Nickolas Butler (Allentown, Pensilvania, 1979) me asegura que escribió “Canciones de amor a quemarropa” (2014; Libros del Asteroide, 2014) “sin esperar que nadie fuera a leerlo, por no decir publicarlo y no digamos ya traducirlo”. Pero aquella historia de amor, amistad y música –con un personaje principal inspirado en Justin Vernon, antiguo compañero de instituto de Butler– se convirtió en fenómeno inesperado. También en España, donde “El corazón de los hombres” (2017; Libros del Asteroide, 2017) y “Algo en lo que creer” (2019; Libros del Asteroide, 2020) fueron recibidas entre la prensa y el público como pequeños acontecimientos.
En la magnífica “Buena suerte” (2021; Libros del Asteroide, 2022), el escritor sale airoso de algunos desvíos geográficos y también tonales. La acción no se sitúa en su región natal, sino en Jackson, Wyoming, donde tres amigos de infancia comparten una empresa de construcción. Lo que parece otro drama de amistad y admiración por la vida rural toma rápidamente derroteros de thriller.
Tus historias se desarrollan, en esencia, en pequeñas comunidades de Estados Unidos, sobre todo Wisconsin. ¿Es un proyecto consciente de arrojar luz sobre partes no tan famosas del país?
En realidad no ha sido algo consciente. Desde mi primer libro me he dedicado simplemente a escribir sobre lugares que conocía y que me importaban. Por algún motivo me costaba imaginar “Buena suerte” en Wisconsin. Cuando acampé con mi familia en un espectacular parque nacional de Wyoming, lo vi claro. Pensé: “¿Y si esto no fueran terrenos públicos? ¿Y si esto fuera propiedad privada?”. Además, los inviernos son mucho peores en Wyoming. Cuando empieza a nevar las carreteras se cierran. Eso daba intensidad extra a la trama del libro, en el que los protagonistas tienen una fecha límite, antes de la Navidad, para construir una casa.
“Buena suerte” es, en gran parte, una visión detallada del trabajo de la construcción, que al menos en España no parece el más deseado. ¿Tiene el mismo aura de trabajo de segunda en Estados Unidos?
No sé cómo es en España, pero, en mi país, si preguntas a un chaval qué quiere ser de mayor, te contestará probablemente que YouTuber o influencer de internet o algo así. Tengo una hija de nueve y un hijo de doce y lo veo. Desde luego nadie quiere un trabajo físicamente exigente y de horas largas. Tampoco he leído ningún libro en el que los protagonistas se dediquen a ello.
El libro puede leerse como una reivindicación, a veces incluso glorificación, de ese trabajo duro. Como si quisieras recordar la dignidad del obrero.
Me alegra que lo hayas visto así. Hace cinco o seis años mi familia y yo tuvimos la suerte de poder hacernos una casa, pero nada que ver con la del libro, que conste (ríe). Cada día iba a visitar la construcción. Muchos de los trabajadores eran antiguos compañeros de instituto, tipos bastante duros, con uno o dos divorcios a sus espaldas y, en algún caso, problemas con el alcohol. Los observaba y pensaba que realmente tenía mérito lo que hacían. Trabajan duro, no se quejan si hace frío o llueve, se presentan ahí y hacen lo que toca. Quería celebrar todos esos momentos en que están trabajando duro y consiguiendo algo. De paso, también, reflexionar sobre esa sensación extraña de ser una persona de clase media o baja y estar construyendo una casa maravillosa para alguien que tiene mucho más dinero que tú.
Esa ansiedad de clase recorre toda la novela en la forma en que hablas de las jerarquías en la construcción, o de los ricachones golfistas, o de los propios Estados Unidos ahora mismo: “Un bonito patio de recreo para los más ricos de entre los más ricos del planeta”. Tú sabes lo que significa ser invisible. ¿Necesitabas sacar fuera viejos resentimientos?
Soy bastante afortunado; vivo cómodamente. Pero no, no siempre fue así. Probablemente sepas de la cantidad de trabajos antipáticos que tuve (en el departamento de mantenimiento de Burger King o en una empresa de telemarketing, por ejemplo). Pero más que airear mis frustraciones de clase, aunque las tenga, quería hablar sobre el reparto actual de la riqueza en Estados Unidos. La clase media, que en las décadas de los años 50 y 60 estaba en su apogeo, está encogiendo y la pobreza está creciendo.
¿Te sorprendiste a ti mismo escribiendo algo parecido a un thriller?
No quería hacer uno, en realidad. Sabía de qué iría la historia y que tenía algo de thriller, pero creo que está muy lejos de la vertiente más comercial del género. Todavía me preocupo por escribir frases bonitas e incorporar ideas intelectuales. Sea como sea, no puedo negar que es distinto a otros libros míos.
Leyéndolo se puede llegar a pensar en el noir rural de “Ozark” (2017-). ¿No hay planes de convertir esto en serie de prestigio?
Al parecer a un productor bastante famoso le gusta mucho el libro. Pero tampoco sé si esa persona se hará con los derechos. Soñar con las adaptaciones al cine o la tele es como comprar un décimo de lotería y elucubrar sobre qué harías con el dinero. Después salen los números y no te ha tocado nada. No quiero pensar en ese productor. La gente de Hollywood es muy rara. Hablan sobre un montón de cosas. Y después no hacen muchas cosas.
Como Fox Searchlight –ahora Searchlight a secas– con la adaptación al cine de “Canciones de amor a quemarropa”. ¿Qué pasó ahí?
Fox Searchlight tenía los derechos del libro. Contrataron a un guionista, este escribió el guion… Me invitaron a Los Ángeles para hablar con todos los que iban a ser los productores… Pero luego contrataron a un director que, después de leer el guion, quiso hacer muchos cambios. Una vez empezó ese proceso el proyecto perdió fuelle. Si hubieran mantenido el primer guion ahora mismo habría una película.
Volviendo a “Buena suerte” y su juego, consciente o inconsciente, con los tópicos del thriller: el personaje de Gretchen, que encarga la casa a los protagonistas, se presenta en un primer momento como una especie de femme fatale. Pero enseguida nos está contando la historia desde la perspectiva de ella, lo que resta misterio al personaje. ¿El suspense nunca será mejor que la empatía?
Una de las mejores preguntas que me hizo mi editora fue: “¿Por qué no explicas por qué la casa se construye en ese lugar concreto?”. Por supuesto es un sitio precioso. Por supuesto ella es la dueña del terreno. Pero… ¿por qué ahí? Empecé a pensar en una persona que ha pasado toda su vida trabajando de sol a sol y que llega al final de su vida con mucha riqueza acumulada, pero totalmente infeliz. Al final contar su pasado se convirtió en lo más importante del libro.
Ese juego entre perspectivas ya estaba presente en “Canciones de amor a quemarropa” o “El corazón de los hombres”: te gusta ofrecer todas las perspectivas, incluso la de aquellos personajes que, en principio, no son fáciles de querer.
Esa es la diferencia entre escribir un personaje plano y uno dinámico. Está bien describir a un villano, pero después el escritor debe hacernos comprender por qué una persona se convierte en villano. Es fácil y satisfactorio hablar de Trump, hacer sorna de él y despreciarlo, pero lo que resulta más difícil de entender es que estamos ante un tipo que probablemente tuvo una influencia horrible, con un padre que pasaba de él… Nadie le dijo que había otras cosas en la vida además del dinero y el ego. Así que se transformó en un jodido monstruo.
La música siempre ha estado muy presente en tu obra, tanto en la vida de los personajes como en su arsenal de inspiraciones. Este libro se abre con los dos primeros versos de “Crystalised” de The xx. Dolorosamente apropiados, porque incluyen dos términos muy presentes en el libro en distintas formas: “presión” y “cristal”.
Me encanta esa canción. A veces encuentro una o dos canciones que son importantes para mí mientras escribo. Esa fue una de ellas: tiene un ritmo rotundo, pero las letras están cantadas de forma sutil… Es la clase de canción con la que puedo entrar en un trance y escribir sin parar. Las letras son inquietantes: “Has aplicado la presión / para que cristalice / Y tienes fe / en que puedo traer el paraíso”. De eso va el libro. Intenté incluir los cuatro versos en lugar de solo los dos primeros, pero la compañía de publishing me pedía 10.000 dólares y no me lo podía permitir.
¿Sueles entonces escribir con una canción en bucle?
Sí, sí, es como funciono. Probablemente escuché “Crystalised” cientos de veces. No puedo oír música con mucha letra. O sea, no me pondría a Bob Dylan o Tom Waits para escribir. Pero estuve oyendo en bucle “Crystalised” y “Reckoner”, de Radiohead.
En nuestra anterior entrevista en Rockdelux, propiciada por la publicación de “Canciones de amor a quemarropa”, contabas que mientras escribías aquel libro escuchaste obsesivamente “Kind Of Blue” (1959), de Miles Davis. En el libro, el personaje de Bart escucha “In A Silent Way” (1969). ¿No te pusiste este disco para escribirlo?
Puedo escribir fácilmente con Miles Davis. Adoro el jazz. Estoy todo el tiempo tratando de descubrir nueva música (al apagar la grabadora, intercambiamos recomendaciones: yo le aconsejé encarecidamente los últimos de Beach House o Nilüfer Yanya, y él me dejó con ganas de escuchar muchas cosas de Miles Davis), pero lo frustrante de meterse en Davis es que después todo te parece peor. Sus mejores discos son mejores que casi cualquier otra cosa. “Kind Of Blue” debe ser el mejor disco de la historia, sin importar el género. ∎
“Buena suerte” (“Godspeed”, 2021; Libros del Asteroide, 2022) es, en gran parte, la clase de libro que puedes esperar de Nickolas Butler. Una historia situada en una pequeña localidad –no del Medio Oeste, sino de la región de las Montañas Rocosas– y centrada en un grupo de amigos y sus cuestiones vitales, tan eternas como la naturaleza que todo lo abraza. Son los tres socios de True Triangle Construction: el inteligente y mesurado Cole, en crisis por su inminente divorcio; el más volátil Bart, al que persiguen los demonios del alcohol y las drogas, y el ingenuo mormón Teddy, el único con una familia de la que ocuparse. Cuando se les presenta la oportunidad de construir una gran casa de diseño en un lugar solitario, en mitad de las montañas, su sueño de poder vivir sin solo “ir tirando” parece a punto de cumplirse por fin. Pero el sueño americano siempre fue una farsa.
Lo que hace que “Buena suerte” no sea en realidad otro libro más de Butler es la nube de oscuridad y el aura de suspense que cubren la mayor parte de la acción. Por mucho que el autor parezca resistirse un poco a la idea, esto es un thriller. Quizá no de aeropuerto, sin un cadáver en la primera página o el primer capítulo, ni más giros de la cuenta, ni final explosivo, pero thriller. Y al subvertir –voluntaria o involuntariamente– todas las expectativas, Butler se marca una muestra especialmente memorable del género. ∎
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