Por Gonzalo de Lucas→
13. 01. 2023
En 2003, Marco Bellocchio abordó el caso de Aldo Moro en “Buenos días, noche”, una película filmada casi por entero en el piso en que secuestraron al líder político y que reflejaba el punto de vista de Chiara (Maya Sansa) y sus compañeros de las Brigadas Rojas en su ensombrecimiento psicológico. Casi veinte años después regresa a ese suceso obsesivo e imborrable, que contempla como “el fin de los partidos políticos y del propio concepto de política” en Italia, con la idea de efectuar el contraplano de aquella película y mostrar lo que sucedía en el exterior. Acaso sea también para enmendar, revisar, parte de aquella película.
Bellocchio, que en su madurez lleva por lo menos un par de décadas en su mejor forma cinematográfica, filmando con un estilo limpio, sosegado, pero perturbador e incisivo, crea una obra extraordinaria sobre la conmoción íntima y colectiva en la que consigue expresar la atmósfera emocional que recubre como una neblina la vida pública de un país y la vida mental de los personajes, y en la que lo frío y lo turbio y la negra culpabilidad se hacen dominantes.
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