Esta edición, que se celebró entre el 25 y el 29 de mayo, tuvo su cumbre en las performances del sensible Sufjan Stevens. Tocó dos días en el Auditori Rockdelux y lo hizo en un absoluto estado de gracia. Irresistible puesta en escena con coloristas recursos fosforescentes y con “The Age Of Adz” (2010) como hilo conductor. Para la historia, un fin de fiesta glorioso por medio de “Chicago”: euforia desatada y canto comunitario. También se acordó de R.E.M. reconstruyendo “The One I Love”. Fue el mejor concierto del festival.
Y apoteósico fue el cataclismo que ocasionaron Swans. Y es que Michael Gira y su gang no tomaron prisioneros en un concierto atronador y sin ningún tipo de concesiones: su rock primitivo aunque sofisticado, poesía en crudo para incitar al trance, provocó pavor. Ceremonia de la confusión capaz de adoctrinar estados de ánimo en un magma envolvente de pura catarsis física.
James Blake demostró que su voz de cristal, blue-eyed soul atemporal, encaja perfectamente en los mecanismos de un dubstep que bebe no solo de la bass music, sino también del jazz y del góspel. Triunfó en concierto y, al día siguiente, en una sabia sesión de DJ muy contemporánea.
PJ Harvey saliendo a escena cinco minutos después de que terminara la final de la Champions que ganó el Barca al Manchester United fue otro instante para el recuerdo. Túnica blanca, autoarpa y mecha rock para su british folk en tiempos de guerra. Como siempre, suprema.
También el regreso de Pulp fue más que remarcable. En esta première mundial tras diez años separados, Jarvis Cocker dedicó “Common People” a los “indignados” de Plaça Catalunya (tiempos de 15-M) para finalizar con “Razzmatazz” después de pasearse con finura por clásicos como “Disco 2000”, “Babies”, “This Is Hardcore” y “Do You Remember The First Time?”. Fiesta y celebración.
Tampoco se andaron con chiquitas la troupe de Odd Future: una bacanal de hip hop crujiente y coreografías al borde del peligro (se lanzaron como cohetes sobre el público), con un Tyler, The Creator como desafiante maestro de ceremonias. Campeones, de verdad.
Por lo demás, en el menú, delicias para paladares finos (John Cale interpretando el referencial “Paris 1919” en compañía de bcn216), mordiscos sintetizados de punk analógico (los incombustibles Suicide) y Nick Cave en clave rock de batalla comandando Grinderman, sin olvidar (imposible) a Big Boi, Perfume Genius, The Monochrome Set, The Flaming Lips, Das Racist, Arto Lindsay, Damo Suzuki & Cuzo, Oneohtrix Point Never, Einstürzende Neubauten, Javiera Mena, The Walkmen, Warpaint, BMX Bandits…
Fue la edición (del 30 de mayo al 3 de junio) del oceánico show de Robert Smith al frente de The Cure en tres horas de duración –el concierto más largo en la historia del festival– con ¡36 canciones! (“Boys Don’t Cry” llegó en el tercer y último bis). Demostración de un carisma que perdura a través de un repertorio sagrado de la cultura pop, una asombrosa obra de pop gótico, la propulsada desde la década de los 80, que sigue palpitando en el corazón de diversas generaciones de seguidores y entusiastas legiones de fans. Eterno.
Los canadienses Japandroids, sin sutilezas, sin virtuosismos, enérgicos, en su formato de guitarra eléctrica y batería, conjugaron post-hardcore, punk y rock instrumental con la determinada crispación y la mala leche de unos renegados del garage rock indie. Voces rotas y una misión entre ceja y ceja: crear incómoda crispación entre sudores y estertores.
Dominique A, inmerso en un quinteto de maderas y metales, impartió una nueva lección de su poderío escénico, que siempre multiplica el valor de unas canciones que van y vienen de la intensidad a la épica romántica.
Los suecos Refused habían inventado el punk del futuro en los años 90. Regresaron tras catorce años de silencio para recoger lo sembrado: concierto brutal. Hardcore de intensidad física y mental trabajado con la devoción de auténticos artesanos.
Aunque verde, la presencia en el cartel de The Weeknd fue un verdadero lujo (¿hoy imposible?) con un Abel Tesfaye pavimentando el camino hacia el estrellato global. R&B en clave falsete que se iría perfeccionando con el tiempo.
En esta ocasión también se disfrutó de Mazzy Star (tan enigmáticos como siempre), Hype Williams (terror electrónico no menos enigmático), Jeff Magnum (en una de sus contadas apariciones), John Talabot (se estrenó en directo con voces y percusiones en vivo), Buffy Sainte-Marie (folk de resistencia) y Afrocubism (fusión de culturas: Eliades Ochoa y Toumani Diabaté in da house), así como de la reivindicación de Big Star’s Third –con la presencia del batería Jody Stephens, único miembro vivo de Big Star, e invitados de postín como Mike Mills (R.E.M.), Jeff Tweedy (Wilco), Norman Blake (Teenage Fanclub), Alexis Taylor (Hot Chip), Ken Stringfellow (Posies), Ira Kaplan (Yo La Tengo) y Sharon Van Etten–. El metal tuvo ración extra de siderurgia profunda: Harvey Milk, Godflesh, Liturgy, Napalm Death, Mayhem, Orthodox y Wolves In The Throne Room.
Además, ahí estuvieron, y no de cualquier manera, Josh T. Pearson, Benga, The Afghan Whigs, Chromatics, Beirut, Grimes, Bombino, Lee Ranaldo, Rufus Wainwright, Marianne Faithfull, Yann Tiersen, Laura Marling, Richard Hawley, A$AP Rocky… Un hito, de nuevo.
Magistral: el tan manido adjetivo es el único que nos cuadra para definir el concierto de Dexys en el Auditori Rockdelux en esta edición (del 23 al 25 de mayo). Kevin Rowland y compañía encandilaron con un show teatral que miró, claro, hacia su legado, pero que no olvidó sus canciones más recientes –tenían fresquito “One Day I’m Going To Soar” (2012), su primer álbum en estudio desde “Don’t Stand Me Down” (1985)–. Cabaret, soul celta, pop y elegancia sin límites con un Rowland pletórico. Revalorizándose con un triunfo que, aun pareciendo nostálgico, no lo fue.
Lo de Pantha Du Prince & The Bell Laboratory fue elixir modern classical en el Auditori. Filigranas de electrónica y pálpito dub que consiguieron el baile de los asistentes entre secuencias de delicadeza y calma asombrosamente bellas. Un éxito sin paliativos.
En el lado opuesto, la granada de mano que tiraron Death Grips: un Stefan Burnett totalmente enloquecido dando dentelladas antitodo sobre una tempestad de beats de hip hop industrial. Catarsis salvaje, puñetazo en el estómago, soflamas incendiarias, ruidos cacofónicos, explosión de energía a raudales, visceralidad en estado puro. La bomba.
Los Planetas afrontaron “Una semana en el motor de un autobús” (1998), su disco para la historia, y lo hicieron con una pasmosa solidez que transformó la inspiración original amateur en maestría y sapiencia.
Y fuera de cualquier clasificación, la presencia de The Knife. La presentación de “Shaking The Habitual” (2013) se encarnó en una estratosférica performance que rompió los esquemas del “concierto rock” en uno de los shows más polémicos (e irrepetibles) de la historia del festival: los hermanos Dreijer desafiando todos los patrones preconcebidos en un espectáculo total. Art pop en su máxima expresión.
Y, como siempre, hubo reencuentros (The Jesus And Mary Chain, The Breeders, Wu-Tang Clan…) y esas hierbas especiales que nunca faltan en el Fòrum: Jim Jarmusch & Jozef van Wissem, Daniel Johnston, Neko Case, Dead Can Dance, Nils Frahm, Orchestre Poly Rhytmo de Cotonou, Omar Souleyman, Mulatu Astatke o Tinariwen, además de James Blake, Mac DeMarco, Ethan Johns, Crystal Castles, Disclosure, la psicodelia rock de Tame Impala, el savoir faire de Nick Cave con sus Bad Seeds y una Solange preparándose para dejar de ser “la hermana pequeña” de Beyoncé. También Blur, claro: la primera vez desde 2003 que el grupo tocaba por aquí con la formación clásica al completo. Hits por su sitio.
El podio en la edición 2014 (del 28 al 31 de mayo) fue, sin duda, para Stromae, que aterrizó en el momento de gloria de “Racine carrée” (2013), su segundo álbum, el de hits memorables como “Formidable” y “Papaoutai”. El belga Paul Van Haver, showman de presencia arrolladora, desplegó su batidora sónica y nos embriagó agitando pop sintetizado y aromas africanos. Sirvió de pórtico al festival en la jornada gratuita.
Otro debut histórico fue el de Kendrick Lamar, que, entre “God Kid, M.A.D.D City” (2012) y “To Pimp A Butterfly” (2015), dio una lección magna de lo que debe de ser un concierto de hip hop orgánico, tan enlazado con la frondosa tradición de la black music como oteando nuevos horizontes para el género. Un triunfo mayúsculo en media docena larga de piezas que inauguró con “Money Trees” y cerró con “Compton”. Entremedias, recuerdos vía cover para A$AP Rocky y 2Pac.
La encarnación de Neutral Milk Hotel, con Jeff Magnum como médium, descorchó las mejores esencias lo-fi del pop psicodélico y del indie rock más anárquico. Sus dos únicos largos planchados en estudio (en 1996 y 1998) continúan intactos en su estatus de culto y este concierto no hizo más que confirmar la pequeña leyenda de los de Louisiana.
El detallazo de traer a Caetano Veloso, una institución de la música universal, siempre a la búsqueda de la renovación en sus planteamientos musicales, fue otra dosis de calidad y distinción de la dirección artística del festival. Su concepto de la vanguardia se vislumbró dulce pero también rockera, suave pero eléctrica.
Slowdive, escindidos en 1995, regresaron en 2014 para presentarse en exclusiva en el Primavera. Con su frescura y densidad a un tiempo, consiguieron el fervor de los indies canónicos con sus lecciones de dream pop shoegazing de vieja escuela.
El Auditori Rockdelux tuvo el privilegio de ver en acción a Kronos Quartet, un máster en clásica contemporánea que balanceó sus cuerdas sobre partituras de Laurie Anderson, Clint Mansell, Omar Souleyman, Bryce Dessner, Cafe Tacvba o Terry Riley.
También en el Auditori, la improvisación sobre patrones prefijados de Sílvia Pérez Cruz & Raül Fernandez Miró se vivió como otro momento estelar: emociones comandadas por la voz Sílvia y la guitarra lunática de Refree en su repertorio devocional de tributos sagrados. Sobre todo en su revisión de “Mercè” de Maria del Mar Bonet, con la que ascendieron a la cumbre de las interpretaciones inigualables. Fue un instante que perdurará en la memoria de quienes asistieron al Auditori Rockdelux y mostró descarnadamente el talento de dos artistas con mucho recorrido, por separado, por delante.
Body/Head (Kim Gordon & Bill Nace enchufados a lo extremo), Mick Harvey (leyendo el cancionero de Serge Gainsbourg) y Sun Ra Arkestra (con su líder, Marshall Allen, con 90 años recién cumplidos soplando el saxo alto como si nada) fueron otros conciertos para el recuerdo. Todo lo demás, leído ahora, uno detrás de otro, suena apabullante: Julian Cope, St. Vincent, Metronomy, Superchunk, Foals, Queens Of The Stone Age, FKA twigs, Blood Orange, John Grant, Julia Holter, Seun Kuti, Drive-By Truckers, Nine Inch Nails, Courtney Barnett, Future Islands, The Ex, Charles Bradley, Theo Teardo & Blixa Bargeld, Jesu, Wolf Eyes, HAIM, CHVRCHES, Colin Stetson, Dr. John, Television, Antibalas… Juzguen ustedes.
Entre el 27 y 30 de mayo, el Primavera Sound de 2015 llegó al Olimpo con Patti Smith y su recuperación a los cuarenta años de “Horses” (1975) al aire libre (día 29; pura comunión rock sin contaminar) y en la intimidad del Auditori Rockdelux (día 30; con el Group también al completo, pero con guitarras acústicas: recordó a Lou Reed, entre sollozos, vía “Perfect Day”). Rescate emocional muy coherente con la idiosincrasia y background del festival; mientras se oficien ceremonias de este calibre, el cadáver del mejor rock se mantendrá incorrupto.
También seguirá en buen estado con guardianas como Sleater-Kinney: las riot de Olympia desataron todo su potencial con “No Cities To Love” (2015) en el horizonte y con latigazos de rock dinámico y crujiente (y no se olvidaron de recordar a la chamana Patti), cruda sesión riot grrrl a la que se pudieron sumar, en esta edición, los conciertos de Babes In Toyland y The Julie Ruin.
Un histórico debut en España de los curtidos veteranos The Replacements. Al mando de Paul Westerberg y Tommy Stinson, nos regalaron una suculenta ración de punk rock (y power pop) destartalado, áspero y desbocado. Lo tuvieron (y lo retuvieron). Otra deuda histórica saldada.
El Auditori Rockdelux vio florecer a una Rocío Márquez montada en la aventura de “El Niño” (2014), valiente ensanche del flamenco hacia territorios inexplorados (o explorados por muy pocos). Jondura y anchura de miras en un set que acabó en aquelarre eléctrico con la guitarra de Raül Refree (y cameo de Niño de Elche). Como dejó escrito Xavier Cervantes: soberana.
El insigne Tony Allen, considerado padre rítmico del afrobeat, levantó a la gente de las butacas del Auditori con su cóctel de esencias bailables. Ahora más pop, ahora más pogressive, al baterista (74 años en ese instante) no le tembló el pulso en ningún momento para hacerse con uno de los must del festival.
Se reivindicó al llorado Arthur Russell con las versiones de Arthur Russell’s Instrumentals (con Peter Gordon al mando y la colaboración vocal de Tim Burgess de The Charlatans), Swans iban para récord de concierto largo (prometieron tres horas de duración en el Auditori, pero se quedaron en dos horas y media), y Tori Amos, después de 23 años de carrera sin pisar España, ofreció al piano un grandes éxitos de su carrera.
También se pudo viajar a través del sonido de, entre muchos otros, Jon Hopkins, Pharmakon, Run The Jewels, The Thurston Moore Band, Marc Ribot’s Ceramic Dog, Tyler, The Creator, Caribou, The Church, Mdou Moctar, Shabazz Palaces, The Pastels, Ought, Sierra Leone’s Refugee All Stars, Earth, Kevin Morby, The Strokes, Interpol, Kelela, Cinerama, Sleaford Mods… Tela.
En esta edición (del 1 al 5 de junio) impactó el venerable John Carpenter, director de culto y compositor a reivindicar que, en formato banda y con proyecciones de algunas de las imágenes más icónicas de sus filmes, expandió scores de sintetizadores y prototecno ochentero para delicia de un respetable obnubilado por las imágenes de sus aventuras de serie B. Tecno-horror en estado de gracia.
La revelación jazz del gigante Kamasi Washington se materializó en el Auditori Rockdelux en su momento justo, presentando su inmenso “The Epic”, en una bacanal (demasiado corta) de funk-jazz, espiritualidad bien entendida y fusiones que remitían a lo mejor del jazz de los 70. Realmente arrollador.
Saxofón de batalla, tambores rituales, góspel para tiempos oscuros: en compañía de, entre otros, John Parish, Mick Harvey, James Johnston y Terry Edwards, PJ Harvey desgranó de forma sobrecogedora los dioramas de “Let England Shake” (2011) y “The Hope Six Demolition Project” (2016) en una misa pagana que incluyó, claro, las recuperaciones de “50ft Queenie”, “Down By The Water” y “To Bring You My Love”. El nuevo blues para tiempos de desolación de una de las personalidades más incontestables de la historia del rock. Sublime.
También desde Inglaterra, Suede se acercaron al festival en un tour de force que incluyó concierto gratuito (día 1: cayeron “Trash”, “Beautiful Ones”, “Animal Nitrate”, “So Young”, “New Generation”...) y presencia en el Auditori Rockdelux (día 2), donde, escondidos detrás de una pantalla en la que se proyectaba el filme de Roger Sargent creado para la ocasión, interpretaron al completo “Night Thoughs” (2016). Pasado y (entonces) presente de una banda indestructible.
El cartel también propuso a Ben Watt y a Robert Forster, a The Last Shadow Puppets y a Vince Staples, a Savages y a Julien Baker, a Unsane y a Richard Dawson, a Sigur Rós y a A.R. Kane, a Holly Herndon y a Mbongwana Star, a Orchestra Baobab y a The Avalanches, a U.S. Girls y a Protomartyr, a Parquet Courts… Salvaje variedad, el paraíso de los melómanos abiertos de orejas.
Añadamos a la pócima a PXXR GVNG (caóticos, por supuesto, pero viviendo su trap y su juerga a tope), a Los Chichos (rumba flamenca por la cara), a Cabaret Voltaire (Richard H. Kirk desdeñando la nostalgia), a Radiohead (que batieron el récord de espectadores del festival en un concierto con 45.000 personas) y a Brian Wilson (que recreó el “Pet Sounds” cincuenta años después). Etcétera, etcétera, etcétera… Ah, bueno, y el sonado regreso de LCD Soundsystem. Los neoyorquinos retomaron las cosas donde las habían dejado cinco años antes con el mismo espíritu retrofuturista. Lo hicieron en dos conciertos; el primero en la sala BARTS, el 31 de mayo, fue la recuperación del espíritu que se vivía en esa misma sala, conocida entonces como Studio 54, en los años ochenta: lo-cu-ra.
La confirmación de una enorme y magnética Solange como hechicera del nuevo soul con la presentación de su “A Seat At The Table” fue la cumbre del Primavera Sound 2017. Insuperable a nivel escénico, iluminado y coreografiado al milímetro, su show fue la perfección del buen gusto. Su equilibrada mezcla de R&B, funk y hip hop sentó cátedra desde la elegancia y la sutileza. Moderna y clásica, su ambición aspira a la combinación perfecta. La consigue. Un diez.
La emocionante recuperación de un referente inclasificable como Annette Peacock, rescatada del olvido, aportó una curiosa visión a una obra que en su día fue experimental y que en 2017 sonó paradójica en su forma jazzística versada en un pop de autora con visos de poetry urbano. Mucho más vanguardista fue la memorable y brutal performance (por sus problemas en la cadera, sentada en un imposible trono de escombros) de Elza Soares, mito y leyenda de la música brasileña, diosa en la Tierra a sus 80 años, que nos brindó una revitalizante, experimental e inenarrable samba post-punk coronada por su furiosa voz.
El doblete de The Magnetic Fields en el Auditori Rockdelux presentando el teatrillo autobiográfico del medio centenar de canciones de “50 Song Memoir”, su álbum de ese año, fue un acontecimiento muy especial: un septeto musicando la tragicomedia vital de un Stephin Merritt ingeniosísimo que, en aquel contexto exhibicionista, parecía, incluso, feliz. Incidiendo en el recorrido año a año, de 1966 a 1990 el primer día y de 1991 a 2015 el segundo, la simpática performance ególatra fue un ejercicio narrativo extraordinario, ciertamente delicioso. Son cosas que solo pasan una vez en la vida. ¿Lo viste?
¿Quién no soltó una lagrimita en la edición 2018 (del 30 de mayo al 2 de junio)? ¿A quién no se le encogió el corazón? Hagan apuestas, pero lo de Jane Birkin (con la Orquestra Simfònica del Vallès dirigida por James Ross) fue uno de esos momentos que dejan (profunda) huella: atardecer idílico, temperatura ideal, música como bálsamo emocional generador de recuerdos, respetuoso silencio entre el público… El repertorio de Serge Gainsbourg, arreglado por Nobuyuki Nakajima, expuesto con una delicadeza y un savoir faire difícil de igualar: “Baby Alone In Babylone”, “Valse de Melody”, “Jane B.”, “L’anamour” y “Manon”, entre otras, sonaron frágiles y majestuosas con una Birkin-médium idónea para insuflar vida a las canciones de Gainsbarre.
Otro invencible fue Nick Cave en su nueva visita al festival. Con The Bad Seeds perfectamente engrasados, el australiano provocó un tornado sónico que alternó ráfagas de introspección con otras de furia, con ebulliciones abrasivas como “The Mercy Seat”, “Red Right Hand”, “Deanna” o “Stagger Lee”. Murder ballads con invasión de escenario incluida (con el “triunfito” Alfred García entre ellos; “keep on pushing in it”, cantaba) para testimoniar la grandeza de un artista con mayúsculas que no necesita salirse del territorio que él mismo ha creado para trascender.
2018 también será recordado por los más valientes por la propulsión de feroz free jazz de los intocables Art Ensemble Of Chicago, con más de medio siglo en activo: sin concesiones de cara a la galería mientras manipulaban saxo, trompeta, batería, violonchelo, percusión y dos contrabajos para sentar cátedra con su experimentación radical libre y espiritualidad de raíz africana.
Y el dúo Maria Arnal i Marcel Bagés, en proceso creciente de expansión artística, se bastaron y se sobraron para afianzar lo mostrado en “45 cerebros y 1 corazón” (2017), cerrando su actuación en el Auditori Rockdelux por todo lo alto con ese hit que es “Tú que vienes a rondarme”, canción-tesoro que marca trayectorias para la posteridad.
Björk –que compensó su suspensión de la edición de 2012 con un concierto nada complaciente y cargado de imágenes utópicas y sonidos catárticos; material nada fácil en un escenario gigante: valor– encabezó un cartel rebosante y variadísimo de divas para todos los gustos: Lorde (eufórico fin de fiesta con “Green Light”), Arca (DJ set variado cual montaña rusa con visuales nada placenteros), Jorja Smith (sedosa, sobria), Sevdaliza (fascinación que, incomprensiblemente, rompió), Charlotte Gainsbourg (estilazo francés), Javiera Mena (aeróbico pop electrónico), Fever Ray (erótica sadomaso), Lykke Li (irregular magnetismo pop), Bad Gyal (en brazos del dancehall) y Amaia (en plan sorpresa, y muy bien al piano, que no tanto con banda). Convivieron orgullosas en un listado de nombres cada vez más kilométrico que incluyó a The Internet, John Maus, Four Tet, Superorganism, Chromeo, Claro Intelecto, Fermin Muguruza & The Suicide Of Western Culture, Rolling Blackouts C.F., Capullo de Jerez, Mike D, The War On Drugs, Majid Jordan, C. Tangana… Y a muchos otros.
Entre el 30 de mayo y el 1 de junio, The New Normal como futuro perfecto. Un Primavera más divertido, más colorido y, sobre todo, más femenino tuvo en Janelle Monáe, en un concierto exclusivo del festival, a la artista internacional que enamoró a todo tipo de públicos (la alcaldesa Ada Colau, en las primera filas). Su espectacular show de deslumbrante retrofunk, con reclamo audiovisual y bailarinas de apoyo, sostuvo el discurso añadido de una activa reivindicación de la libertad sexual plena. Fue una exuberante muestra de ese poder femenino que el festival se había marcado como línea programática en su ideario de igualdad, conseguida aspiración que continuó, un día después, en el mismo escenario, con el triunfo absoluto de Rosalía. La catalana desencadenó su particular huracán musical de superestrella del pop contemporáneo sujeta a unos términos que solo ella dicta con esa majestuosidad tan colosal, ya sea mediante trap, reguetón o cante flamenco. Ese sábado, 65.000 personas se dieron cita en el recinto del festival, el récord de asistencia en un solo día. Así que muchos de ellos pudieron disfrutar también de Solange, que ofreció, con su recién estrenado “When I Get Home”, otro fino show marca de su casa: arte y ensayo visual y musical, entre lo refinado y lo racial.
La cordobesa María José Llergo, acompañada por la electrónica de Lost Twin y las guitarras de Marc López y David Soler, estableció un precioso puente entre las raíces del flamenco y las prospecciones de un pop desvergonzado. Poder vocal y visión artística que la de Pozoblanco acabaría acoplando en los cortes de “Sanación” (2020).
Entre lo inesperado del cartel, fue sorpresa el reencuentro con Bush Tetras, en magnífica forma con su receta todavía fresca de post-punk y no wave neoyorquino: Pat Place y Cynthia Sley demostraron saber cómo detener el tiempo.
Y fue confirmación sonada lo de King Shabaka Hutchings liderando a todo pulmón el vibrante marasmo de The Comet Is Coming y Sons Of Kemet XL en días consecutivos (sus actuaciones activaron el sudor del mejor free jazz-funk, de la sala a la calle, de la fiebre al éxtasis). Y fue satisfacción la recuperación de la marca Cybotron por parte de Juan Atkins, verdadera piedra fundacional de electro y del techno detroitiano: himnos sintéticos como “Techno City”, “Cosmic Cars” y “Clear” en una auténtica lección de perfecta robotomanía de techno cromado.
Fue el año de Pusha T, JPEGMAFIA, IDK, Danny Brown, Future, Ivy Queen, Little Simz, slowthai, Tierra Whack, SOPHIE, Charli XCX, Nas, Erykah Badu, Neneh Cherry, Lizzo, Danny L Harle, Mykki Blanco, cupcakKe, Terry & Gyan Riley, Bridget St. John, Guided By Voices, Liz Phair, Cate Le Bon, Suzanne Ciani, Robyn, Miley Cyrus, Kali Uchis, Big Thief, Soccer Mommy, June Of 44, Mura Masa, Tirzah, Kurt Vile, Shonen Knife, Carly Rae Jepsen, Amyl And The Sniffers, Carcass, Stereolab… Más Big Red Machine (con el The National Aaron Dessner y Justin Vernon de Bon Iver) y The Messthetics (con Joe Lally y Brendan Canty, ex-Fugazi). Y J Balvin (con él llegó el reguetón y la polémica al festival; polémica hubo, pero fiesta, sobre todo, también). También Yung Beef tuvo su función de curador con la dirección artística del escenario El Punto, donde los sonidos urban obtuvieron representación absoluta (e histórica con DJ Playero y Hurricane G con Tony Touch).
Después, ya saben, pasó lo que pasó. Y así estuvimos, dos primaveras y dos veranos y dos otoños y dos inviernos, esperando que llegase esa nueva normalidad de la vida normal. Dos años en barbecho… hasta hoy. Que disfruten del nuevo Primavera Sound 2022. Doble, inacabable, dos fines de semana conectados entre sí con multitud de conciertos interesantísimos. ∎
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