Los discos con portadas atroces han representado siempre una golosina sabrosísima para el coleccionista. En el apartado de retratos, el freak-pop español o las aberraciones schlager de los mercadillos de la Costa Blanca brindan una cantera inagotable. Pero el pop británico tampoco se libra: un Marc Almond fuera de sí se disfrazó de Emilio El Moro para el single “You Have” (1984) y Aphex Twin clonó su rostro distorsionado en el temible “Come To Daddy” (1997). La autoparodia lynchiana y metafórica de “TOY”, donde la cara de un Bowie maduro y de sonrisa leonardiana, también autor del montaje, se superpone a su propio cuerpecillo de bebé, no solo ingresa con honores en tal categoría, sino que encaja a la perfección en la estética perturbadora de su última época.
No puede decirse que “TOY” sea una novedad. Es un álbum bien conocido en el mercado pirata prácticamente desde su grabación y acababa de incluirse en la penúltima caja recopilatoria de la obra completa de Bowie, la que abarca el período 1999-2001 con el título de “Brilliant Adventure” (2021). Pero “TOY” se independiza un día antes del cumpleaños del cantante, que habría cumplido 75 el pasado 8 de enero, con dos discos compactos adicionales o, alternativamente, seis coquetos 10” como guiño a la época pre-estrellato, o pre-Ziggy, del meritorio David Robert Jones. La que va de 1964 a 1971, intervalo al que corresponden los temas que integran “TOY”, un álbum registrado poco después de la triunfal actuación de Bowie en el festival de Glastonbury del año 2000.
La intención no era revisar de forma exhaustiva aquellos temas primerizos, sino aprovechar el dulce momento escénico de Bowie con un divertimento rápido que a la vez les hiciese justicia. Para ello contaba, entre otros, con la ayuda del guitarrista Earl Slick, del productor Matt Plati –también coartífice de la preselección de canciones–, de la bajista Gail Ann Dorsey o del teclista Mike Garson. El disco saldría por sorpresa, algo que hoy resulta sencillo gracias a la inmediatez del streaming, pero que, al menos en la versión oficial, supuso un considerable lastre de producción en su día, coincidente con la recuperación del pulso creativo de un Bowie electrificado que decidió pasar página para centrarse en el gran “Heathen” (2002), su siguiente álbum de temas nuevos.
“Juguete” puede definirse como “objeto que sirve para entretenerse”. Pero Bowie y Plati se esforzaron en escoger lo mejor de un repertorio que, en perspectiva, podía abarcar la carrera completa de muchos artistas. ¿Syd Barrett? El bisoño Bowie tuvo tiempo de escribir caras B formidables como la iniciática “The London Boys” –del single “Rubber Band” (1966)–, revisada sin perder el acento cockney; la deslumbrante “Conversation Piece” –acompañamiento del sencillo “The Prettiest Star” en 1970–, o “Silly Boy Blue” –de su primer álbum, prestada a Billy Fury y resucitada en la trasera de la ausente “The Laughing Gnome” en 1973–. Pero el peso recae en piezas como “Toy (Your Turn To Drive)”, único corte nuevo, regalado en descarga con la compra de “Reality” (2003); “Can’t Help Thinking About Me”, temazo de 1966 a nombre de David Bowie & The Lower Third; la promisoria “I Dig Everything”, del mismo ejercicio; o el psych-beat intensificado de “You’ve Got A Habit Of Leaving” y “Baby Loves That Way” (1965) por un tal Davy Jones.
“TOY: BOX” incorpora un segundo CD con mezclas alternativas de todos los temas, excepto “Karma Man”, con el añadido de las dos caras B previstas a la sazón: “Liza Jane” –single de debut de Davie Jones & The King Bees en 1964, único tema no firmado por Bowie– y la rara “In The Heat Of The Morning”, grabada originalmente en 1967 junto a Tony Visconti y posterior pasto de recopilatorios. Destaca una toma cósmica de “Silly Boy Blue (Tibet Version)” con Philip Glass al piano, Moby a la guitarra y The Scorchio Quartet. Por otro lado, Slick y Plati aplicaron una idea prestada de Keith Richards en sus rutinas con los Stones que consistía en grabar una base de guitarras acústicas a medida que se iban registrando todos los temas. Se fundaban así los cimientos de un tercer disco más acústico con joyas como “Baby Loves That Way” y el violín celeste de Lisa Germano.
El artista despistado de los años 80 a quien Edwyn Collins dedicó la ácida “Judas In Blue Jeans” tuvo tiempo de redimirse varias veces gracias a su inteligencia inconformista, a esa voz única que poseía y a un imbatible repertorio. El rescatado en “TOY” se beneficia de la corporeidad de una banda perfectamente engrasada, de unos arreglos cuidados y atemporales, más cercanos al rock tradicional que a la electrónica, de un lavado de cara que prescinde del maquillaje que lastraba la fase más music hall de Bowie y de su excelente base melódica. Esto complica felizmente la elección entre sus cuatro avatares: las tomas originales, si se dispone de ellas; el “TOY” titular, más directo; el alternativo, más experimental, y el semi-desenchufado. Al final, acabas escuchándolo todo de una sentada, fascinado por la maleabilidad del arte musical y de la decisiva influencia de los paradigmas estéticos, jugando al juego de las diferencias con unas piezas sencillas pero con mucho más lustre emotivo del que se les suponía o recordaba. ∎
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