Las redes sociales han favorecido, alimentado y visibilizado este discurso. Hoy sabemos más que nunca de los intestinos del oficio porque quienes nos dedicamos a esto exponemos nuestras cuitas despreocupadamente en un espacio virtual al que hay que agradecer su mera existencia como espacio público, pese a todos sus problemas. Y uno de estos problemas es la inmediatez y la falta de reflexión previa, que en numerosas ocasiones lleva inequívocamente al exabrupto impertinente o al lloriqueo vergonzante. Que, bueno, pueden ser sinceros, no digo yo que no, aunque personalmente eche de menos que los argumentos tengan mejores cimientos.
Imagino que en un intento de ordenar sus ideas sobre la cosa esta de los tebeos y ponerlas (literalmente) negro sobre blanco, el escritor Javier Marquina (Huesca, 1975) y la dibujante Rosa Codina (Ordal, 1987) acaban de publicar con la editorial ECC el ensayo en viñetas “Cómo salvar la industria del cómic sin tener ni puta idea” (2023), una suerte de hijo con ganas de bulla de “Cómo hacer un cómic sin tener ni puta idea”, fanzine que el mismo equipo firmó en 2020 con clara intención didáctica. En cambio, en el nuevo volumen que nos ocupa, el ánimo pedagógico (aunque presente) deja paso a una suerte de terapia de grupo compartida con los lectores.
Tras un largo preámbulo donde Marquina se zambulle en un escenario posapocalíptico para dar rienda suelta a su especialidad, el género de aventuras, que ha cultivado escribiendo el guion de “Abraxas” (2018-2020), “La tercera ley de Newton” (2021) o “Progenie” (2021), los autores entran en harina y postulan su tesis con saludable sinvergonzonería. Codina es una dibujante muy solvente que aquí renuncia a cualquier artificio en pos de la claridad expositiva, ejecutando el trabajo con páginas sencillas, construidas a golpe de clarísimo y contrastado blanco y negro, haciendo uso de la caricatura sin estridencias y paginando a ritmo implacable. El trabajo de la barcelonesa ayuda mucho a que la lectura se haga digerible, máxime cuando aborda un tema que dudo mucho sea de interés para nadie ajeno a, precisamente, el objetivo de su análisis: las y los profesionales (de uno y otro pelaje) que pueblan esto que hemos venido a denominar como el “mundillo del cómic”. En definitiva, nos encontramos con una obra que en su pecado lleva la penitencia: puede que una edición en tapa dura y a veinte euros no sea la más apropiada para un cómic en blanco y negro de cien páginas. Es complicado entender a la industria del cómic partiendo de un presupuesto así.
Es cierto que no estamos ante un libro teórico, pero el tono de Marquina, más cercano a la cháchara de barra de bar que a una disertación bien fundamentada, tampoco ayuda a que tengamos claro cuál es el objetivo final del tebeo, que se soporta sobre una serie de generalidades basadas más en los prejuicios de los propios autores que en datos contrastados, aunque se laven las manos aludiendo a la dificultad de obtenerlos. ¿De verdad “entender” el manga ayuda en algo a la industria nacional? ¿Un estudio de mercado objetivo nos ayudaría a comprender por qué se vende lo que se vende más? Y de ser cierto eso, ¿cuál es el objetivo?
Fijémonos en el mercado literario y en un éxito reciente, “El infinito en un junco” (2019), de Irene Vallejo. Un ensayo sobre el origen de la literatura en el mundo antiguo que se erige como superventas absoluto durante dos años consecutivos. ¿Es un modelo replicable? Por otro lado, ¿es esa la labor de una editorial o de un autor? ¿El autor que elige hacer cómics sabiendo que se adentra en un entorno laboral precario solo puede argumentar para explicar su decisión que “es gilipollas”, como dicen Marquina y Codina en su libro?
Os estaréis dando cuenta de que tampoco es que yo plantee muchas respuestas, la verdad. No creo que a estas alturas tenga tiempo, capacidad ni, si me apuras, ganas para responder a nadie nada sobre cómo salvaría yo la industria, Dios me libre de saber siquiera si es que hay una, pero sí quiero cerrar este artículo poniendo el foco en el mayor acierto de “Cómo salvar la industria del cómic sin tener ni puta idea”: lo primero, lo urgente, es salvar a sus autores. Y en esto sí que tienen que ponerse de acuerdo todos los actores del sector, cada uno asumiendo la parte de responsabilidad que les corresponde. Porque fantasear con una huelga (no lo olvidemos, de trabajadores autónomos) como hacen Marquina y Codina aquí por el momento solo es eso, objeto de ficción, y ni siquiera en color. ∎
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