Álbum

Daniel Darc

CrèvecoeurWater Music-Universal, 2004

Rockdelux 219

(Junio 2004)

El talento es la energía que mueve al verdadero artista: ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Y el de Daniel Darc, tan grande que nunca le cupo, siempre necesitó convertidor. Antes poeta que intérprete, el último maldito del rock francés comenzó a forjar su leyenda junto a Mirwais en Taxi Girl: la mayor influencia ética y estética de la nouvelle chanson, siete años de excursión por el abismo –Pierre Wolfsohn (batería) murió de sobredosis en 1981– y una luz que, como el recuerdo de aquella noche de diciembre de 1979 en que se abrió las venas en pleno concierto, nunca se apagará. Luego se alió con Jacno (ex Stincky Toys) para, mitad ángel y ya muy demonio, anunciar una epifanía: “Sous influence divine” (1987). Y también con Bill Pritchard –“Parce que” (1988)–, antes de que, recién publicado el que hasta ayer era su último disco, “Nijinsky” (1994), declarara que solo su honestidad le había permitido superar la prisión, el hospital y el resto de su vida.

Y por eso, diez años después, el glorioso retorno de Daniel “Darc” Rozoum no es un milagro, sino dos: primero, la seguridad de que el alcohol y las drogas todavía no han devorado su cuerpo, y después, la certeza de que su alma ha encontrado otra gemela, la del joven Frédéric Lo, compositor, arreglista y, en gran medida, responsable de doce canciones que duelen como la peor de las bendiciones.
Parco en medios pero espléndido en emociones, “Crèvecoeur” se refiere a casi todos los héroes que su autor ha visto morir: Serge Gainsbourg en “Rouse Rouge”, Fred Neil en “Si tu vas là-bas” y Johnny Cash vigilando desde el caballo de la dedicatoria esas interpolaciones al concierto de Aranjuez (“Elegie # 2”), al “You Really Got Me” de The Kinks –“Mes amis (tour à tour)”– o al John Barry dramáticamente seducido por Jane Birkin que elevan la casta creativa de la cita. Y no solo los musicales, porque ahí están Williams S. Burroughs y Boris Vian, vaciando botellas y llenando ceniceros, leyéndole la Biblia –el “Psaume 23”, en el epílogo– y chivándole al oído esos versos crudos sobre los principios de la amistad y el final del amor, nihilismo romántico con todo el rigor y toda la clase de los mejores malditos.

En la oscuridad de sus días y en la claridad de sus noches, con esa voz que es bronquitis y es apnea, Daniel Darc y sus circunstancias –la edición limitada incluye un DVD con un documental sobre la grabación– nos entregan el álbum más impactante de lo que llevamos de año. Y amén. ∎

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