“My Life In The Bush Of Ghosts” (1981), cuyo título hace referencia a un libro del escritor nigeriano Amos Tutuola, nació con vocación de experimento. La intención original era poner música a una cultura imaginaria utilizando “voces encontradas” a las que añadirían bases, ritmos y efectos propios. La integridad de esa idea pronto se perdió, aunque quedó su corazón: debilitar la conexión del autor y su obra dejando que fueran otras voces las que hablaran por
Brian Eno y
David Byrne: las de un comentarista indignado, un predicador fanático, un exorcista en plena faena o una cantante libanesa; todas aplicadas desde su fuente original (casetes de grabaciones radiofónicas y vinilos). El sampler todavía no existía, así que tuvieron que acoplar artesanalmente música y voces.
El resultado de este cut’n’paste casero fue (es) impactante
(número 124 entre los mejores álbumes del siglo XX según Rockdelux 200). Esas gargantas anónimas dejaron de existir en su propio mundo pasando a formar parte de un universo distinto: el que Eno y Byrne crearon para ellas. Pura psicodelia. Una lección que ha sido aplicada por legiones de legatarios del hip hop (músico que “no toca”) o de la música electrónica (anonimato). Temas como
“Regiment”,
“Help Me Somebody” o
“The Jezebel Spirit” todavía hipnotizan con su irresistible groove afro-funk, sus invocaciones intoxicadas y su exótica polirritmia. Experimentación incidentalmente (según sus autores, no tanto) al servicio de la pista de baile. Quienes compren esta reedición (que ha variado la portada y ha perdido la tipografía original de Peter Saville) podrán disfrutar de siete cortes adicionales procedentes de las sesiones de 1979-80 (ni rastro de la vetada “Qu’ran”) y de un filme elaborado por Bruce Conner para
“Mea Culpa”. ∎