Literatura de fregadero, eso es lo que rezuma la lectura de “Nuestro corresponsal en el vacío” (“Onze verslaggever in de leegte”, 2020; Bunker Books, 2022). Dicho descenso sin miramientos hacia el infierno está inspirado en la amplificación del grado de ficción dolorosa en torno a diversos capítulos de poso autobiográfico de la vida del protagonista de esta novela, designado con el mismo nombre que quien escribe líneas narrativas con escalpelo como Dimitri Verhulst (Aalst, 1972), escritor curtido en la escuela de los grandes narradores al límite del precipicio vital.

De la cósmica del vacío infernal aplicada por Hubert Selby Jr. a la típica teorización del dolor existencialista, tan francés, el escritor flamenco –que aquí conocimos gracias a los demoledores “Hotel Problemski” (2003; Lengua de Trapo, 2008) y “La miseria de las cosas” (2006; Lengua de Trapo, 2011)– nos adentra en diversos fragmentos de una autobiografía de músculo trágico para acentuar el horror de tener que vivir en la rutina permanente de evadir el dolor por medio de la adicción a la cocaína y el alcohol.

Al igual que Verhulst, el personaje central es un escritor anclado en la ruina personal transmitida desde el propio destino de su padre, que falleció debido a la vida de desenfreno que marcó su existencia.

El periplo de Dimitri por la cuerda floja es una constante que cose los diferentes episodios vitales, aquí vertebrados en un gran angular enfocado al ser atormentado por los demonios heredados por vía consanguínea.

Con estos mimbres argumentales, Verhulst se destapa como contundente estilista del desapasionamiento total. Sus descripciones no transmiten vida ni muerte. Se podría decir que estamos ante el extremo más absolutamente alejado del brío desbocado de Céline: Verhulst hila sentencias con frialdad quirúrgica. En su forma de escribir no asoma ni un gramo de poetización de la miseria descrita. Radiografía de la autodestrucción que desarrolla con mimetismo selbyniano, al mismo tiempo que le sirve para reflexionar sobre la percepción del arte, pero ante todo de la idiosincrasia de la soledad absoluta. La misma que lo empuja continuamente a encontrarse con situaciones límites que lo llevan a la cuerda floja. Estampas que fluyen motivadas por la necesidad desaforada de hablar con sinceridad absoluta. De ahí el terror que desprenden estas poco más de 140 páginas que nos arrastran a los suburbios del alma humana. Vivencias en dos rombos cuajadas desde los estertores emocionales de un tipo capaz de sembrar sonrisas torcidas a golpe de humor de extraperlo a lo largo de un texto que avanza sin freno a través de una poderosa poética urbana de la miseria. Una que nos hace pedir perdón por vivir un día más, pero que al mismo tiempo rehúye la sombra permanente del suicidio.

Desgarrador como un golpe de martillo anestesiado, “Nuestro corresponsal en el vacío” hace que el 99% de autores mortificados en vida suenen a chiste superficial. Ni más ni menos. ∎