Hace años que
Björk Guðmundsdóttir decidió que el mundo de la canción pop le ponía excesivas fronteras a las ideas que bullían en su cabeza. La artista que en los noventa firmó
hits como “Human Behaviour”, “Venus As A Boy”, “Violently Happy”, “Hyperballad”, “Possibly Maybe” y “Bachelorette” fue desplazándose hacia terrenos menos
radio friendly sin que su personalidad se resintiera, aunque por el camino fuera perdiendo seguidores que no acababan de encajar en las nuevas cartografías de la islandesa. Experimentos como
“Medúlla” (2004), álbum centrado casi exclusivamente en las posibilidades creativas de su voz, pueden verse como la antesala de sus entregas en esta década, inaugurada en 2011 con
“Biophilia”, un disco bastante incomprendido que buceaba en las posibilidades de las nuevas tecnologías al tiempo que lanzaba señales de alarma sobre la catástrofe ecológica que nos envuelve. Este trabajo, ambicioso, conceptual, inquietante y hermoso (¿qué otros adjetivos se le pueden colgar a piezas como “Crystalline” y “Virus”?), puede considerarse el punto cero de la última Björk, esa que busca la expresión total y duradera, la que rechaza el menú del
fast food cultural tan común en los (amplios) segmentos del pop actual.
“Vulnicura” (2015), su “disco de divorcio”, enseñó las heridas de su ruptura con Matthew Barney en un descarnado harakiri emocional que contó con aportaciones de Arca en un diario musical tan doloroso como bello. Alejandro Ghersi es, de nuevo (y con más implicación), cómplice en
“Utopia”, el noveno largo de la de Reikiavik (décimo si contamos su debut de 1977, a los 12 añitos) y el más extenso hasta la fecha: su
tracklist suma más de setenta minutos. Y no es, por supuesto, un trayecto fácil para el oyente. Restauradas las heridas del álbum anterior (y de forma muy explícita, tal y como escuchamos en
“The Gate”:
“My healed chestwound / transformed into a gate / where I receive love from / where I give love from”; la última frase que resuena es
“love forever” en el cierre con
“Future Forever”), Björk propone ahora una especie de sinfonía para un nuevo mundo donde su voz, siempre en primerísimo primer plano (doblada y/o arropada por The Hamrahlid Choir), y un numeroso ensemble de flautistas construyen los cimientos de una utopía lírica y musical donde la naturaleza, la tecnología, el ser humano y la música intentan convivir en armonía.