Muerde. Tiene la lengua suelta y el corazón roto.
Femme fatale seducida y abandonada, desgranando romances entre humo y alcohol. ¿Tópico? Puede, pero
miss Amy Winehouse le inyecta adrenalina y se nota –se oye– el ruido del hielo contra el cristal. La británica ya avisó con su debut, un
“Frank” publicado en el otoño de 2003 que fue finalista del Mercury Prize y que recibió grandes elogios en la prensa de su país. Ella no quiere ni recordarlo: afirma que la discográfica se inmiscuyó en exceso y que ese disco no la representa. Lo dicho: no se calla, no la callan.
Tres años después,
“Back To Black” pone las cosas en su sitio: Amy no es un recambio para la Norah Jones de turno, es una compositora con ideas y una intérprete descomunal, de voz aguardentosa y felina. Repite con Salaam Remi (básico aliado de Nas), productor de la primera entrega, pero ha buscado refuerzo en el infalible Mark Ronson y la jugada le ha salido perfecta: estamos ante un disco de pop glorioso que se impregna sin imposturas de swing y jazz, que reformula el papel de la
chanteuse como vehículo para contar historias que toquen la fibra. Historias de amor y despecho, de traición y reafirmación, de dolor y sumisión. Winehouse juega su rol con un aplomo que deja seco. Hay que escuchar bombazos como
“Rehab”,
“You Know I’m No Good” o el tema titular para rendirse ante la disciplina de una diva que renuncia a ser víctima para apuntalar el pedestal de un punto de vista femenino casi sin equivalentes en los actuales
charts de pop masivo.
Sin despreciar el estilo ni el glamur (a pie de calle), Winehouse viene, tatuada y cruda, a enseñarnos las vísceras de esa cosa llamada amor. Quema. Y alimenta. ∎