¿Por qué una excéntrica novela sobre drogas como “Baron’s Court. Final de trayecto” (“Baron’s Court. All Change”, 1961; Colectivo Bruixista, 2021) cayó en las grietas del sistema y desapareció del radar durante cuarenta años? Se lo pregunta Stewart Home en el prólogo. Perdida durante décadas, recuperada en 2011, inédita hasta sesenta años después en español, el Colectivo Bruxista rescata este vibrante testimonio de la escena cultural y social de las etapas iniciales de la cultura juvenil, pero también del mundo moderno.
Home había mantenido viva la memoria del libro dando circulación a 200 fotocopias del original. Publicada originalmente en 1961, la primera y única novela de Terry Taylor (1933-2014) podría definirse como un libro protomod. Describe la contracultura en ciernes de los 60 y se publicita con un efectivo gancho: “La primera novela británica en mencionar el LSD”. Pero lo que se puede visualizar de entrada como un certero retrato de la cultura de la droga en Londres desemboca también en un aprendizaje sobre la cruda realidad del mundo adulto, los golpes en el tránsito entre etapas vitales y una disertación de lo ético y lo moral.
Es un enaltecimiento de la brecha generacional, de la ruptura. El protagonista sin nombre que se está haciendo adulto y que inspiró “Principiantes” (1959) –la esencial novela de Colin MacInnes, la no tan esencial canción de Bowie y la discutible adaptación cinematográfica de Julien Temple– encuentra en un Soho antes de entrar en ebullición, como lo haría en los años posteriores, la alternativa al tedio del extrarradio, a las ataduras familiares, al trabajo insustancial. La vía de escape que ya requería un capitalismo en ciernes. La estación de Baron’s Court se presenta como un emplazamiento, final de línea, zona de intercambio, pero también la puerta de una nueva dimensión mental.
En el proceso para novelar la vida de su madre en “Tainted Love” (2005), Home descubrió los vínculos que Julia Callan-Thompon mantuvo con Taylor. Regresó al autor al que había conocido en la biografía de MacInnes y rastreó hasta dar con él y reconstruir su historia. Nacido en Kilburn (oeste del área metropolitana de Londres), en 1933, tuvo contacto con MacInnes en un club de Berwick Street, vivió en Notting Hill, publicó el libro que nos ocupa en 1961 y después pasó mucho tiempo en Tánger. Allí interactuó con beats, Johnny Hopkins y William Burroughs, y con un grupo de magia bereber. En los 60 se interesó por el LSD. Pasó temporadas en Goa. Su editor le rechazó una segunda novela por demasiado experimental, y su tercera, “The Run”, sigue inédita. Cuando en 2005 establecieron contacto, Taylor le contó que en los 80 regentó junto a su mujer una exitosa bocatería en Rhyl, Gales. Terry fallecería en 2014. Dejó a su esposa Wendy y tres hijas: Amy, Zoe y Tracy.
Taylor escribió la novela dejada atrás su adolescencia, pero el protagonista de “Baron’s Court” desprende un realismo en ocasiones no sencillo de encontrar en la literatura adolescente por la manera de afrontar el mundo, sus formas, sus dudas, su jerga. También, en gran medida, por el elogiable trabajo en la traducción de Susana Prieto Mori. Suyas son también las destacadas notas finales.
En el protagonista de “Baron’s Court” arde la llama constante de revuelta social y la desobediencia diaria que guiaba las subculturas. Como el Johnny Angelo de Nik Cohn, para el que poco existe más allá de Little Richard, pero entregado al sonido mod original, el de sus raíces, al modern jazz de los últimos años de la década de los 50; a Thelonious Monk, Modern Jazz Quartet, Charlie Parker, Dave Brubeck, Stan Kenton, Ella, Billie y Sarah Vaughan.
Antes de Carnaby Street, el Swinging London y las escaramuzas playeras para portadas de periódicos, este fascinante viaje en la búsqueda del yo adulto prevalece por su significado histórico. Un libro, mínimo, afirma Home, “cinco años adelantado a su tiempo”. ∎
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