Álbum

C. Tangana

El MadrileñoSony, 2021

26. 02. 2021

Como ya dejó claro en la superentrevista que concedió a Rockdelux, C. Tangana se cansó de ser solo un brillante trapero. Aun siendo capaz de liderar con aplomo una escena y el segmento generacional que la sustenta, era evidente que sus aspiraciones iban mucho más allá. Su desparpajo, autoconvencimiento y dotes de mando lo validaban para empresas que él soñaba más ambiciosas. ¿Qué tal ser número uno varias veces en España y llegar a todo el público posible, sin franjas de edad ni nichos específicos? ¿Por qué no volcarse con América Latina desplegando un carrusel de colaboraciones a la carta por nacionalidades? ¿Por qué no seguir profundizando en el uso de las provocaciones para enervar a los comisarios de lo políticamente correcto e incrementar, por contraste, el valor de su nombre? Pucho está que se sale. Y este “El Madrileño” merece la consideración de ambicioso, aunque –vaya– no es oro todo lo que reluce.

Pocos discos empiezan tan fuertes, tan arrasadores. Pese a que son ya conocidos, los dos temas de arranque son el “legado Tangana” para la posteridad, para el imaginario eterno del pop español. Encadenados de una manera extraordinaria, conforman un corpus creativo abrumador: deslumbrante amalgama de contemporaneidad y respeto por las raíces. “Demasiadas mujeres”, esa saeta posmoderna que es pasodoble antiguo sobre desenfocado lo-fi de techno berlinés, con su mensaje de desesperación romántica obstinadamente machista, de embrutecida dicción, es justo el relámpago que ilumina su reinado en la España del inicio de la tercera década del siglo XXI; nunca con tan poco, solo dos minutos y medio, se consiguió tanto. Junto a la probablemente superior “Tú me dejaste de querer”, tres gloriosos minutos, Tangana consiguió en 2020, entre otros triunfos mayores y menores, ser el primer ex aequo de la historia de Rockdelux en el nº 1 de la lista de mejores canciones nacionales del año. Y es que esta rumbita buena en estéreo y con el efectivo “gipsy cabra” –a lo chiptune orgánico– jugando a pegadizo meme de sonido, que suplica por unos altavoces al aire libre y fiesta alrededor sin restricciones, es la pura esencia de lo que la música española debería aportar al mundo con orgullo y sin complejos, con entidad propia, sin copias. Cantando mejor que nunca, y con los jaleos de la bonita voz de La Húngara y el magisterio apabullante de Niño de Elche (que ejerce de Niño de Elche bueno; lo que habría hecho Morente de estar vivo), todo suena impecable, con los bonus añadidos de las ilusiones de Los Chichos en el recuerdo y la rúbrica final del eco de un rasgueo repetitivo que sabe a añejo y que sirve para poner el lazo a un regalo sobresaliente.

Siguen otros dos temas ya conocidos. “Comerte entera” no llega a las cumbres citadas, pero mantiene el nivel alto en este arranque glorioso. Del Auto-Tune a la bossa nova suavizando un explícito mensaje de sexo animal nada banal: se oye cantar Essa mina é um perigo”, píldora a ritmo de funk carioca que justifica la confesión de Tangana –a lo Tangana– entre celos y furioso amor, que también es deleitación y amor por la música; de ahí la presencia de un discreto y sutil Toquinho, primera leyenda (¿viejuna?: ¡ignorantes!) a la que se arrima Pucho para codearse con la historia. Con “Nunca estoy”, la cuarta conocida –de su completo EP del año pasado “Bien:(”–, llega una discusión en pareja en la que Pucho asume el papel de mujer; por tanto, de víctima. Entre el ADN de la canción romántica italiana de los setenta, que incluye un saludo al memorable “Corazón partío” de Alejandro Sanz, y el traqueteo rítmico de un kuduro sin explosionar, Tangana se posiciona en el centro del huracán: ¿machista, dices? Opinen, viralicen, ridiculicen, ridiculícense.

Lo dicho: pocos discos empiezan tan fuertes. Pero, a partir de aquí, pocas luces y muchas sombras se ciernen sobre la obra más ambiciosa de El Madrileño. Veamos. La plañidera “Párteme la cara”, con el pellizco de una buena base electrónica con efectivo microsample vocal incluido, se decanta por un mainstream dudoso ideado para ser coreada sin escrúpulos, y a pleno pulmón, en los conciertos que han de llegar algún día. Empieza la conexión México con Ed Maverick (el Iván Ferreiro de Delicias), que ejerce de Café Quijano (o algo peor) para pisar terreno AOR. Aburrido.

Cambio de registro con el factor Gipsy Kings idolatrando a Pucho en “Ingobernable”. Parece otro alegato feminista a la contra (pasión de amor… con pistola de por medio); y en plan rumba con un aire, casi guiño, a la excelencia de Albert Pla con los Chipén. Pero al acierto poético del estribillo “Que no me quieres querer” le falta más dosis de rumba bravía y mucho más ventilador para desbocarse y golpear realmente hondo. Buen intento de los franceses, pero a esta colaboración se le pedía mucho más.

Pero lo peor está por llegar, que es cuando irrumpe el uruguayo Jorge Drexler. ¡Uauuh! Lo siento, pero esas rimas forzadas de rap cool que abren la canción ya predisponen a la tragedia. “Esto no es más que otro sarao en el que te has colao con un traje alquilao…”, y así. Pucho intenta arreglarlo con su agilidad verbal, que incluye advertencias a sí mismo y –por supuesto– (falsa) modestia, pero esta fusión contra natura entre agua y aceite penaliza irremediablemente un lienzo musical que, aun así, muestra un trabajado puzle de pura ingeniería sonora, gentileza de Alizzz y Víctor Martínez, siempre hábiles procurando recursos originales en la producción de un disco que se nutre del viaje estilístico.

Otra elección matizable es la regrabación de la, por otra parte, notable “Un veneno”, de 2018. Ya no con El Niño de Elche como coprotagonista –presente aquí en menor escala– y, en su lugar, poniendo el foco en el gran José Feliciano, siento decir que se ha perdido algo por el camino (y lo dice alguien que es fan supremo del puertorriqueño). Feliciano, otra leyenda incontestable, se acomoda a la cadencia de son afrocubano de la canción, pero la empuja a casi ritmo de filin, y eso, si bien no apaga el fuego que late en su interior, no la mejora con respecto a la versión original.

Por una parte, ¿de verdad era necesaria una balada como “Te olvidaste”? R&B requetecursi con el exitoso estadounidense de origen mexicano Omar Apollo sumando cuota panamericana global, no más. Y, por otra, el cubano Eliades Ochoa (tercera leyenda histórica en aparecer) se une a la fiesta con palmas en “Muriendo de envidia”: rumba de ida y vuelta que merecería muchos más minutos para desarrollar una descarga que, aunque se perfila, se corta cuando parece desatarse. Frustración.

“Cambia!” apunta, por momentos, a superproducción de Kanye West, a trago trágico de Los Fabulosos Cadillacs y a balada country-pop de Los Secretos, todo en uno. Con el apoyo de los mexicanos Carín León y Adriel Favela, en esta aproximación light al mundo de los neocorridos lo que se intuye que busca Tangana es munición para una comunión de mecheros en sus futuros shows en directo.

La recuperación de un audio de Pepe Blanco –busquen su exitoso pasodoble “Cocidito madrileño”, hit en la España de 1959– en la pieza de desamor “Cuando olvidaré” es otra reafirmación de cómo ve el mundo Tangana ahora mismo: reivindicación de lo autóctono, de lo latino, como blasón castizo, como compromiso artístico. Es una canción que se pasea por referentes con solera incrustados en nuestra memoria, como el tango “Nostalgias” y la guajira “Al vaivén de mi carreta”, y que mezcla bien con la bulería “Pasan los días”, de La Tana, sobre un loop R&B del “Slide” de H.E.R.

Al contrario que Jorge Drexler, Kiko Veneno no pierde la gracia ni aunque quiera. Con “Los tontos” demuestra que sigue en el óptimo estado de forma que le volvió a proporcionar “Sombrero roto”, su estupendo álbum de reconfirmación en 2019. No intenta salirse de lo que él domina y, por tanto, su conjunción con Tangana encaja a la perfección: suave rumbita pop con aires filobrasileños y miga en la letra.

El disco concluye con otro agujero negro: “Hong Kong”, con un Andrés Calamaro encantado de conocerse que aprovecha para autorreivindicarse con “Mil horas”, su gran éxito de 1983, ya en la segunda etapa de Los Abuelos de la Nada, con la frase “Tengo un cohete en el pantalón”. Pusilánimes polémicas aparte, lo peor no es este debate tonto sobre la idoneidad de un gesto –Calamaro agarrándose la polla– en el vídeo de la canción, sino que “Hong Kong” es infumable desde cualquier punto de vista. Rock ya caduco que, con o sin topicazos del rock’n’roll way of life, desmerece el cierre de un trabajo que empieza muy arriba y, con este gazapo rockero, concluye muy abajo. Lástima, porque desdibuja un proyecto de concepto notable –indagación de la música de cepa española y latina– que, dentro de su irregularidad, nos regala temas sobresalientes en un disco que, seguro, se convertirá en éxito total en este 2021. ∎

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