Cómic

Brecht Evens

JolgorioAstiberri, 2022

20. 07. 2022

Hubo un tiempo en el que Brecht Evens (Hasselt, 1986) fue el niño prodigio del cómic belga. Debutante con solo 23 años con la deslumbrante “Un lugar equivocado” (2009; Sinsentido, 2011), pertenece a una generación que ha disfrutado de la libertad creativa conquistada por la anterior, la adscrita a la nouvelle BD –Joann Sfar, David B., Christophe Blain y compañía– que sacudió el polvo del encorsetado cómic francobelga de los 90 y primeros 2000. Evens ha construido una carrera al margen de la tradición, sin ningún interés por respetar las normas clásicas. Y no hay nada que ilustre mejor este desapego por el canon que su renuncia a la línea como elemento vertebrador de su dibujo, que se construye, más bien, con la mancha de color.

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Tras “Pantera” (2014; Astiberri, 2018), un perturbador libro en el que exploró los miedos infantiles, Evens regresa con “Jolgorio” (2018; Astiberri 2022) al universo nocturno y urbanita que presentó en su primera novela gráfica, con la que comparte además algunos espacios, como la discoteca Harem. Como en “Un lugar equivocado”, presenta a un puñado de personajes jóvenes que se entregan a la noche, espacio de fantasía donde todo puede suceder, en busca de jarana y “experiencias” que los alejen de sus problemas. Sin embargo, algo ha cambiado. Los casi diez años que median entre ambos cómics parecen haber dotado a la visión de Evens de un poso más oscuro y reflexivo: las tres historias principales de “Jolgorio” giran en torno a personas en crisis, con pasados que van asomando poco a poco y que nos llevan de la mano a través de una odisea que alcanza tintes metafísicos y de renacimiento personal.

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Las vidas cruzadas, las narraciones orales y la divagación narrativa son elementos que buscan una inmersión sensorial: más que una historia, Evens está trazando estados de ánimo principalmente a través de sus colores, de fuerte impronta pictórica –no es difícil detectar la influencia del fauvismo y otras vanguardias del siglo XX– y que conforman espacios que son físicos, pero también emocionales y psicológicos: incluso espirituales. Asume la naturaleza dúctil del dibujo y la lleva más allá de la pura representación mimética para alcanzar terrenos en los que puede fluir hasta juguetear con la abstracción. La superposición de colores y formas se suma a diálogos profusos rotulados manualmente –excelente el trabajo técnico de Juanjo el Rápido y Alba Diethelm en la edición española–, de individuos que quieren diferenciarse entre sí por su apariencia externa pero que se confunden en una auténtica “sinfonía urbana”. Todo un jolgorio. ∎
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