La estadounidense, sobre el escenario Santander, se mostró complacida de compartir cartel con Blur, Depeche Mode y New Order, ídolos de siempre, y lamentó no haber podido ver el concierto de estos últimos, el que la precedió justo al lado. Pero todo lo que en los surcos de sus discos –
al menos el último, producido por Trent Reznor– tiene de amenazante –dentro de un orden, entendámonos, que por algo pisamos territorio vocacionalmente
mainstream– en directo suena a fuego de artificio, cerca de la versión más vacua de una Miley Cyrus: véase “Gasoline” y sus llamaradas. Una sensación acrecentada por el clásico formato
power trio rockero, un poco de cartón piedra. Lo que más me gustó fue, por el contrario, su tramo central, el más abiertamente pop y menos pretencioso, con “Honey”, “Bad At Love” y esa versión en clave algo más rock del “Closer” que grabó junto a The Chainsmokers, con puntual
riff de guitarra intercalado que parece un préstamo directo de los Strokes de “Reptilia”. Hubiera estado bien preguntarle esta noche a Julian Casablancas. Hay en la de Nueva Jersey una indefinición y una colección de socorridos tics que no me convencen.
Carlos Pérez de Ziriza