Ya viene siendo un tópico resaltar lo geniales que resultan casi siempre los dúos de pop electrónico: Azul y Negro, Family, Astrud, Daft Punk, Yazoo, D.A.F., Blancmange, Yello, Soft Cell, Pet Shop Boys o Sparks, alguno de ellos todavía en activo. Por aquí hablamos mucho de ese matriarcado bicéfalo que representan Hidrogenesse, y no podemos olvidarnos de Espanto, Chico y Chica, o incluso de Single, en mayor o menor medida orbitando alrededor del Dominio Austrohúngaro con sumatorio como denominador común: la calidad de su música, sus marcadas personalidades y el sentido del humor. En relación a esto último, la sensación bastante poco científica pero empírica que uno tiene es como si los dúos tendiesen a la comedia –a largo plazo, podría ser una cuestión de mera supervivencia–, los solistas al drama y las bandas a la épica. Claro que las fronteras son muy porosas: U2 siempre han dado mucha risa, Tindersticks han vivido del folletín, Momus sigue tirando de ironía y The Rolling Stones hicieron la desternillante “Dear Doctor”.
Si música pop y puesta en escena son consustanciales, Chico y Chica representarían un maridaje perfecto. Sus historias se disfrazan de normalidad, pero también funcionan como jeroglíficos egipcios con un punto genuinamente surrealista: nos suenan la mayoría de los signos, pero no estamos seguros de su significado. O si lo que dicen es autoreferencial, filosófico, una broma floja o todo lo contrario: “Sí, estoy cansada de la vida; más que cansada, estoy aburrida; pero muy contenta, ya que gracias a la música he conseguido extraer una serie de sentimientos muy profundos… ¡del fondo el higo!”, recita la inimitable Alicia San Juan hacia el final de “Aburrida de la vida”. Este funambulismo sin red nos coloca a menudo al borde del precipicio, ese que da vértigo, revuelve por dentro y atrae a los espíritus afines como pobres lemmings, hasta que uno encuentra aliviado el sentido del sarcasmo, de la parodia o del sentimiento choni que expresan con inimitable eufonía y dicción. No hay situación cotidiana, postureo, títere ni abuela –escuchen la serie B “Comida podrida”– que dejen con cabeza. Una sana costumbre, la de revertir los tópicos del pop, con irreverencia desmitificadora, guiños a Pimpinela –“Tú, lo que tienes que hacer”– y un lenguaje perfectamente articulado del que tuvimos primer conocimiento en el seminal recopilatorio de Austrohúngaro, “Lujo y miseria” (1997; de aquí salió precisamente “Aburrida de la vida”).
Chico y Chica, dúo de retruécanos, seudónimos y culebrones, escondieron al final de “Sí”, originalmente editado en 2001, el segundo capítulo de la audio-novela intermitente “4 en Alicante” con el neoberlangiano título de “Disgustos en bandeja”, donde tampoco falta una mención a Murcia, zona fija en ese imaginario nacional tan proclive a perpetuar clichés a lo Mihura. Ahora se excluye muy acertadamente de una reedición en vinilo que aprovecha la lozana posadolescencia de este álbum de veinte años con pequeños rastros de acné –algunos tics de producción– que no desmerecen “para nada” –pronúnciese a lo Pocholo, no se enfadarán– el gancho de una colección de canciones repletas de ideas. Composiciones como la energética “Supervaga”, la confesional “Perdona que te diga”, la existencialista “Todo en un día”, la corrosiva “Es lo suyo” o la barrettiana “¿Por qué la ha escogido?” son aún capaces de sobrevivir con la cabeza bien alta en el contexto de un darwinismo tan intenso, obsolescente y caníbal como el de la electrónica en general. El extra “Menudo verano”, canción incomprensiblemente relegada al CD-single “No me preguntes la hora” (2000) –por cierto, sintonía esta última en el festival Sónar celebrado al año siguiente–, redondea esta reedición de 300 copias (que incluye póster desplegable con memorabilia de la época y una pegatina gótica con el “sí”) tan restringida como obligada. ∎
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