Estamos ante una novela única y por tanto excepcional. Es una excepción en todos los posibles términos de la palabra, por temática, por tono, por imaginario, por personajes, por construcción narrativa, por ambición, por cualquier tontería que se utilice para hablar de libros. La nueva novela de Gabriela Wiener (Lima, 1975), “Atusparia”, es una excepción y por tanto excepcional. No es una exageración, es una constatación, un “facto”, como dicen hoy los jóvenes.
La escritura de Wiener siempre pareció tocada por unas pequeñas magas del lenguaje que hacen que todas las palabras brillen, parezcan originales, como si nadie las hubiese utilizado nunca. Y en “Atusparia” este certificado talento llega al sumun. Se suele hablar de que los escritores han de tener voz propia, pero lo cierto es que pocas veces ocurre. Todos siguen parámetros prefijados y frases hechas que hacen que sus libros parezcan un “greatest hits” de momentos de otras novelas. Las palabras de Wiener son tan suyas que las lees en tres dimensiones: son físicas, te tocan, las sientes, las hueles, conversan contigo al oído.
Después del éxito de su anterior “Huaco retrato” (2021), la escritora peruana abandona las estrategias manidas de la autoficción y se atreve con una novela de política de gran envergadura sobre un personaje, una mujer, Atusparia, y su luchas públicas y privadas a lo largo de una vida por lo menos singular. La veremos desde su etapa en el colegio hasta un futuro cercano luchando con Las Ritas, movimiento indigenista antipatriarcal. Entremedio, un collage formal que incluye crónicas, cuentos, ensayos políticos y un largo etcétera de estrategias narrativas contemporáneas.
En este cajón de sastre está su valor. Los amantes de las novelas decimonónicas con una estructura lineal y homogénea que se vayan a la porra. Aquí lo que hay es exceso, literatura, originalidad, poesía y mucho, mucho atrevimiento. Wiener domina su caudaloso río de formas a placer. Nos arrastra con él, pero no deja que nos ahogue en ningún momento. Aunque lo mejor sigue siendo el personaje principal y la narración de su vida. ¿Saben esos discos que tienen una canción tan buena al principio del álbum que dejas de escuchar las excelentes canciones que vienen después?
Porque Atusparia es el nombre del colegio donde estudia esta mujer, una institución soviética experimental que a su vez coge su nombre de Pedro Pablo Atusparia, el icónico líder indígena peruano que protagonizó la Rebelión de Huaraz en 1885. Solo hay que ver como arranca la novela para ver la razón de por qué es tan fascinante. “Los rusos son para mí personas blancas que huelen a pescado”. La frase marca el tono del personaje, su humor, su contraposición contra lo blanco hegemónico, su tono descarado, y nos indica a la perfección el inicio de una búsqueda permanente hacia una identidad propia más allá de todo lo normativo institucionalizado.
Si París era una fiesta para Hemingway, Atusparia es una auténtica fiesta de todo lo bueno y mejor que puede ofrecer la literatura hoy día. Y no hablamos de una buena historia que nos haga sentir cómodos bien acurrucados en la cama. No, aquí no hay comodidad, aquí hay fiesta y aquí hay que leer de pie, gritando algunas de sus frases, celebrándolas, porque leer no es algo para ayudarnos a dormir, ¡jamás!, es una experiencia para despertarnos de tanto letargo, aburrimiento y repetición. ∎
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