Álbum

Anansy Cissé

AnouraRiverboat-World Music Network, 2021

30. 04. 2021

Es posible que ante el fulgor afro-rock de Songhoy Blues o la dimensión internacional de Mdou Moctar, el blues del desierto de Anansy Cissé quede eclipsado, pero su segundo disco, “Anoura”, es una joya que merece atención. Teniendo en cuenta, además, lo mucho que le ha costado realizarlo. Tras debutar con “Mali Overdrive” (2014) su reputación fue creciendo, pero en 2018 las expectativas se truncaron. Cuando se dirigía con su grupo a actuar en un festival a favor de la paz, en su ciudad natal de Diré, en la región de Tombuctú, fueron interceptados por unos yihadistas que destruyeron sus instrumentos. El impacto fue brutal y tuvo que volver a empezar, grabando a jóvenes promesas de la escena hip hop y afropop en Bamako.

Y aunque su sonido no tenga nada que ver, si que se nota el bagaje en el estudio. Bebe de la tradición songhai, de Ali Farka Touré, de Lobi Traoré y del blues tuareg, y a la vez aporta sustancia evolutiva. El lamento inicial, “Tiawo” (“Educación”), se eleva hacia coordenadas desconocidas gracias a un sugerente efecto de guitarra psicodélico, contrapunto emocionante al lloro del ngoni. Un inicio tan impactante es difícil de superar, pero el single “Foussa Foussa” no le va a la zaga, con su mezcla de rock del desierto y reggae, sonando hard y sutil, groove e hipnótico. Llegados a “Tiara”, hace encajar la rabia guitarrera, de nuevo lisérgica, en un fondo que es puro afro-roots.

Ayudado por su productor de confianza –Philippe Sanmiguel (Samba Touré, Tartit)–, ha trabajado los temas hasta el mínimo detalle, llenándolos de capas de sonido que convierten “Cissé” –dedicado a los líderes espirituales de su familia de morabitos– en una cascada de guitarras sonando por varias pistas, unas a la hendrixiana manera y otras más envolventes, logrando un efecto estereofónico total. Y no falta el boogie africano en “Mina”, otra vez con la distorsión dando alas a los ngonis de Abdoulaye Koné y Bakari Diarra.

Tampoco es nada desdeñable el lado folk, representado por “Talka” (“Pobreza”) y “Balkissa”, dedicada a su mujer. En ambas destaca el soku, rústico violín malí que toca el maestro Zoumana Tereta, fallecido poco después de la grabación. Y el cierre, “Djam Maganouna”, con protagonismo de calabaza y mensaje –que habla de la responsabilidad individual para mejorar la convivencia colectiva–, demuestra que el disco funciona tanto en los momentos de reflexión y recogimiento como en las andanadas abrasadoras. ∎

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