¿Qué significa “tener” un perro? ¿Ser propietarios de un animal de compañía nos convierte en sus “amos”? ¿Es lícita la compra-venta de estos animales? ¿Somos dueños de nuestras mascotas o, por el contrario, el perro es un miembro más de pleno derecho de la familia? Todas estas preguntas forman parte de la conversación pública (y privada) contemporánea. La ley de bienestar animal que entró en vigor en España en marzo de 2023 dice en su preámbulo que los animales que viven en el entorno humano son “seres dotados de sensibilidad cuyos derechos deben protegerse”. Nuestra relación con los animales es ahora sujeto de discusión jurídica, pero que humanos y perros comparten vínculos afectivos que rozan lo sagrado ha sido asunto de la literatura incluso desde antes que se escribiera: Argos demostró su inquebrantable fidelidad a Ulises en un canto homérico que retumba todavía en el siglo XXI.
Vamos a detenernos en dos recientes novedades editoriales que tienen al perro como eje central de su tesis: el animal como ser amado. En “Jim” (2023; Libros del Zorro Rojo, 2024), todo un histórico del cómic europeo como François Schuiten (1956) llora la pérdida del perro que lo acompañó en todo momento durante 13 años de su vida. La muerte de un can siempre es una muerte anunciada; el horizonte de su vida se puede prolongar más o menos, pero la certeza de que lo más probable es que el perro no sobreviva a su dueño es un motivo de tensión emocional que sobrevuela toda la relación entre ambos.
Planteado como un ejercicio de superación del duelo, “Jim” (el nombre del perro fallecido de Schuiten) es un libro ilustrado de gran belleza plástica, como cabría esperar del dibujante de la serie“Las ciudades oscuras” (desde 1983, con guion de Benoît Peeters; el álbum más reciente, de 2023, lo ha traducido Norma el pasado febrero). En el prefacio de “Jim”, el autor advierte que, tras la partida de su perro, “dibujarlo parecía la única terapia posible”. Y a ello se dedica a lo largo de más de cien páginas, a plasmar a su compañero en un blanco y negro cristalino, sincero. Dibujar a Jim desnuda al belga de más aspiraciones que la honrada exposición de su dolor, sin miedo a parecer evidente o poco ingenioso. Que en una de las ilustraciones del libro sus lágrimas formen un estanque donde el bueno de Jim chapotea tan a gusto no es, desde luego, una metáfora visual de altura, pero nada más lejos del ánimo de Schuiten que jugar la carta del arte elevado. La pérdida de Jim solo se puede explorar recordándolo, dibujándolo, y a ello es a lo que se dedica el autor, en un ejercicio íntimo que, de manera inevitable, conecta con todos aquellos que comprenden qué es pasar el tiempo junto a un perro.
Suponemos que Keum Suk Gendry-Kim (1971), la autora de “Perros” (2022; Reservoir Books, 2024), encontraría en el libro de Schuiten algo parecido a una gramática común, entregada en su último cómic publicado en nuestro país al dibujo de sus perros durante páginas y más páginas bien jugando, bien olisqueando, bien haciendo, bueno, todo tipo de cosas que hacen los perros. La dibujante ofrece en este trabajo un homenaje a sus mascotas y, a su vez, a todos los perros posibles: los felices acompañantes de sus humanos y los dejados de la mano de Dios. La autora surcoreana tampoco olvida la, digamos, problemática relación de su país de origen con los perros, donde su carne se usa en diversos platos tradicionales (un tema candente; recientemente el gobierno ha promulgado una ley que prohibirá su comercio y consumo a partir de 2027), si bien no termina de hincar el diente en la cuestión tanto como el lector quisiera. Tal vez el principal déficit del libro es esa falta de mordiente en su exposición que le confiere cierta levedad contemplativa (tan del gusto oriental, por otro lado), aunque, como Schuiten, deja bien claro que tampoco es que albergara mayor propósito al dibujarlo que crear un diario personal, y subraya sus intenciones en un epílogo bienintencionado.
Puede que a la autora de dos trabajos tan sólidos como“Hierba” (2017) y “La espera” (2021) le pidamos algo más de ambición, pero donde sí acierta de pleno es en su dibujo: atmosférico, con un potente blanco y negro cimentado en un vigoroso uso del pincel y de la tinta, con el que expone sin romanticismo los paisajes rurales de Corea; bellos, sí, pero también poblados de rastrojos, matorrales y jaulas con perros abandonados. La brocha rota de Gendry-Kim se recrea con deleite en los retratos de los perros, ofreciendo un verdadero recital de apuntes al natural de sus mascotas.
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