Por Andreu Marves→
20. 10. 2023
Cuando Martin Scorsese –y su guionista, Eric Roth– decidieron adaptar “Los asesinos de la luna. Petróleo, dinero, homicidio y la creación del FBI” (2017; Random House, 2019), la obra de David Grann acerca de los asesinatos de varios miembros de la tribu de los osage, se situaron en la frontera entre dos de los géneros más longevos en la cinematografía estadounidense: el wéstern y el cine criminal. El genocidio cometido por un grupo de blancos que codiciaban el patrimonio nativo americano es un ejemplo del expansionismo colonial tan retratado por el wéstern, pero la sistematicidad de la empresa –que se refleja en la de la investigación realizada por un FBI entonces naciente– la acerca a preocupaciones contemporáneas, más propias del cine de gánsteres. Lo que interesa a Scorsese de ambos géneros es la crítica que en ellos subyace del proyecto norteamericano como algo intrínsecamente violento. Se trata, pues, de un proyecto ambicioso, que continúa los temas de “Uno de los nuestros” (1990) o “Gangs Of New York” (2002) a la par que profundiza en sus raíces históricas, prestando especial atención a las tensiones raciales: su extensa duración –casi tres horas y media–, la vívida ambientación y una narrativa compleja, que sigue a una docena de personajes a lo largo de una década, son pruebas de esa ambición.
En medio de este gran conflicto, se halla el matrimonio Burkhart, formado por Ernest (Leonardo DiCaprio), sobrino del cerebro de la operación, William Hale (Robert De Niro), y Molly (Lily Gladstone), la osage con la que se ha casado para heredar sus propiedades una vez asesinen a todos los miembros de su familia. La suya es una relación extraña y misteriosa, no exenta de amor pero aun así atravesada por las intenciones criminales de Hale a las que Ernest accede, no sabemos si por inacción o avaricia. Scorsese acierta al hacer de ellos el núcleo del argumento, ya que estos le brindan un material dramático más cautivador que el mero recuento de los hechos, así como un ángulo temático relativo a lo interracial, el cual acerca a “Los asesinos de la luna” (2023; se estrena hoy) al territorio del gótico sureño, más original y atractivo.
En una de las primeras escenas entre tío y sobrino, aquel le advierte de la presión que a menudo sienten los blancos por ocupar con estupideces los silencios estratégicos que los osage mantienen en las conversaciones. Esta dinámica dicta el fascinante duelo interpretativo entre DiCaprio y Gladstone: ella mantiene la boca cerrada y una postura recta, tanto literal como moralmente, lo cual le empuja a él, siempre con el ceño fruncido, a balbucir todo tipo de excusas. Las motivaciones de ambos resultan enigmáticas, a tal punto que la ignorancia –voluntaria o no– parece ser la única razón por la que la pareja insiste en su propia destrucción. Esta pulsión recuerda a la de los protagonistas de “El hilo invisible” (Paul Thomas Anderson, 2017), otro filme en que el emparejamiento de una estrella con una actriz poco conocida resultaba en la revelación de una fuerza interpretativa a seguir con atención; Gladstone es el auténtico hallazgo de la película.
Siguiendo la línea de “El irlandés” (2019), la puesta en escena es depurada y comedida, reservando los estilemas de Scorsese a puntuales secuencias musicales y experimentos con el formato. La caligrafía visual del cineasta neoyorquino es impecable, con un perfecto equilibrio entre refinados encuadres estáticos y planos largos y dinámicos –sin caer nunca en el exhibicionismo técnico–; a veces, incluso, presenta imágenes alucinatorias, evocando las atmósferas del mencionado gótico sureño. Si tuviera que poner alguna pega a “Los asesinos de la luna” sería, precisamente, que este tipo de riesgos escasean, resultando en una película algo monocorde en tono y ritmo. El respeto de Scorsese por el material con el que trata parece hacerle desconfiar de cualquier golpe de efecto; sin embargo, se reserva uno sublime para el final, con el cual nos recuerda la naturaleza ficcional de todo lo que hemos visto sin por ello renunciar a dar un homenaje emotivo a lo real. ∎
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