Es curioso: el cómic, tradicionalmente, se ha entendido como un escapismo para la juventud, pero posiblemente hubo que esperar a los hermanos Hernandez –y muy especialmente a las “Locas” (desde 1981) de Jaime Hernandez– para encontrar retratos exactos de los jóvenes en los tebeos. Con sus problemas, sus pasiones y su poso generacional. Desde aquellos primeros 80 de chicas punkies nacidas (y crecidas) en la revista ‘Love And Rockets’ (desde 1981), muchos autores se han aproximado a la adolescencia con éxito.
Una cadena a la que se une ahora el murciano Mariano Pardo (San Javier, 1993) con “Becky Riot”. Hablamos de un proyecto que germinó gracias al premio Injuve a la Creación Joven 2018 y cuya edición materializa Astiberri. En sus 200 páginas en formato apaisado, Pardo parece aceptar el reto de mostrarnos cómo una perdedora de manual y hasta caricaturesca en exceso puede esconder profundidades. El de Becky es en este sentido un retrato sobresaliente, una chica de instituto con pocos ases en su manga: físicamente escapa al estereotipo de belleza, académicamente desastrosa, socialmente una inadaptada. Ni siquiera sus gustos musicales son en general propios de su tiempo: Nine Inch Nails, Depeche Mode (¡canturrea “Never Let Me Down Again”, de 1987!), Massive Attack (camiseta tuneada, pero inequívoco logo)... Solo Lorde, que la acompaña en un póster de dormitorio, corresponde al presente. No queda claro si estamos ante citas irónicas o ante una representación realista del gusto vintage por los 80 y 90 de muchos jóvenes actuales.
Al final –bueno, al principio del relato– la rabia que esconde Becky contra su mundo conseguirá exteriorizarse, casi de un modo sanador, al descubrir a las Pussy Riot. Como el Andy protagonista de “El rayo mortal” (Daniel Clowes, 2004), pero sin poderes, la transfiguración por la vía del enmascaramiento nos lleva aquí ¿involuntariamente? a “desenmascarar” el género del superhéroe. Fantasía adolescente, claro: la máscara completa la personalidad incompleta y dolida y así nace el héroe. Sin embargo, la asunción superficial del modelo riot no genera éxitos a Becky, como sí lo hace en las historias típicas de empijamados. En su primera performance es desvelada su identidad y ninguneado su supuesto acto diletante. Pussy Riot fake.
Así que este cómic comienza con una derrota y, a partir de ese arranque, describe con humor, ironía, empatía, pero también descarnado detalle, el mundo discordante de esta adolescente, plausible reflejo de tantas otras. Su familia es disfuncional y Becky la rechaza, su único amigo es tan impopular como ella, el batacazo en los estudios la lleva al mundo laboral sin que ello suponga sentirse realizada y el sexo es un modo más de llegar a la frustración. También conocerá a un joven artista de poco talento, lo más cerca que está de tener una pareja. Esta pirueta de la trama es quizá lo más conseguido, el retrato del artisteo cuando tiene mucha pose y poco fundamento es punzante y guasón, aunque al mismo tiempo ligeramente gratuito (Becky tiene inclinaciones artísticas, ¿hace avanzar la trama el personaje del joven escultor o es una deriva prescindible?).
Todo esto se empaca en un cómic de dibujo expresivo capaz de hacernos empatizar con sus personajes. Recuerda a Clowes por contar la historia mediante el formato de entregas breves, casi de prensa, y conseguir transmitir mucha verdad en su cuadro de perdedores. Menos ácido que su maestro –hasta podemos pensar que el de “Becky Riot” es un final feliz–, remite también al Todd Solondz de “Happiness” (1998), a las búsquedas de lo generacional de Simon Hanselmann o incluso de la gallega Roberta Vázquez, por encontrar parentelas en nuestro mercado.
¿Lo mejor? Estamos ante una obra primeriza que en ocasiones pierde el ritmo o no aprovecha momentos importantes que se desvanecen cuando podrían dar mucho más de sí. Pequeñas rugosidades a pulir que no ensombrecen el acabado brillante de esta novela gráfica. ∎
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