“Laurie es un adolescente negro que hace que el balón se eleve, gire y no vuelva a caer. Lo hace girar alrededor de su torso mientras él se arquea como una bailarina de limbo. Es una especie de baile. Se puede sentir la música, palpitando al ritmo de su mente, sentir el breve roce de la pelota contra su pecho, su rodilla, su pie. La sube por el empeine hasta su cabeza, y luego la deja rodar y rodar, de un lado al otro de sus hombros, por detrás de su cuello. Y no hay nada que puedas hacer. Laurie se ha abandonado a su arte”, escribió uno los primeros periodistas en ver en acción a Laurie Cunningham (1956-1989). Y era un entrenamiento.
“Different Class. La historia de Laurie Cunningham” (“Different Class. The Story Of Charlie Cunningham”), el libro de Dermot Kavanagh original de 2017, llega ahora traducido por el Colectivo Bruxista, con prólogo del historiador Carles Viñas. No es una biografía al uso, es un recorrido por la historia contemporánea de la Gran Bretaña negra creada por los afrocaribeños –la de la migración que llegó a borde del Windrush en 1948, aunque el grueso lo hiciera en las décadas posteriores–, repleta de contexto sociopolítico y un repaso a las subculturas propias que crearon las comunidades establecidas en los barrios del norte de Londres y otras grandes ciudades del país.
Bailar y ser elegante le resultaba a Laurie Cunningham tan natural como jugar a fútbol. Una identidad armada a través de la música, la ropa y el baile, con un estrecho lazo emocional con su tierra de origen. Amante del soul y de la moda, se crió en Londres escuchando el jazz y el ska de sus padres y el reggae de su hermano mayor. Pero el joven Laurie, el pícaro de clase trabajadora, un adolescente avanzado con una innata capacidad para captar cualquier transgresión estética y el más mínimo detalle estilístico para generar impacto, encontró su sitio entre los soulboys: jóvenes de clase trabajadora con predilección por los sonidos más duros e impulsivos, con gusto por lo americano y con afán de modernidad. La Motown era demasiado comercial. El northern soul, su equivalente norteño, demasiado arcaico.
Talentoso, díscolo y rebelde, Cunningham fue el segundo futbolista negro en jugar para la selección inglesa a cualquier nivel y el primer británico y segundo negro fichado por el Real Madrid en toda su historia. La puntualidad y la disciplina nunca fueron sus fuertes, pero a base de talento y carácter desmontó todos los mitos sobre las aptitudes y las actitudes de los futbolistas negros y se superó y se enfrentó a todas las discriminaciones y ataques racistas a lo largo del camino. Llegó a profesional con el Leyton Orient londinense (recordado es su episodio puño en alto ante los ataques racistas de los seguidores del Millwall) e iluminó los sombríos páramos de los Midlands, el Black Country inglés, con el West Bromwich Albion, hasta llamar la atención del Real Madrid.
Durante su etapa en España, a la que llegó en 1979, fue considerado poco más que un ser exótico, víctima del racismo consustancial de la sociedad española de la época, o un tipo con mala suerte. Dejó momentos de brillantez. Por encima de todos, una actuación estelar en el Camp Nou, que lo ovacionó. Pero Laurie Cunningham fue víctima también del peso de las expectativas y del precio de su traspaso récord, y sobre todo del conservadurismo y la moral sobria y tradicional de club fuertemente enraizado a su ideario franquista con el régimen recién terminado. Su gusto por la noche madrileña y la vida dispersa junto a su mujer Nikki nunca fueron del agrado de los dirigentes blancos. Una fotografía en una discoteca estando lesionado fue el punto de inflexión de su etapa en Madrid. Aquella lesión, el fin de su carrera.
Laurie Cunningham fue uno de los futbolistas capaces de levantar el puño hace casi medio siglo. El fútbol inglés recoge ahora los réditos de aquellas batallas. La selección inglesa atraviesa los mejores momentos en sesenta años gracias a los nietos de aquellas generaciones, aunque la lucha sigue en marcha y su legado y memoria presentes. Cuando la English Heritage anunció que le dedicaría una de sus clásicas placas azules, el nombre de Cunningham figuraba junto al de Ava Gardner, Samuel Beckett o Freddie Mercury.
Manchester United, Sporting de Gijón, Olympique de Marsella, Leicester, Charleroi, Wimbledon y Rayo Vallecano: Cunningham, convertido en un trotamundos en busca de relanzar su carrera, encontró un reino improbable en Vallecas, siempre radical y combativo, como él. Falleció una noche de 1989, a los 33 años, en las calles de Madrid, al volante de su Seat Ibiza. La juventud eterna para el futbolista bailarín. En tantas ocasiones, el obsequio perverso de la tragedia. ∎
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