Admitámoslo: el experimento no ha cuajado. Podíamos temer ese desenlance de la unión de un tótem en sequía creativa desde hace ocho años y de unos exaventureros del metal sumidos en desesperadas operaciones de vuelta a las raíces. Hal Willner ha construido una aterradora catedral de rock duro
hi-tech provista de vistosos relieves y esculturas, pero ese abrumador manto de sonido no asegura el éxito del encuentro.
Falla la síntesis entre ambas identidades. Cada una camina por su cuenta.
Lou Reed, sobreactuando, y
Metallica, simulando profundidad.
“Lulu”, un doble álbum inspirado en el personaje creado por Frank Wedekind (“El espíritu de la tierra”, “La caja de Pandora”), con textos de Reed destinados inicialmente a un montaje teatral de Robert Wilson, atropella primero los sentidos y, luego, va revelando el uso de abundante cartón piedra.
Temas como
“Mistress Dread” o
“Iced Honey” podrían alimentar los últimos álbumes de Metallica, pero, más allá del aturdimiento inicial, dejan poco poso.
“The View” es Black Sabbath en versión spoken word. Cuando el minutaje se desmadra, como en la aburridísima
“Cheat On Me”, el balance es peor. ¿Y de verdad hacían falta diecinueve minutos para desarrollar
“Junior Dad”, aunque culmine con ese mantra de electricidad estática a lo Metal Machine Trio? Quien sale peor parado de esta aventura es Lou Reed, cuyo canon de rock duro (
“Rock N Roll Animal”, 1974) nunca fue tan espeso ni resultó tan pretencioso. No, no era eso. ∎