Eso sí, quien espere leer la misma historia de siempre, una sobre la humanidad en peligro, se va a llevar un buen chasco, porque, más que una adaptación, esta versión de “La guerra de los mundos” es, como dicen sus propios autores, una derivación. Hay algo que en ciencia ficción se llama “efecto Wow”: un giro de guion impredecible que enfrenta al lector con lo inmensamente grande o lo inasumible, haciéndole cuestionar lo narrado hasta entonces. Algo que suele ocurrir a mitad o al final de las buenas historias. Aquí, el “efecto Wow” tiene lugar en la segunda página. Y, a partir de ahí, la cosa no hace más que mejorar. Estructurada en cuatro capítulos que muestran –padre, madre, hijo e hija– el punto de vista de cada uno de los cuatro miembros de una familia afectada por la invasión alienígena, “La guerra de los mundos” sorprende no solo por sus referencias –algunas son clásicas, como el musical de Jeff Wayne (1978) o la secuela en cómic dibujada por P. Craig Russell en los primeros 70; pero otras son insólitas: el “Espartaco” (1960) de Kubrick o la espeluznante imaginería de los campos de exterminio nazis–, sino, especialmente, por la escalofriante escena final en la que, de repente, el lector se da cuenta de que está viendo algo que es posible que ocurra en un futuro muy cercano. O que acaso ya haya ocurrido. Porque cuando uno creía estar leyendo lo que parecía una ingeniosa inversión de una historia bien conocida, resulta que el verdadero “efecto Wow” de esta Guerra de los mundos se presenta, de golpe y porrazo, en su penúltima página.

Y entonces el lector comprende que lo que este cómic nos ha contado es algo que estamos viendo en el telediario todos los días. ∎