En un día radiante un perro se da un paseo por el campo, se encuentra con una horca e intenta suicidarse. Este es el espeluznante arranque de “La alegre vida del triste perro Cornelius”, de Marc Torices (Barcelona, 1989), el apabullante tomo recopilatorio –casi cuatrocientas páginas– de la saga de Cornelius, un can antropomorfo con cara de no haber roto nunca un plato que ha protagonizado varios fanzines e historias cortas que Torices ha ido publicando aquí y allá desde 2019. Militante de la escena artística nacida al calor de Fatbottom, la espléndida librería barcelonesa (a la par que tesoro nacional), Torices despliega y afina los recursos que ya había manejado con soltura en “Cortázar” (Nórdica, 2017, junto al escritor Jesús Marchamalo): cambios de registro epatantes, imaginativos diseños de página y un espectacular uso del color. Pero si en “Cortázar” el texto de Marchamalo fijaba con determinación el eje de coordenadas de la obra, en “La alegre vida del triste perro Cornelius” encontramos a un Torices comodísimo en su papel de autor completo, al servicio de sus obsesiones personales: la mentira, la culpa, el remordimiento y los animalitos graciosos vestidos de persona.
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