“Si quieres entender a Ron y Russell, tienes que verlos a través de un prisma específico, y ese prisma es el cine”, aconseja Alex Kapranos en un momento de “The Sparks Brothers”, el “rockumental” que Edgar Wright ha dedicado a la mítica banda formada por los hermanos Ron y Russell Mael, autores de la banda sonora de la magistral “Annette”, de Leos Carax, último hito de una carrera repleta de altibajos en la que nunca perdieron ni la sonrisa ni el bigote hitleriano.
Es cierto que “The Sparks Brothers” (2021), que llega a las salas españolas hoy, 12 de noviembre, es el tributo de un fan, Edgar Wright (el cineasta británico también estrena la semana que viene “Última noche en el Soho”), y que no puede ser más canónico en su planteamiento: un recorrido cronológico por la trayectoria de Sparks, casi disco a disco, desde la más tierna infancia, reconstruida con imágenes de archivo y fotos arrancadas del álbum familiar, hasta la última tournée. Su progresión se basa en cachitos de clips, conciertos, entrevistas, apariciones televisivas y los inevitables bustos parlantes de celebridades que derrochan alabanzas al dueto californiano. Un “rockumental” de manual.
Y, sin embargo, pensamos que “The Sparks Brothers” puede conquistar a algo más que a la mutante fanbase del grupo. Es elegante, está bien hecho, y resulta imposible no rendirse a este amor fraterno que ha permanecido inquebrantable a lo largo de ese medio siglo de carrera –debutaron en 1971 como Halfnelson, con un álbum homónimo reeditado al año siguiente ya bajo el nombre de Sparks– en la que los hermanos se han mantenido fieles a sí mismos, a la vez que han progresado adecuadamente, sin rendirse nunca al éxito fácil. Es decir, inclasificables: tan reduccionista es encasillarlos en el glam como limitarse a decir que fueron los padres del tecnopop. La lectura propuesta en el filme por Alex Kapranos, de Franz Ferdinand (con quienes los Mael grabaron en 2015 un álbum firmado con las explícitas siglas FFS), según la cual el cine es la verdadera clave para descifrar al grupo, es un relato que se compra más fácilmente, sobre todo cuando esa “vida de cine” culmina (por ahora) en un logro tan espectacular como la capital “Annette” (2021), que Leos Carax filmó a partir de libreto y canciones de nuestros hermanos.
Igual Kapranos tiene razón, y el talento de Sparks viene de cuando sus padres los llevaban a ver películas ya empezadas en eternas sesiones continuas de Hollywood. De los innumerables videoclips de la banda, podríamos quedarnos con “When I’m With You”, de 1980, porque contiene la imagen que los resume mejor: Russell, la voz cantante, como muñeco de ventrílocuo de Ron, teclista impertérrito y compositor en la sombra. También podríamos destacar el de “Singing In The Shower” (1989), sencillamente porque en su día no se aplaudió lo suficiente el encuentro de los Mael con Les Rita Mitsouko –aunque la canción suena en “Black Rain” (1989), de Ridley Scott–. O el de “Edith Piaf (Said It Better Than Me)” (2017), animado por Joseph Wallace, porque la imagen de los hermanos persiguiendo el sueño de una película francesa por los tejados de París bien podría ser el leitmotiv de este artículo.
De hecho, los Sparks estuvieron a punto de hacer una película con el mismísimo Jacques Tati; una última entrega de las aventuras de Monsieur Hulot, en la que, además, este tenía que perecer… aunque fue Tati quien murió, en 1982, antes de poder completar el proyecto, titulado “Confusion”. El director de “Playtime” (1967) no había escuchado nada de los Sparks, pero alguien en las oficinas de Island (su sello en el Reino Unido en los 70) creyó que podían encajar, y el cineasta les ideó los personajes de dos técnicos de televisión americanos aterrizados como asesores en Tativille. Los hermanos estaban encantados con el plan. Fan de Godard, Russell había dirigido un cortometraje entre amigos, cuando estudiaba en la UCLA, titulado “Très sérieux” –casi podría ser el título de una de las secciones-artículos de “La Crónica Francesa” (Wes Anderson, 2021)–. Pero la salud y la economía de Tati estaban arruinadas, y la película francesa de los Sparks no pudo ser, aunque dejaron una pista en un tema de “Big Beat” (Island-Columbia, 1976) titulado, precisamente, “Confusion”, en el que Russell cantaba “Confusion, la tati, confusion, oh pardon me”. Con todo, los Sparks y Tati sí llegaron a consumar una colaboración fugaz: una actuación televisiva conjunta en la televisión sueca, de la cual, desgraciadamente, no se conservan las cintas.
Estrellado el proyecto junto al genio francés, los Sparks acabaron debutando en el cine catastrofista como el grupo que inaugura un parque de atracciones en “Montaña rusa” (James Goldstone, 1977), un thriller espectacular en el que Timothy Bottoms ejercía por primera vez de villano, chantajeando a las autoridades con sabotear atracciones si estas no pagaban un rescate. En el filme, Ron Mael también parecía estar enfadado, quizá porque sospechaba que solo los llamaron a ellos porque The Bay City Rollers y Kiss habían rechazado aparecer en la película.
Por lo demás, el dúo se siguió embarcando en empresas locas que no lograban llegar a buen puerto. Dedicaron seis años a la preparación de la adaptación de uno de los primeros mangas que conquistaron Occidente: “Mai, la chica con poderes” (1985-1986), de Kazuya Kudō y Ryoichi Ikegami. Tim Burton iba a dirigirla y ellos pondrían las canciones, pero el director se acabó decantando por producir “Pesadilla antes de Navidad” (Henry Selick, 1993) y realizar “Ed Wood” (1994). Francis Ford Coppola se interesó luego por el proyecto, e incluso se les emparejó con Tsui Hark, maestro del cine de artes marciales hongkonés. Parecía una entente improbable, pero el grupo bautizó en su honor una de las canciones de “Gratuitous Sax & Senseless Violins” (Logic, 1994) en la que Russell narraba en primera persona la trayectoria del director. Unos pocos años más tarde, también firmaron (como Ron y Russell Mael) el score de una de sus películas con Jean-Claude Van Damme, “En el ojo del huracán” (1998). Pero el definitivo naufragio de “Mai, la chica con poderes” hizo que Ron exclamara “hemos dado con un negocio todavía más desagradable que la industria musical”.
La ilusión por el cine reflotó en chez les Sparks con “The Seduction Of Ingmar Bergman” (Lil’ Beethoven, 2009), magnífica ópera rock compuesta a raíz de un inesperado encargo de una radio sueca. El disco, excelente, arranca con “1956 Cannes Film Festival”, un enérgico temazo basado en un sampler de la entrega a Bergman del premio, en dicho certamen, al “humor poético” de “Sonrisas de una noche de verano” (1955). Luego prosigue con las desventuras del director sueco perdido en un Hollywood que nunca pisó en la vida real, y de cuyas garras acaba siendo rescatado por una Greta Garbo salida de su retiro. Los Sparks llevaron la obra al teatro, con la esperanza de que se convirtiera en una película dirigida por Guy Maddin, y llegaron a hacer una expedición a, no podía ser de otra forma, Cannes para buscar financiación para el filme. En el ínterin, aparecieron en la fantasmagórica película de Maddin (codirigida con Evan Johnson) “The Forbidden Room” (2015), interpretando “The Final Derriere”, que compusieron expresamente para la ocasión.
Pero tampoco hubo manera de levantar la ópera bergmaniana con Maddin, por lo que el dúo decidió mandar el disco a Leos Carax, que había pinchado su “How Are You Getting Home?” –de “Indiscreet” (Island, 1975)– hacia el final de la insuperable “Holy Motors” (2012). El francés no quiso saber nada –¡él filmando una película sobre otro director!–, pero ahí quedó la semilla de lo que acabaría siendo la descomunal “Annette”. Carax les pidió otra historia, otras canciones, y de ahí surgió esta fábula que tanto prolonga la estética de “Holy Motors” como el imaginario Sparks: el muñeco de ventrílocuo de “When I’m With You” es ahora una marioneta que levanta un dedo acusador contra su padre, un cómico ególatra desbordante de culpa que lo mismo podría haber sido director de cine.
Y juntos acabaron triunfando en Cannes, donde Carax fue nombrado Mejor Director, pero fueron Ron y Russell quienes acudieron a recoger el galardón. A ellos les podrían haber dado el premio al “humor poético”, lo cual hubiera sido perfecto; ya tenían bastante con haber abrazado el sueño de una película francesa. Y de qué manera. Con el deseo cumplido, ya solo queda preguntarse, una y otra vez, “So May We Start?”. ∎
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