Este no es un libro para fans de Lawrence. Tampoco de Felt, Denim, Go-Kart Mozart o su actual mutación en Mozart State, sus proyectos musicales desde que autoeditara su primer single en 1978; entre los que me cuento. Ni siquiera es un libro para fans de la literatura musical. O no solo para ellos. Es para todos, porque su historia es universal. Por su enorme calado humano. Por su brutal despliegue de miserias y del abrumador talante despótico, enfermizo y maniático de su protagonista: un individuo tan fascinante y encantador como despreciable. Un perturbador contraste que engancha por completo al lector, que no da crédito a sus tribulaciones, a su enigmático y disfuncional sistema vital. Un personaje asocial y aislado con una obsesiva ansia por componer el mayor hit de todos los tiempos y tener éxito; acompañada de un desesperante y permanente autoboicot propio de un cuadro bipolar. Y, sin embargo, el lector no puede evitar caer rendido a su hipnótica y cautivadora catástrofe. Y tiene varios y buenos motivos.

Consciente de ello y atraído por esta infame y culta superestrella del indie pop (etiqueta que repudia, pues lo suyo, dice, es novelty pop), el periodista y escritor Will Hodgkinson (‘The Guardian’, ‘Mojo’, ‘Vogue’) se decidió a acompañarlo durante un año en sus habituales paseos y deambulaciones por las calles de Londres y de su Birmingham natal. Resultando “Superestrella de las calles. Un año con Lawrence” (“Street-Level Superstar. A Year With Lawrence”, 2024; traducción de Ibon Errazkin) algo así como el guion de una road movie, lejos de la manida biografía atormentada o displicente de marras. El día a día de un tipo que sobrevive como puede en un piso de protección oficial y que acude al banco regularmente con bolsas reventadas de monedas. Alguien que en su día fue desahuciado y llegó a pasar una noche al raso, siendo acogido durante un año por unos amigos antes de recalar en un hogar para personas sin techo. Un exyonqui limpio. Algo así como una novela situacionista y existencialista en ese viaje a ninguna parte que destapa los principales episodios biográficos de Lawrence, quien se resiste a utilizar y desvelar su apellido y se refiere a sus familiares por el nombre de pila. No así cuando habla de la nutrida pléyade de músicos y personajes ilustres que se cruzaron en su camino, como Bobby Gillespie (Primal Scream), Alan McGee (Creation Records), Vic Godard (The Subway Sect), Miki Berenyi (Lush), Bob Stanley (Saint Etienne), Robin Guthrie y Elisabeth Fraser (Cocteau Twins), los incomprendidos hermanos Reid (The Jesus And Mary Chain) o Jarvis Cocker, a propósito de la gira que Lawrence hizo con su grupo Denim como telonero de Pulp.

En un momento dado y casi al final del libro, una de sus pocas parejas –la más duradera– le confiesa desquiciada al autor que no puede entender que “Lawrence siga recibiendo tanta atención; no lo entiendo. ¿Por qué hace Corin un busto de mármol? ¿Por qué escribes tú ese libro? ¿Por qué alguien como Daphne Guinness quiere hacer música con Lawrence? ¿Por qué salí cuatro años con él?”, a lo que el autor replica que “solo podía responder a una de esas preguntas: porque Lawrence te hace ver el mundo con otros ojos”. Lo del busto de mármol se lo dejo a ustedes para su propio descubrimiento y gozo. Les volará la cabeza. ∎