“Yo no sabía que se había visto obligada a abrir a los asesinos, que la amenazaron con las armas, ni que, aunque no sea responsable de nada, ya había empezado a vivir con ese recuerdo...”. Así describe Philippe Lançon en “El colgajo” (2018; en España 2019) su primer encuentro con Coco, el 7 de enero de 2015, tras la masacre en la redacción de ‘Charlie Hebdo’. En el lugar de los hechos. Que uno y otra sean supervivientes del atentado islamista establece, entre ellos, un hilo intelectual y emocional que cose sus respectivas obras. La de Lançon y la que nos ocupa: “Seguir dibujando” (2021; Bang, 2022). ¿Un cómic sobre un estrés postraumático de guerra, casi? ¿Un alegato político contra la barbarie extremista? ¿Un reproche hacia quienes abandonaron a su suerte al semanario satírico desde la mismísima izquierda? ¿Una carta post mortem de admiración al maestro Cabu? ¿Una elegía gráfica a sus compañeros? Puede decirse que la novela gráfica de la autora francesa –Corinne Rey, nacida en Annemasse en 1982– es todo eso y que, además, cumple dos cometidos fundamentales: reivindicar por enésima vez la libertad de expresión sin ambages, expresando a su vez la necesidad de seguir dibujando y de seguir viviendo.
Tanto del cómic de Coco como del libro de Lançon se desprende un tono de reproche común hacia una parte de Francia que no estuvo o no supo estar a la altura de las circunstancias. Pero si en el caso del periodista se trata de una crónica centrada en su recuperación física y psicológica, para la caricaturista supone narrar el viaje al abismo de la reparación de su estado mental, representado por un oleaje que anega todo el cómic. Coco se interroga y juzga a sí misma, a sabiendas en realidad de que cualquier visión, si es mínimamente empática, jamás podría siquiera juzgarla. Es en estas secciones de la historieta donde realiza una caricatura triste que, en los momentos de acción –cuando los terroristas dictan su venganza: “Queremos a Charb”–, exhibe todo el terror del que es capaz. Las viñetas se reducen a la mínima expresión, como la ráfaga de balas, capaz de segar una vida en segundos (“tak tak tak” es una onomatopeya muda pero angustiosa).
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