Con el estreno, hoy, de “La mujer que escapó” los cines españoles vuelven a dar la bienvenida al director coreano Hong Sangsoo. Para celebrarlo, hemos pedido a uno de sus fans ilustres, el músico Marcelo Criminal, que escriba unas líneas sobre el filme y, también, sobre las formas musicales que posee la obra de este cineasta en permanente estado de gracia.
En “La mujer que escapó” (2020; en España, 2021), la protagonista no escapa a ningún lado, más bien lo contrario, espera a su marido, que ha salido de viaje separándose de ella por primera vez en cinco años. Gam-hee, encarnada por Kim Minhee, ocupa este tiempo visitando a algunas amigas, poniéndose al día, comiendo y bebiendo, quejándose y, como se dice ahora, vibrando. El conflicto es, como mucho, psicológico y silencioso, solo sugerido. En los tres actos de la película (en el sentido más tradicional del término: tres actos, tres escenarios, tres bloques de personajes), el actor conecta de forma íntima con otra mujer, se pregunta por su pasado, presente y futuro, y su relación con el mundo, pero también ayuda a otras personas de forma generosa a solucionar sus propios problemas. Sobre ellas y su insatisfacción, quizá (en esta película a casi todo le rodea un “quizá”) planee el fantasma de la única mujer que “escapa” en todo el metraje, aquella de la que se nos cuenta que abandonó a su marido y su hija sin volver a dar señales de vida; una mujer, nuevamente quizá, feliz.
Cuando recibí un mensaje de la honorable redacción de Rockdelux ofreciéndome escribir sobre “La mujer que escapó”, me faltó tiempo para abalanzarme sobre la tarea, feliz y agradecido de poder ver una película de Hong Sangsoo en mi portátil un par de semanas antes de su estreno (mediante un enlace facilitado por la distribuidora, claro está) a cambio de unos suculentos euros. Lo hice con total concentración durante los apenas setenta y cinco minutos que dura el filme, sin mirar el móvil ni hablar con nadie, demostrando que, lejos de ser un profesional de la crítica cinematográfica, soy un simple aficionado. Me disculpo por ello antes de que sea demasiado tarde.
Me lo pidieron a mí y no a otra de las insignes firmas de la revista, imagino, porque sabían de mi devoción por el director coreano, y porque tenían una poderosa sospecha acerca de la relación entre su cine y mi música o, de manera más general, con alguna clase de música; tarea en la que me veo más legitimado para comentar. Y, en efecto, creo que la relación es total (más allá de las labores de compositor del propio Hong y la increíble banda sonora de la película) y que su cine posee cierta musicalidad.
Por un lado, los ritmos de producción. La esperadísima “La mujer que escapó” no es ni mucho menos la última película de Hong Sangsoo. Desde su laureado estreno en el festival de Berlín de 2020 ha presentado ya otra película, “Introduction”, en la edición de 2021 del mismo certamen, y una más en Cannes, “In Front Of Your Face” (siempre prolífico, entre 2010 y 2018 estrenó catorce largometrajes, descansando únicamente en 2019). Los ritmos del director coreano probablemente tengan más que ver con una forma muy personal de entender la creación cinematográfica que con la famosa “autoexplotación”, pero señalaremos que la frecuencia de sus películas se parece mucho al goteo de singles y trabajos que exige la industria de la música contemporánea y que celebra con tanto ahínco Daniel Ek, CEO de Spotify.
Continuaremos con la rima. De todos los directores de cine narrativo de nuestro tiempo, no creo que haya ninguno tan obsesionado con las estructuras cíclicas, las repeticiones y las microvariaciones. La película que nos ocupa no es la más audaz en ese aspecto –“Ahora sí, antes no” (2015) debe seguir siendo su ochomil, su cima–, pero, en ella, Hong parece obsesionado en investigar y dotar de cierto misterio a la clase de rutinas que plagan nuestras vidas. Tenemos un estribillo, que se repite tres veces, en el que la protagonista cuenta su estado actual (se halla alejada de su marido por primera vez) y recibe respuestas parecidas en el tono pero con pequeñas diferencias en el sentido, como cuando en el segundo estribillo el batería toca los platos con una potencia superior o a la banda se le ocurre la genial idea de acabar la canción por todo lo alto y deciden llamar a un trompetista para que acompañe los últimos compases. Hacia el final de cada uno de los actos, contrastando con la placidez general de las conversaciones femeninas, aparece un hombre (siempre en el exterior, más allá del umbral que marca una puerta) que quiebra ese ambiente de intimidad y calma; como yo lo veo, la función de estos episodios es parecida a la del socorrido pero usualmente efectivo recurso de la estrofa alegre y despreocupada que termina con un verso oscuro, obligándonos a cuestionar la realidad o la profundidad de lo que ya hemos oído.
Como algunos de los grandes de la música, Hong Sangsoo ha encontrado su sonido y se siente tan cómodo repitiendo esquemas como lo estamos su público al introducirnos en ese universo de comidas regadas en soju, inseguridades sentimentales y salas de cine. Cada una de sus películas tiene una personalidad distinta y tampoco es necesario acusar al cineasta de acomodarse en los lugares comunes, todo lo contrario: si hay algo que admiro de él es su capacidad de ser prolífico e interesante en base a sus investigaciones progresivas sobre un inventario limitado y autoimpuesto de sucesos y personajes. Su “costumbrismo mágico” y sus protagonistas resultan cada vez más estimulantes utilizando cada vez menos palabras. Y, de alguna forma, la puesta en escena consigue aquí ser más minimalista que nunca, hasta el punto de que hay zooms que uno celebra con el mismo alborozo que un gol decisivo (hay uno, en particular, que me hará ir al cine en cuanto pueda a ver de nuevo la película; ya ha sido descrito en algunas críticas, pero considero que hacerlo aquí sería un spoiler injusto para el futuro espectador).
Puede que las películas de Hong, como las canciones de los Ramones, se mezclen en la memoria, pero cuando uno ve una película como “La mujer que escapó” siente la misma vitalidad y la misma maravilla ante todo lo que se puede extraer de muy pocos elementos. Uno piensa que, con un poco de ganas y de ojo, podría hacer lo mismo o incluso algo mejor; para mí, esa y no otra es la magia que nos atrae de la música pop. ∎
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