La apuesta por el eclecticismo del festival Cruïlla –se celebró en el Fòrum de Barcelona entre el 6 y el 9 de julio– sigue cristalizando en carteles de gran amplitud que propician el encuentro intergeneracional y la diversidad de discursos. Manejan un molde distinto al convencional, pero esta peculiar propuesta merece la pena.
Los parones, aunque sean por obligación –y jodan–, son oro para tomar perspectiva. El persianazo por la pandemia ha sido demoledor para el sector, pero la recuperación de la normalidad de eventos ha servido para escupir una verdad, más incontestable si cabe en casos como el del Cruïlla: los festivales sirven para estrechar lazos. Para inocular la convivencia. Así lo recordaba Residente en uno de los bolos más concurridos del jueves, y de la edición: “Estamos celebrando la vida. Que todo el mundo la brinque hasta el final”.
Mensajes similares pudieron escucharse en los básicos de celebridades como Juan Luis Guerra o Rubén Blades, ya en la jornada del sábado. Del primero al cuarto día subió la intensidad como lo hizo la media de edad. Generaciones dándose la mano: de un primer día donde prácticamente solo Rels B hizo los deberes a una última jornada plagada de imprescindibles. Y entre medias, cosas que no cambiaron por la COVID, sorpresas y decepciones. Porque sí, los festivales son una celebración de la nostalgia (Editors o Duran Duran), picota de la felicidad compartida (Delafé o Rigoberta Bandini), pero sobre todo son espacio de reivindicación pasada, presente y futura.
Así lo demostraron algunos de los shows esenciales de esta edición 2022: el fortín de la carpa Four Roses y sus proclamas de género y de músicas urbanas y latinas bastardas, dígase Miss Bolivia, Joe Crepúsculo o Queralt Lahoz. O, ya en escenarios principales, el arrojo de Zahara, el espíritu punk desgarbado de Sleaford Mods o el folclore ampliado de Tanxugueiras. Una vuelta a la normalidad poblada pero cómoda y con algún pastiche de sonido que en ningún caso llegó a embarrar la fiesta. YSI
Teniendo en cuenta la evidente pérdida de las músicas del raíz en el cartel del festival, la energía representada por una batucada de hasta diez músicos sobre el escenario ya es buena noticia. Así lo reconoció el público, que gustó del espíritu festivo de Balkan Paradise Orchestra, pese a la solana justiciera en el escenario Cruïlla Enamora. El efectismo de una propuesta pachanguera que no dudó en mezclar “Vicio” (Reincidentes) con “Disko partizani” (Shantel) se fue disipando, por repetición más que por redundancia. Buen calentamiento para los gustosos del bote y el baile más que de las guitarras. YSI
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