Escribir “Todavía estoy vivo” (2021; Reservoir Books, 2022) no debe haber sido una experiencia grata para Roberto Saviano. A fin de cuentas, se trata de la crónica en primera persona del singular de la “no-vida” a la que le condenó el éxito de “Gomorra” (2006), siempre bajo custodia policial para evitar que se consumasen las amenazas de la Camorra, ese sistema del cual mostró las vergüenzas (con nombres y apellidos) en aquel libro seminal, colocándolo en su punto de mira. Más allá de lo doloroso de la experiencia, en esta ocasión el ejercicio creativo también obliga al escritor napolitano a variar su método: si en “Gomorra” o en obras como “Lo contrario de la muerte” (2007) y “CeroCeroCero” (2013) Saviano convierte las páginas en una ventana, prestando al lector sus ojos, su mirada, para observar una realidad cruenta –que surge o desemboca casi siempre en una Nápoles en absoluto millonaria–, en esta ocasión el relato se torna en espejo que atañe casi exclusivamente a las circunstancias de un autor que, hasta ahora, había intentado mantener el ego alejado de su voz narrativa.
Quizá por eso Saviano comprendió que “Todavía estoy vivo” no podía ser como el resto de sus libros, abriéndose a un lenguaje, el cómic, inédito en su trayectoria. Para ello se ha aliado con el dibujante israelí Asaf Hanuka, cuya serie “K.O. en Tel Aviv” (2010-) acredita su experiencia a la hora de plasmar lo autobiográfico en viñetas. También formó parte del equipo de dibujantes de “Vals con Bashir” (Ari Folman, 2008) y, aunque allí su rol creativo no era central, la combinación de aliento documental y vuelo lírico de que hacía gala dicha película resulta un precedente lógico del planteamiento que despliega en la novela gráfica que nos ocupa.
El lápiz de Hanuka dibuja a un Saviano de rostro desafiante, melancólico o socarronamente resignado a las peculiaridades de su vida mermada. Los capítulos toman la forma de un diario íntimo, pero también de entrevistas en las que los periodistas se muestran atónitos (como el lector, seguramente) ante la capacidad del protagonista para relativizar la constante posibilidad de una muerte violenta, ya sea mandando mensajes a su madre para desmentir la enésima noticia falsa informando de su asesinato o recordando los diversos atentados frustrados (o abortados) que la mafia ha planeado contra su persona a lo largo de los años. La puesta en escena de la propia muerte se convierte así en el leitmotiv de “Todavía estoy vivo”, donde Saviano se imagina (se visualiza) acribillado a balazos, carbonizado por una explosión o tirado en el suelo en un charco de sangre tras ceder a la tentación expeditiva del suicidio. Una fijación que sirve precisamente para negar lo fúnebre y lanzar a la cara de sus enemigos la frase que da título a la obra, pronunciada con un tono más reivindicativo que lastimero.
El carácter breve y disperso de los pasajes que estructuran el libro puede hacer que echemos de menos la extraordinaria capacidad de Saviano para la crónica en profundidad, pero la panorámica que ofrecen es rica y va desde los recuerdos de infancia a la reproducción de algún fragmento de “Gomorra” (como el asesinato de un sacerdote en el infame pueblo de Casal di Principe), pasando por la traducción del lenguaje corporal de un capo durante un juicio o la imposibilidad de abrir las puertas a una relación romántica. Por su parte, Hanuka encuentra soluciones formales y cromáticas para cada una de estas situaciones, alejándolas del realismo puro pero también del exceso poético. “Todavía estoy vivo” camina haciendo equilibrios en esa fina línea y, aunque sus características no invitan a creer que tendrá continuidad en la bibliografía de Saviano, su excepcionalidad es bienvenida por descubrir registros inéditos en un autor que se ha ganado como pocos el derecho de hacer una pausa en el camino para mirar hacia dentro. ∎
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