No sabemos exactamente qué le da miedo a Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973), pero sí sabemos lo que no. No le dan miedo, por ejemplo, los fantasmas; lo ha comentado muchas veces, en entrevistas, presentaciones y charlas. En “Un lugar soleado para gente sombría” están por todas partes; en algunos casos muy protagonistas, tan presentes como los humanos; en otros, más al fondo del plano. Tampoco le dio miedo –y esto también lo ha comentado recientemente– el éxito desbordante de “Nuestra parte de noche” (2019), que hubiera paralizado a muchos escritores sin saber cómo continuar. Tras el culto instantáneo y global de la novela, enseguida se publicaron “El año de la rata” (2021), compartido con el ilustrador mexicano Dr. Alderete, y “Porque demasiado no es suficiente” (2023), ensayo sobre su condición de fan de Suede (más que sobre la banda en sí). Y ahora llega esta, su primera obra de ficción totalmente nueva desde la novela, y tercera colección de relatos que publica Anagrama en España tras “Los peligros de fumar en la cama” (2009) y “Las cosas que perdimos en el fuego” (2016).
Los doce cuentos de “Un lugar soleado para gente sombría” dan miedo, pero no tanto. Diría que bastante menos que los pasajes más terroríficos de “Nuestra parte de noche” o “Las cosas que perdimos en el fuego”. O dan miedo de otra manera. Es posible que lo que más aterre a Enriquez no sean los espectros, las sectas o los monstruos, sino situaciones y realidades mucho más terrenales, como la pobreza y la enfermedad. La miseria, la violencia y la mezquindad de los humanos planea a lo largo de todo el libro, pero se hace especialmente insoportable en los relatos que abren y cierran la colección, puestos ahí probablemente con la intención de remarcar ese terror concreto. En el impactante y extraordinario “Mis muertos tristes”, una doctora solitaria de 60 años congrega a varios espíritus muy insistentes y bastante enfadados en una zona degradada y enloquecida del extrarradio de Buenos Aires, donde la vida vale menos que nada. En “Ojos negros”, tremendo también, unos niños prolijos con ropas antiguas y de mirada mortal desquician a una trabajadora social acostumbrada a tratar con indigentes y perturbados que viven en la calle.
La enfermedad en sus múltiples formas (deformaciones faciales, tumores, virus, obesidad, implantes) también está muy presente en la mayoría de relatos, hasta el punto de que podría ser el tema unificador, central, de “Un lugar soleado para gente sombría”. Llama la atención la fuerza con la que irrumpe en el segundo y el tercer cuentos, ambos protagonizados por mujeres con rostros podridos o a punto de desaparecer, mutaciones sin remedio que las aíslan de sus seres queridos y aniquilan sus aspiraciones vitales. En uno de ellos, “Los pájaros de la noche”, la escritora argentina rinde tributo a su amor por el gótico sureño, con una historia cargada de humedad, tensión familiar (algo tiene Enriquez con las abuelas, no parecen gustarle demasiado) y una imagen relacionada con un gato que no se borra fácilmente de la cabeza.
Hay otras y variadas genialidades en el libro: la idea de cargar la violencia machista en unos vestidos viejos que se prueban unas chicas jóvenes; la aparición de animales salvajes en entornos urbanos (un puma casi mitológico, las hienas que se escapan de un zoo); la recuperación del enigma de Elisa Lam en el maravilloso cuento que da título al libro; los finales abiertos como el de “Julie”, desolador; o escenas como la de la reportera argentina ayudando a un yonqui menor de edad a pincharse en el pie en un callejón de Los Ángeles (otra vez la miseria de la vida en primer plano).
Enriquez escribe como habla, directa, dura, con una franqueza que estremece tanto o más que la zozobra y la angustia de sus historias. Y logra con ello que sus relatos (aquí, al menos, la mitad de ellos) se queden con nosotros por mucho tiempo, como un peso en el pecho que te encoge el alma y del que no te acabas de librar nunca del todo. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.