El estreno en solitario de Buck Meek para 4AD llega al fin con su tercer álbum después de “Two Saviors” (2020) y el aún más lejano “Buck Meek” (2018). Para este nuevo capítulo donde ya no aparece en los créditos, ni siquiera testimonialmente, Adrianne Lenker, es decir, la guitarrista, cantante y compositora de Big Thief, el tejano se alía con un puñado de músicos tan cercanos como el batería Adrian Vaughn, ya presente en sus dos discos anteriores; Jolie Holland, quien coescribe el título del álbum y la letra de cuatro de sus mejores cortes, entre ellos, el mágico “Lagrimas”; o el multinstrumentista y productor Mat Davidson.
Las once piezas de “Haunted Mountain” reflejan una notable expansión en el planteamiento sonoro de Meek si lo comparamos con sus dos largos anteriores. El estreno de Meek para un sello antaño tan definitorio como 4AD ha podido suponer un estímulo adicional –recordemos que en su catálogo habitan pesos pesados como Scott Walker, Red House Painters, The National o los mismos Big Thief desde 2019–. Su corte inicial, “Mood Ring”, siembra la semilla de un álbum que no se conforma con recorrer el mismo camino de siempre, o al menos el que se le presupone a un prototipo sureño blanco anglosajón como él. Espacioso, casi ambiental, repetitivo y extraño, pronto da paso al tema homónimo del disco, esta vez sí, rotundo, melodioso y optimista, pero con una evocadora coda dibujada a base de clavecín. Porque “Haunted Mountain”, el álbum, quiere soltar amarras, aunque sea desde lo alto de la montaña, forjando una estimulante aleación de tradición y atrevimiento, sencillez y profundidad.
Su temática son las diferentes variantes del amor, pero percibidas como algo positivo y nuevo –el bueno de Buck se volvió a casar– y no desde la pérdida. Esto nos recuerda un poco al Bonnie Prince Billy del gran “I Made A Place” (2019), otro cantante al que le gusta flirtear con la técnica del yodeling (cambiar de octava con gorgoritos). Temas tranquilos como “Paradise” –Dante le sirvió de inspiración a Meek aunque, muy significativamente, infierno y purgatorio han quedado fuera de la ecuación–, “Secret Side” –en referencia a esa parte que nunca conoceremos de nuestra pareja– o la sencilla “Lullabies” –sobre la maternidad y cuyo violín recuerda a Fraser & DeBolt– se suceden con otros más movidos como “Cyclades” –donde el músico rememora a su padre– o “Where You’re Coming From” –cuyos primeros acordes remiten a “Crayon Angels”, una de las muchas gemas de la malograda Judee Sill–.
“Haunted Mountain” esconde un aliciente que puede haber marcado las nuevas reflexiones musicales de Meek sobre la vida, el amor y las relaciones personales. Los autores del documental “Lost Angel. The Genius Of Judee Sill” (2022) le propusieron dar forma a una de las muchas canciones inacabadas que dejó la compositora de “Jesus Was A Crossmaker”, ofreciéndole para ello acceso a sus diarios. “The Rainbow” fue la última entrada de Sill en sus cuadernos de trabajo, tan solo en forma escrita, que el guitarrista ha completado y grabado precisamente a los mismos 35 años que tenía la californiana cuando falleció en 1979. Buck reconoce que las heterodoxias armónicas de Sill han influido mucho en su propia técnica compositiva. No es algo que se note de forma clara y sin previo aviso, pero es verdad que las canciones de ambos suenan a menudo abiertas y diferentes. Salvando las distancias, esta propiedad los hace únicos. Como único es “Haunted Mountain”. ∎
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