Es casi performativo lo de Bill Callahan: empeñado, desde 2019, en hacernos ver el inmenso valor de las pequeñas cosas, ha escrito tres álbumes –uno de ellos doble, el excepcional “Shepherd In A Sheepskin Vest” (2019), y no contando su también muy notable disco colaborativo con Bonnie Prince Billy de 2021– en los que el hilo conductor no es sino el relato impresionista de esas pequeñas escenas cotidianas que conforman eso que llamamos vida. Y, como muchas de las canciones de “YTI⅃AƎЯ” –y de su anterior “Gold Record” (2020)–, no buscan la perfección sublime de un momento irrepetible, sino mostrar lo rutinario de vivir, de componer, en una nada informe a la que cada uno da sentido, da importancia, da epicidad.
No deja de ser curioso que estas reflexiones provengan de un exmisántropo confeso como Callahan, verso suelto de una estirpe musical que siempre ha estado hostigada por la depresión y el malditismo –le dedica aquí, parece, “Last One At The Party” a David Berman, que se suicidó en 2019 un mes después de volver a sacar música como Purple Mountains: “Siempre dijo que tenía que irse / Pensábamos que nunca se iría”– y en la que incluso se llegó a romantizar leyendas negras como la de Mark Kozelek.
Pero realmente Bill Callahan hace tiempo que dejó el lado oscuro. Antes de mudarse a Austin, hace ahora casi 15 años, más o menos en el tiempo que renunció a su alter ego Smog, ya hablaba de que quería una casa para encerrarse y componer, alejada del mundanal ruido, y en la que tuviera sitio para aparcar. En 2013 llegó “Dream River”, un trabajo vitalista en el que insistía en el poder de lo comunitario y en el que por primera vez hablaba de un copiloto, su mujer, con la que se había casado recientemente y con la que pronto tendría un hijo, circunstancia que lo mantuvo alejado de la música durante un tiempo y que incluso lo llevó a plantearse dejarla definitivamente. Por entonces le dijo a ‘Spin’ que su escritura iba mucho de tratar de definir esos pequeños detalles de la vida que nos hacen disfrutarla. La misma idea que se reproduce aquí, casi diez años después, en “Natural Information”: la vida esconde una narrativa inevitable en su curso natural; solo tenemos que pararnos a observarla.
Al final lo del sitio para aparcar resultó ser una gran metáfora para definir la construcción de su carrera desde entonces, una inevitable marcha hacia la luz y hacia las raíces. El arraigo y la familia, asociados al caballo –símbolo de la isla de Assateague, muy cerca de su casa en Maryland, y una idea recurrente en su literatura: ya ocupó, aunque con otra energía, el centro de la portada de “Sometimes I Wish We Were An Eagle” (2009)–, se convierten así en las ideas centrales del disco. En “Bowevil”, de hecho, tira de un viejo estándar blues para reflejar esa dicotomía tan humana entre el individualismo de la juventud y la necesidad de compartir la vida asociada a la madurez.
Para quien esté esperando la corrosión lírica habitual en su discografía, este es quizá el disco más “buenista” de Callahan, aunque haya conatos de canción política en “Naked Souls” o reflexiones sobre la muerte como la ya mencionada canción de cierre o “Lily”. Está engolado con arreglos de viento, abrazado por coros femeninos y deja momentos inusitadamente pop como el final de “Natural Information”, aunque a veces los esquemas estén también algo deformados, con pianos disonantes, eléctricas afiladas y cornos casi apocalípticos. Incluso hay búsquedas trascendentales como la de “Partition”, que invita a tratar de tocar “la pintura completa” –“Haz lo que tengas que hacer. Medita, raja. Microdosifícate, cambia de ropa”–, o meditaciones cósmicas –“Planets”–.
Pero ya sea recreándose en el primer pajarillo que ve su hija recién nacida –“First Bird”–, confesando su amor por ella entre vistazos de coyotes y perros –“Coyotes”–, haciendo poesía algo surrealista a partir de una vomitona –“Drainface”– o paseando con ella calle abajo –“Natural Information”–, Callahan divaga siempre hacia un lenguaje completamente alegórico, confundiendo el mundo de los sueños –que tanto le interesa desde hace más de una década– con la realidad mundana. No por nada la portada juega con lo especular y el título, “Realidad”, está escrito hacia atrás. ∎
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