texturas, pasajes narcóticos y densas atmósferas, logrando recrear con solvencia varias de sus facetas. Empezaron con el paulatino crescendo de “Disappearing Ink”, donde Mark McGuire confeccionó metódicamente una retahíla de punteos de guitarra que fue acumulándose a las fabricaciones de sus compañeros a los sintetizadores y trastos diversos –un serio Steve Hauschildt y un dramático John Elliott–, para culminar en una satisfactoria bola de ruido. La más cerebral “Does It Look Like I Am Here?” –que presentó loops de inclinación más melódica, un ritmo menos amorfo y un guitarreo emulador de los 16 bits– los condujo hacia una electrónica progresiva cercana a Berlín; “Goes By”, por su parte, se alejó del ruidismo para adentrarse en un ambient más cálido y paisajístico (sonidos fluviales pixelados incluidos). El cierre con el etéreo a la vez que sombrío “Solar Bridge” remató esta lenta inmersión en el bosque de los drones, repleta de instantes de belleza y suspense, aunque no de fácil digestión. Xavier Gaillard

Emeralds: belleza narcótica. Foto: Òscar Giralt
Emeralds: belleza narcótica. Foto: Òscar Giralt

Floweroflove

El que diga que la generación Z vive en la miseria emocional no conoce aún a esta londinense de diecisiete años de nombre artístico tan claro como sus intenciones. Con Joyce Cisse no hay medias intenciones ni mensajes cifrados. Por eso las flores de su alter ego responden a la metáfora de la belleza y el crecimiento, como demostró a su paso por el escenario Cupra. Y cuando canta “I Love This Song” es porque, efectivamente, le encanta sobremanera esa canción. Aunque todavía un poco justa de repertorio y solvencia musical, a Flowerovlove le esperan probablemente más visitas al Parc del Fòrum donde confirmar las buenas maneras que se vislumbran en un cancionero a madurar. Jorge Acevedo

Flowerovlove: flor en crecimiento. Foto: Òscar Giralt
Flowerovlove: flor en crecimiento. Foto: Òscar Giralt

Ghost

Que las hordas del antipapa Emeritus salieran en solar atardecer restó misticismo a la comparecencia de Tobias Forge y sus gules sin nombre. ¿Oscuridad? Mucha luz, más bien. La banda sueca empezó la actuación en el Amazon Music con “Kaisarion”, primera canción de “Impera” (2022), un optimista y melódico himno entre el power pop y el power metal. En edición de bolsillo, Forge planteó en el escenario un repertorio que resumió todas las facetas de la banda: empezando por la más reciente, la de fabricante de himnos AOR que podrían haber firmado Boston –resplandeciente esa “Spillways” por la que Jon Bon Jovi se daría un canto en los dientes, hoy y ayer–, pasando por su faceta de banda de versiones –“Jesus He Knows Me”, de Genesis– y, claro está, sin olvidar la de ritual satánico coreable para todos los públicos con una solemne “Year Zero”. Este fue el único momento de la noche en el que Forge asumió ropaje eclesiástico, el resto lo pasó en modo Gene Simmons en un canapé, maquillaje de cadáver y americana de lentejuelas, con un solo momento de riffeo de metal pétreo en “Mummy Dust”. Con un sonido cristalino y envolvente, hubo tiempo para el slapstick –el papa Frankenstein que sale de la nevera-ataúd y toca el saxo– e himnos dignos de Eurovisión, como “Dance Macabre”. También tuvimos la sensación de que había faltado otra hora de show y, ay, esa maravillosa versión de “We Don’t Need Another Hero” (Tina Turner) que habría hundido el recinto. Ricard Martín

Ghost: Tobias Forge, el papa negro. Foto: Marina Tomàs
Ghost: Tobias Forge, el papa negro. Foto: Marina Tomàs

Halsey

La estadounidense, sobre el escenario Santander, se mostró complacida de compartir cartel con Blur, Depeche Mode y New Order, ídolos de siempre, y lamentó no haber podido ver el concierto de estos últimos, el que la precedió justo al lado. Pero todo lo que en los surcos de sus discos –al menos el último, producido por Trent Reznor– tiene de amenazante –dentro de un orden, entendámonos, que por algo pisamos territorio vocacionalmente mainstream– en directo suena a fuego de artificio, cerca de la versión más vacua de una Miley Cyrus: véase “Gasoline” y sus llamaradas. Una sensación acrecentada por el clásico formato power trio rockero, un poco de cartón piedra. Lo que más me gustó fue, por el contrario, su tramo central, el más abiertamente pop y menos pretencioso, con “Honey”, “Bad At Love” y esa versión en clave algo más rock del “Closer” que grabó junto a The Chainsmokers, con puntual riff de guitarra intercalado que parece un préstamo directo de los Strokes de “Reptilia”. Hubiera estado bien preguntarle esta noche a Julian Casablancas. Hay en la de Nueva Jersey una indefinición y una colección de socorridos tics que no me convencen. Carlos Pérez de Ziriza

Hudson Mohawke

Flanqueado por dos peceras de luces en cuyo interior nadan los visuales, Hudson Mohawke se presenta en el escenario Plenitude para acometer uno de los muchos cierres que se suceden por todo el mapa de Primavera Sound durante la primera jornada. Algo más de una hora después, se va entre aplausos y disculpándose por no poder seguir un poco más. Lo que se encuentra entre esos dos momentos es un viaje hiperestimulante de maximalismo fractal, epicidad en corta y pega, BDSM pop y neoplasticismo musical, cubismo abstracto. Todo ello vehiculado en torno a un bombo quebradizo y seco, oscilante, cambiante y a veces también, claro, contundente. Un collage poliédrico y polícromo de hip hop abstracto y R&B deconstruido, de progressive y de hardcore, de freestyle y de footwork, que se aleja del trabajo detallado del mosaico y que abraza la saturación. Para el que se rasgan las mezclas, en lugar de recortarse. Ascendiendo siempre en intensidad, sorprendiendo con remezclas de temas recientes como “Set The Roof”, con soul vestido de jungle y maquillado con vocecitas chiptune o con versiones speed up de temas como “Call Me Maybe” (Carly Rae Jepsen), incluso deconstruyendo desde el lado radical y expresionista temas propios como “Cbat” y culminando con una recta final más brillante y emotiva, Mohawke hizo méritos de sobra para haber estado en el Cupra y recibió el amanecer con uno de esos cierres que se recuerdan. Diego Rubio

Hudson Mohawke, fuera de norma. Foto: Jordi Vidal
Hudson Mohawke, fuera de norma. Foto: Jordi Vidal

Isabella Lovestory

Acompañada de un DJ con máscara de payaso diabólico, salió Isabella Lovestory al escenario Pull & Bear recreándose en su capacidad para atraer atención y explotando, orgásmica y sensual, todas las armas de “Amor Hardcore” (2022). Con actitud y look de gótica cibernética, sirve un cóctel contundente de perreo break y dembow experimental con un chorrito de tequila industrial y aderezo de bombos hardcore que por momentos sabe a jungle ciberespacial. Y pese a ser una propuesta claramente diseñada para la grasa del club, ebria, nocturna y alevosa, consigue arrancar los bailes de algún guiri despistado a media hora de la tarde, pero sobre todo conectar con sus fieles “fashion freaks” a base de maullidos. Se echó de menos la presencia de Ms Nina en “Gateo”, pero lo bajamos hasta el suelo igual. Diego Rubio

Isabella Lovestory: perreo cibernético. Foto: Òscar Giralt
Isabella Lovestory: perreo cibernético. Foto: Òscar Giralt

Joe Crepúsculo

Con la pregunta al aire de “¿Voleu bakallà?”, Joe Crepúsculo abrió a piñón el escenario Amazon Music con “Baraja de cuchillos”, junto a su ya inseparable Aaron Rux. Embutidos en trajes de chaqueta y melenas permeables al bochorno del Fòrum, intercalaron las arengas fiesteras al público y los bailoteos propios. Con dos teclados, sintes y rodeados de bolas de plasma apagadas, agasajaron con varios de sus hits de nicho: “Música para adultos”, “Suena brillante”, una makinera “Tecnocasa”, “La canción de tu vida” y una “Carreteras de pasión” acidísima dedicada a los camioneros. Tras unos consejos de respiración para ser más felices –“Jose house” y “Así soy yo”, oda a la autoaceptación en versión bakalao de primera–, acabaron, teclado al hombro, con la siempre esperada “Mi fábrica de baile” en versión –parafraseando a Concha Velasco– “música ácida”. Tamara G. Cascales

Joe Crepúsculo: autopistas de baile. Foto: Marta Vilardell
Joe Crepúsculo: autopistas de baile. Foto: Marta Vilardell

Júlia Colom

El Mediterráneo sigue siendo ese Mare Nostrum que une amor y muerte, eros y tánatos. Y Júlia Colom, desde su Valldemossa natal, lo asimila creando un corpus sonoro que se acerca a las profecías del fin del mundo del “Cant de la Sibil.la” en “Estròfica” y al hedonismo del amor a la vera del mar en “Ell i ella”. Paradójicamente, y a pesar de que su música se basa sobre todo en la conexión de raíces y cables, los momentos álgidos de su comparecencia en el escenario Cupra se dieron en temas desnudos de electrónica como “Olivera” y esa suerte de habanera que es “Camí amunt”, o en el eco ancestral de esa “Tonada de collir figues” surgida del más subyugante folclore mediterráneo. Luis Lles

Júlia Colom: ancestral y actual. Foto: Óscar García
Júlia Colom: ancestral y actual. Foto: Óscar García

Magia Bruta

La unión de Isabel Fernández –conocida por sus proyectos previos Charades y Aries– y la cantante y percusionista Aida Torres –antigua componente de Lisäbo y Jupiter Jon– dejó la poca huella que puede dejar un concierto tan minoritario en un entorno hiperestimulado de propuestas, más todavía en horas que bordean el prime time. Convocaron su hechizo lunar con sentimiento y profesionalidad, situadas en el epicentro de la Aperol Island Of Joy, rodeadas por el mar pero también por distintas frecuencias que a veces impedían disfrutar de sus características armonizaciones vocales. Y dejaron constancia de una visión muy personal, entre lo folclórico, lo experimental y lo dramático, mientras ofrecían distintos temas de su álbum “Un día nuevo” (2022). Diego Rubio

Magia Bruta: ganchillo pop. Foto: Òscar Giralt
Magia Bruta: ganchillo pop. Foto: Òscar Giralt

NxWorries

Anderson .Paak es un genio. Knxwledge no tanto, pero también. Juntos forman el superproyecto NxWorries. Y su concierto en el escenario Santander fue un poco engañabobos. No me lanzaría a acusarlos de habernos atracado a mano armada, pero sí de venir a Barcelona a pasar un par de días de sangría, paella, noches en una suite de lujo y en el festi a cumplir con el expediente con lo mínimo exigido. En acción desde ya un lejano 2015, el tándem publicó su primer disco en 2016, un más que notable trabajo de hip hop con aroma a soul y R&B. Dicen que el segundo está al caer. Por ahora solo han publicado un par de singles de avance: “Where I Go” y la más reciente “Daydreaming”. Ambas sonaron en el Fòrum. Poca cosa más, porque el resto de la velada fue casi en su totalidad un DJ set de Knxwledge con Anderson .Paak escondido entre bambalinas y, además, más bien tirando a justo, justísimo. Directamente para apagarle el equipo cuando pinchó un remix hortera del “Wonderwall” de Oasis. Anderson .Paak y Knxwledge son genios, pero la de ayer no fue su noche. Oriol Rodríguez

NxWorries: turistas de lujo. Foto: Marta Vilardell
NxWorries: turistas de lujo. Foto: Marta Vilardell

Pusha T

Se hizo rogar la salida de King Pusha sobre el escenario Cupra; hasta tres intervenciones del DJ que le servía la lona sonora al del Bronx. El rapero saltó sobre esta a medio gas, con su voz achicada por bases ariscas, salidas de calles mugrosas de cemento agrietado. Tampoco ayudó, para que el MC neoyorquino y el público congregado entraran en situación, que el nivel de sonido del escenario quedara por debajo del de otras ediciones; al menos esa fue la sensación de quien firma. Por su lado, la parte visual iba ametrallando con ráfagas sombrías del mundillo de la droga. Con “Just So You Remember”, el primer enjuague con sampler delicatessen, recobró sensaciones propias de un rapero curtido en tres décadas de asalto. “If You Know You Know”, tema de su celebrado “Daytona” (2018), permitió saborear ese rap classy pero rugoso, de gloria sampledélica pero con reverso mordiente. La aspereza alojada en sus rimas y bases contrasta con samples afrodisíacos como los de “Come Back Baby” (“I Can’t Do Without You”, de George Jackson) o “Dreaming Of The Past” (“Jealous Guy”, de Donny Hathaway). Fue en el tramo final cuando despertó al público de la apatía generalizada que ayer imperó por todo el Fòrum. Con “Mercy”, tema que featurea junto a Big Sean y 2 Chainz, el público empezó a engorilarse. Respondió Pusha T pidiendo espacio para pogos que se satisficieron mientras la artillería pesada fue cayendo. “Diet Coke”, “Move That Dope” y ese inesperado “Runaway” de su amigo Kanye West –de ejecución entrecortada, eso sí: otra vez el DJ haciéndose notar– enderezaron los desniveles iniciales de un show que fue de menos a más. Marc Muñoz

Pusha T: malas calles. Foto: Òscar Giralt
Pusha T: malas calles. Foto: Òscar Giralt

Red Velvet

Desembarco k-pop en el escenario Ron Brugal de Primavera Sound. Y en su versión más estereotipada, sin duda. Integrantes cuya sola imagen en pantalla genera alaridos de entusiasmo en su parroquia, coreografías más o menos medidas –de aquella manera– y una ración de estribillos pegajosos como el algodón de azúcar. Vitalismo, espíritu naif. En un país multicolor. Más bien un universo paralelo –¿un metaverso?– a años luz de los sonidos y la estética que imperaba por el Fòrum hace tres lustros. El quinteto femenino de Seúl debutaba en el festival con su combinación de R&B –Chad Hugo, de The Neptunes, fue de los primeros en suministrarles melodías– y bubblegum pop al servicio de canciones como “Feel My Rhythm”, que samplea a Bach. ¿Producto de gratificación instantánea y desalojo rápido en nuestra memoria? Dile eso a sus fans, a ver qué cara te ponen. Carlos Pérez de Ziriza

Red Velvet: k-pop de azúcar. Foto: Sharon López
Red Velvet: k-pop de azúcar. Foto: Sharon López

Rhyw

Desde el trance al frenesí, y con inequívoco marchamo berlinés (reside en la ciudad fénix y fue allí donde puso en pie su proyecto personal), Alex Tsiridis puso a bailar al público de esa jungla electrónica que es este año el nuevo escenario Pull & Bear –un mundo aparte dentro del ecosistema del festival– con un set de intensidad creciente. Poco importó que apenas fueran las diez de la noche. El músico de origen galés-griego tramó una orgía de cambios de ritmo en honor a un techno que viaja imaginariamente de la capital germana a las profundidades londinenses del dubstep. Carlos Pérez de Ziriza

Rhyw: ritmo orgiástico. Foto: Marina Tomàs
Rhyw: ritmo orgiástico. Foto: Marina Tomàs

Self Esteem

La británica Rebecca Lucy Taylor salió triunfante de su congregación con los pocos asistentes de un escenario Plenitude erigido en alternativa al concierto de New Order. La cantante entró en escena arropada por dos músicos –batería y teclados más percusión y bajo– y dos coristas-bailarinas. Un show con marcado acento West End –o de Eurovisión– que, pese a su teatralidad, o precisamente por eso, dibujó sonrisas placenteras entre los presentes. Aunque en realidad hubo más ingredientes en la fórmula, su pop glotón tiene poco de autoplacer y mucho de satisfacción comunal, algo que se apreció desde el primer descorche. Conatos boogie, acid, electro y disco, pero, ante todo, una diana anímica muy calibrada gracias al pulso de los torpedos pop que va sumando su cancionero: infalibles resultaron “You Forever” o la brillante “I Do This All Time”, con la que recogió. Conectó por discurso –reivindicativo, orgulloso– y por formas: ampulosas pero contagiosas. También por ese espíritu celebratorio de actitud desvergonzada. Salida del escenario con trenecito incluido. Fue ese tipo de fiesta. Marc Muñoz

Self Esteem: sin vergüenza. Foto: Marina Tomàs
Self Esteem: sin vergüenza. Foto: Marina Tomàs

Verraco

El colombiano Verraco mezcla estilos dispares que van y vuelven como un bumerán. Un primer y rotundo bombo a todo volumen pronto se descubrió reguetonero, y así jugó a sonar latino y europeo a la vez, con temas que sonaban a electrónica noventera pero facturados en los últimos años, como “Magic Carpet” (Solar Suite), el funk rave de Badsista, horns jungle o un incunable electro cuya voz apelaba a “los pijos de Barcelona”. El público, escaso pero agradecido, desplegó fantásticos pasos de baile frente al Pull & Bear. Tamara G. Cascales

Verraco: bumerán colombiano. Foto: Marta Vilardell
Verraco: bumerán colombiano. Foto: Marta Vilardell
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