Era frecuente en los días previos al concierto de Yo La Tengo ver en redes sociales llamadas desesperadas de gente preguntando: “¡Socorro! ¿A alguien le sobra una entrada para Yo La Tengo?”. Los precios de páginas de reventa como Viagogo se disparaban alcanzando números de tres cifras, y en páginas de reventa como TicketSwap, a precios bastante más modestos, 256 personas esperaban ansiosas una notificación de alguien que vendiese su entrada a última hora. Apolo se había quedado pequeño para el trío de Nueva Jersey.
El ambiente de la sala se dibujaba entre camisetas de Galaxie 500, Sonic Youth, alguna que otra de Yo La Tengo y tote bags de Ultra Local Records, posiblemente la mejor tienda de discos de la Ciudad Condal y seguramente los más fanáticos del grupo. Era frecuente oír entre los asistentes “aquí no baja nadie de cuarenta años”. Eso no era del todo cierto, entre las primeras filas se agolpaban algunos veinteañeros que daban un ápice de esperanza al relevo generacional. ¡Que nadie vuelva a decir que el indie ha muerto!
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