El cine dentro del cine, en sus distintas aproximaciones y acepciones, ha sido un campo fructífero a lo largo de la historia del séptimo arte: desde “El crepúsculo de los dioses” (Billy Wilder, 1950), “Ha nacido una estrella” (George Cukor, 1954), “El desprecio” (Jean-Luc Godard, 1963), “La noche americana” (François Truffaut, 1973), “La rosa púrpura de El Cairo” (Woody Allen, 1985), “Barton Fink” (Joel Coen, 1991), “El juego de Hollywood” (Robert Altman, 1992), “Vivir rodando” (Tom DiCillo, 1995) y “Adaptation. El ladrón de orquídeas” (Spike Jonze, 2002) hasta la reciente “La ciudad de las estrellas. La La Land” (Damien Chazelle, 2016), entre un largo etcétera. Una tendencia que ha enraizado en el campo cinematográfico hasta el punto de erigirse por sí misma en un subgénero. Sin embargo, esta no ha obtenido un reflejo tan amplio en su hermano menor, el videoclip. Quizá de ahí el alboroto y sensación causada por el clip “Wyclef Jean”, que se ha convertido en viral y que, sin ser revolucionario, sí destaca por lo agudo y creativo en su reconceptualización y ejecución visual.
La pieza (re)formulada por el director
Ryan Staake saca punta hilarante a todas las interioridades de la grabación fallida de la misma. Un
behind the scenes de un fracaso convertido, en su última pirueta creativa, en un éxito viral (en una semana ha acumulado más de seis millones y medio de visitas). La obra intenta documentar ese rodaje catastrófico e infernal en el que sus responsables tuvieron que vérselas con todo tipo de zancadillas, siendo la más preocupante la ausencia física del propio rapero
Young Thug. Con un presupuesto de cien mil dólares dilapidado en unas pocas escenas sin continuidad, Staake decidió darle la vuelta a la tortilla con una capa de autorreferencialidad que narrara las fatalidades de esa jornada de rodaje. El resultado es un trabajo divertido, hilarante, cuyas ausencias parciales o totales de metraje quedan suplidas con mucho humor e ingenio, trasladado a la pantalla a través de esos
chyron que describen la intrahistoria en voz del propio director, y unas imágenes estrambóticas que testimonian ese descarrilamiento en pocas horas de filmación. Una solución creativa de última hora que, probablemente, mejore una idea inicial basada en la caricatura de la cultura exhibicionista del rap.
A la postre, con el uso del sarcasmo y el cinismo –palpable en el tono jocoso y crítico de los subtítulos, con ese
“Nothing really matters” del final–, pone de manifiesto ciertas prácticas arrogantes y poco profesionales del mundillo, y se levanta como un testimonio valioso de ciertas actitudes y comportamientos no tan esporádicos. Aunque ¿y si todo fuera un montaje? (el
undefined real parece insinuarlo). ¿Una especie de falso documental orquestado con el beneplácito de Young Thug para dejar en acta una reflexión sobre el arte del videoclip (o su desprecio desde su rol de sujeto protagonista) y la dificultad de materializarlo, como una pieza de denuncia ideológica? En ese caso, jugada maestra, pero Staake se ha apresurado en señalar que los hechos sucedieron tal y como relata la pieza. Y si realmente fue así, ¿no deja a Young Thug en una mala posición?, ¿acaso importa?, ¿le importa al artista? ¿O, simplemente, el vídeo sintoniza de lleno con la imagen
outsider del músico de Atlanta?… Muchas preguntas sin resolver. ∎