A caracazador algunos pudieron conocerlo en 2020 entre aquel bum de artistas pandémicos con “Marea y plata”, un debut que dejaba ver unas inquietudes muy escoradas a un pop electrónico, orgánico y con un deje barroco y camerístico inspirado en artistas como James Blake, pero realmente ha sido su fichaje por G.O.Z.Z. Records, el sello de Zahara, lo que le ha puesto en el mapa musical este 2024. Semejante padrinazgo, unido a una evidente posición de privilegio que Pablo Pérez no oculta y que lo emparenta con artistas como Carlos Ares, que llegan pronto y sin muchos problemas a unos medios de producción hi-fi, ponen siempre a uno la mosca detrás de la oreja.
Pero lo cierto es que “REPÚBLICA”, finalmente, es un álbum bonito que va más allá de sus padrinos, que conecta además con los intereses más low key de Zahara en proyectos como _juno (“CASAMURADA” fue la canción que los unió en un campus de composición impartido por la artista jienense) y que muestra las cualidades de un músico inquieto, con sensibilidades alternativas, una visión artística muy poco comprometida por modas y ganas de probarse en distintos registros y al mismo tiempo desarrollar un sonido personal.
Completamente escrito, compuesto y producido por él mismo, “REPÚBLICA” abre además la puerta a una suerte de intimidad desnuda. La sensación constante del disco es de soledad, la voz goza de muchísimo espacio entre las producciones, y los instrumentos y susurros y jadeos nos acosan en todo momento mientras Pablo canta crípticamente sobre un deseo, a medias romántico a medias sexual, siempre urgente y cercano, pero que realmente solo acepta su sugerencia y su voluptuosidad, musicalmente, en “DRIM”. El segundo álbum del artista gaditano es como entrar en un Ikea: una especie de república independiente de su casa, bendecida por dios o por alguna energía que es sagrada, que suena sagrada, pero que oculta una profunda profanidad. Y también es inevitablemente frío en su aparente (o suplicada) calidez.
En el fondo son las grandes diferencias con “Marea y plata”. Este álbum mira más hacia dentro y se recluye en plena tormenta exterior, y las referencias se trasladan más a sonoridades nórdicas o a cantautores de la vulnerabilidad extrema como Sufjan Stevens. La electrónica pasa a ser oxígeno (impulso subacuático y fantasmagórico en la etérea “CASAMURADA”) y todo sirve a esa calma chill house que domina la homónima “REPÚBLICA” o “RAVEL”, con una producción que por momentos recuerda a Four Tet. Lo orgánico se pone por delante junto a lo camerístico, una idea que en “PARLAMENTO” refuerza un cuarteto de cuerdas entre palmas sincopadas.
También es evidente un mayor interés por lo folclórico, que además de definir cantes como el de la propia “PARLAMENTO” o “HIMNO”, con su punto de poesía rural, alimenta rítmicas como la de “MI ROSTRO” (en la que colisionan aires de nuevo flamenco con los juegos tribales de Jamie xx). Hay momentos, como “FALLA”, que pasan por lo que hace Nicolás Jaar cuando se pone en modo Darkside, entrelazando cantes folclóricos, clasicismo, emoción y gravedad electrónica, y en general la Arca más trascendental y visceral y la ANOHNI de “HOPELESSNESS” (2016) se desvelan como posibles influencias, lo que habla muy bien de la apertura de miras del gaditano, que debe de tener muy pillado en sus playlists el balance en la excelencia entre la manufactura de canciones y su solemne y sacra destrucción. Sin embargo, toda experimentación está puesta en “REPÚBLICA” al servicio de una belleza sublime, superior, inalcanzable y ¿divina?, y se echa en falta feísmo y una actitud verdaderamente destructivista. Es la mayor disonancia narrativa que provoca este trabajo: lo turbio es que entre tanta belleza, entre tanta naturalidad, no haya ni una pizca de oscuridad. ∎
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