Por Marc Muñoz→
21. 09. 2023
¿Se puede empezar a certificar la defunción de HBO Max como garante de la ficción de calidad? Los signos de alarma están ahí: la reciente fusión entre HBO Max y Discovery+, con la subsiguiente dispersión de su catálogo en third parties, la urgencia por mejorar resultados y reducir costes en un contexto desafiante para los principales jugadores del streaming, unido a la baja de shows inclasificables e iconoclastas, a los que les traían al pairo modas, dictámenes y shares, apuntalan la sensación de pérdida de liderazgo en aquello que una vez, osadamente, se tachó como “el mejor cine se hace en la televisión”.
En pocas semanas la programación del aún canal de cable, convertido también en gigante del streaming tras las diversas fusiones, quedaba mermada por la pérdida de dos activos irremplazables. Productos televisivos que solo podían tener encaje en una escudería –de las grandes, en las pequeñas se sigue apostando por el riesgo– como HBO. Si John Lurie se despedía con la tercera de “Painting With John” (2021-2023), su tocayo y compañero de canal hacía lo propio con la tercera y última de “How To With John Wilson” (2020-2023), uno de los artefactos más marcianos y refrescantes del último decenio televisivo.
Una ficción ligada irrenunciablemente a su principal artífice, John Wilson. Ese documentalista weirdo inseparable de una cámara en modo POV; poeta de la imagen chusca, detective y husmeador de chatarra visual, lúcido cronista del sinsentido urbano, clarividente retratista de almas pintorescas en el cosmos neoyorquino y más allá de sus confines. Desde sus pinitos subidos a Vimeo y accesibles sin desembolso alguno hasta su maduración y profesionalización en su mudanza a HBO con Nathan Fielder de productor, Wilson ha perfeccionado una caligrafía intransferible, una narrativa que despunta por su agudeza visual, su afilada ironía y su perspicacia para sonsacar de esas imágenes banales, de apariencia inocua y hueca, la desconexión y lo absurdo que anida en las grandes aglomeraciones urbanas, así como la desorientación de sus habitantes y la expresión extraordinaria que a veces producen en su interacción con los entornos de hormigón. Un rosario visual sobre las almas perdidas y extrañas en la urbe de las urbes, la más propicia para toparse con “personajes”. Un Nueva York que encontró en Wilson su particular Les Bank o George Kuchar. Su rompedor (auto)retratista del desencanto, pero también del humanismo que salvaguarda el descontrol. Como el que brota entre esa prodigiosa rima visual que imparte mediante la yuxtaposición de las imágenes más feístas y antiestéticas (en bruto) de la ficción televisiva. Retales visuales de apariencia anodina y trivial que, tras la reconducción mediante el hilarante ingenio de su colector, adquieren un nuevo significado. Y todo desenvuelto en ese Nueva York plató-vertedero sin fin, dispuesto para la mirada ávida de Wilson y su equipo creativo.
A través de la concatenación de recompensas mentales que propicia su brillante montaje, “How To With John Wilson” ha mantenido enganchado al espectador a lo largo de sus tres encuentros de apenas nueve horas en el cómputo global (seis episodios por año). También lo logra en la tercera y última temporada, en la que ha vuelto a endulzar el riego sináptico. Una nueva ración de dislates capturados en clave de docuficción en la que ha variado ligeramente el esquema, con una mayor presencia de entrevistas con personajes “aleatorios” y una escapada semanal de la ciudad del Hudson.
Eso sí, misma predisposición para partir del anecdotario insustancial (el personal y el del entorno urbano inmediato), de la nimiedad del manual de instrucciones para inadaptados que expone desde el propio título de los seis episodios, y así tocar lo universal. Y en ese transcurso inesperado –esos trayectos delirantes que han partido de Nueva York para desplazarse a los enclaves del disparate del american way of life; a esos pueblos que son imanes de pirados, perdedores y desnortados– ha sido incluso capaz de tocar fibra emocional. Porque la mirada de Wilson no es la del urbanita que viene a reírse de los extravagantes pueblerinos, sino que implica la búsqueda de una complicidad humana; una conexión emocional pese al distanciamiento, probablemente ideológico y seguramente de estilo de vida, con los retratados.
También esta temporada de cierre ha dejado en evidencia que esos itinerarios cuyo fluir parecía tan orgánico, tan desprovisto de planificación, en realidad obedecen a un dispositivo previamente pactado o, como mínimo, medianamente estructurado. El propio artífice lo ha expuesto sin ambages en redes sociales y lo certifica con humor e inteligencia en uno de los mejores episodios de la temporada de despedida, ese “Cómo observar aves” en el que siembra dudas sobre lo real y lo simulado; la realidad y la apariencia de realidad. Un capítulo en el que desnuda parte del artificio del programa, dejando así al espectador asomar la cabeza por la ranura interna del show.
El trayecto de “How To With John Wilson” en HBO termina en otro escenario predilecto para dar jefatura a su fascinación por el disparate americano, por la extravagancia que linda con lo surreal o lo difícilmente entendible: una comunidad de fervientes valedores –también timadores– de la criogenización. Bien harían los mandamases de HBO en criogenizar este producto para rescatarlo en unos años, cuando la parrilla esté aún más infestada de productos clónicos sin alma. Como la de esos contornos urbanos de familiaridad redescubierta en los que Wilson se internaba para examinar, con su inseparable cámara-lupa, trazos de desencanto, desconcierto, contradicción, absurdidad, incredibilidad y otros desvaríos de la vida moderna. Thank you so much for filming, John. ∎
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