Teniendo en cuenta las premisas de las que siempre ha partido la carrera de Adriano Galante, este primer trabajo a su nombre es plenamente consecuente. El espíritu colaborativo, el vuelo libre de composiciones a las que resulta imposible atar a ninguna definición genérica y la transferencia directa de una emoción que parece brotar de la combustión instantánea entre receptor y emisor, como si sus creaciones fueran entes orgánicos que forman parte de un work in progress que cobra nueva vida según el entorno que las acoge, fueron señas distintivas de Seward, la inclasificable célula creativa de la que ha formado parte (y ha sido su cara más visible) a lo largo de la última década. Eso podía preverse. Pero quizá no tanto que lo fuera a hacer con un álbum enteramente cantado (por primera vez) en castellano que resulta tan sutil, preciosista, delicado, mediterráneo y embriagador como este “Toda una alegría”. Un trabajo en el que, además, un puñado de colaboraciones diversas y de mucho peso específico ayudan a equilibrar su discurso y hacerlo más asequible de lo que nunca fue. Nombres como los de Maria Arnal, Sílvia Pérez Cruz o Raül Refree, por ejemplo, podrían acercarlo a un público mucho más amplio, pero ninguna de esas aportaciones externas (hasta en nueve cortes dentro de un disco de doce) es cosmética ni tampoco –por el contrario– invasiva. No son pinceladas ni tampoco injerencias: son voces que fluyen de forma natural con todo lo que el músico afincado en Barcelona propone. Con algunos/as de ellos ya había colaborado antes, de hecho. Adriano Galante se encarga de voz y guitarra. También del bajo, teclado, batería, efectos y producción. Pero aquí destaca como un sensacional impulsor de empeños en busca de un mismo propósito.

La preciosa “En los mares por los aires” emite destellos de canción de autor mediterránea de nuevo cuño, con arreglos medidos, mimbres escuetos y esa sutileza tan familiar para cualquiera que empatice con Caetano Veloso, Devendra Banhrat o Rodrigo Amarante. Irradia ternura y una sana melancolía. Una atmósfera parecida a la de “De ti, de todo”, en la que las voces de Adriano y Maria Arnal se entrelazan e incluso multiplican sobre una cadencia que se parece mucho al candombe, recordando a algunos de los episodios más rítmicos de Jorge Drexler. Hasta sus respiraciones se oyen, reforzado su calado humanista, aparentemente espontáneo. Tanto como las abruptas notas de guitarra de “Andan preguntando”, en la que Judit Neddermann contribuye a que también nos acordemos de Antony Hegarty antes de ser ANOHNI, aunque aquí la microelectrónica también tenga su hueco en la fantástica “Tan lejos”, con Meritxell Neddermann, lindando con el R&B digital, y en la sensualmente soberbia “Un corazón que dice”, con b1n0.

Lo más experimental (dentro de unos límites) es “El mismo paisaje”, juego de guitarras acústicas junto a Raül Refree, marcando el rumbo a una recta final en la que el spoken word de Ana Tijoux adereza el lirismo de una “Nuestra” que suena como si acercase las acuarelas de guitarra de Vini Reilly a la costa catalana (se puede oír el mar durante sus primeros segundos) y las fundiera con el melodrama pop, dando paso al folk levitante de “Al tanto de tanto” con Sílvia Pérez Cruz, a los devaneos jazz de “Infinitivamente”, con Rita Payés y Pol Batlle, y al esplendoroso crescendo de cuerdas de “Tienes”, con Tarta Relena, Maestro Espada, Lucía Fumero y Júlia Colom. Y es que estamos no solo ante un disco exuberante y frondoso, sino también importante, que hace más que honores a su título porque define un lenguaje muy particular. ∎