Disco destacado

David Bowie

ISO-Columbia-Sony, 2016

Rockdelux 347

(Febrero 2016)

Bajo

Suscripción

En 2013, el retorno sorpresa de David Bowie (1947-2016) activó todas las alarmas en los mentideros musicales y se desataron las alabanzas sobre el buen estado de forma del Duque Blanco. Motivos había: “The Next Day” (2013) es un álbum notable, con algunas piezas –“Where Are We Now?”, “The Stars (Are Out Tonight)”, “Love Is Lost”…– que dejaban clarito que, después de una década de sequía discográfica, al autor de “Space Oddity” todavía le quedaban bastantes reservas de neuronas creativas. Además, no nos engañemos, sus discos en la década de los noventa y la primera década del siglo XXI no estaban precisamente entre lo más granado de su extensa carrera: ni “Outside” (1995) ni “Heathen” (2002) ni muchos menos su traje hard rock como Tin Machine (1989-1991) entrarían en un hipotético canon bowieano que pretendiese fijar para la posteridad al mutante de Brixton, por lo que este regalo entregado en la fecha de su 66 cumpleaños fue un estupendo estímulo que obligó a recolocar a su autor en el mapa de los veteranos que se resistían a vivir de la respiración artificial de glorias pasadas.

Esta tardía reactivación ha llegado ahora a su segundo capítulo con un álbum que ha afianzado la idea de que ese comeback no fue algo aislado, aunque el destino ha querido que su autor falleciera a los dos días de su publicación, con 69 años recién cumplidos.

De nuevo en complicidad con Tony Visconti, saltó a los ruedos mediáticos como “el álbum jazz” de Bowie, algo totalmente inexacto, pero que funciona como estrategia de marketing: parece que la palabra jazz otorga un plus de credibilidad cultural que todavía se le niega a obras engarzadas en el universo del pop y el rock. Sí que hay músicos de la escena jazzística neoyorquina y el disco parece tener su germen en “Sue (Or In A Season Of Crime)”, que Mr. B grabó con la Maria Schneider Orchestra para insertar en el recopilatorio “Nothing Has Changed” (2014) y que aquí reaparece rehecha, pero “” únicamente se sirve de algunos elementos jazzísticos como excusa para explorar de nuevo territorios puramente bowieanos, en la misma medida que su autor hizo en tiempos pretéritos con el soul, la cold wave, el funk o el rock duro.

En la eternidad.  Foto: Jimmy King
En la eternidad. Foto: Jimmy King
El disco es corto (cuarenta minutos) y recurre a cortes ya conocidos –el citado “Sue (Or In A Season Of Crime)” y su cara B (“‘Tis A Pity She Was A Whore”), “Lazarus”, escrita para el musical basado en “El hombre que cayó a la Tierra”…–, pero todo encaja en un fascinante puzle que insufla energía y misterio al David Bowie más aventurero y menos complaciente: en el fondo de armario del Duque había prendas de sobra para renovarse, y “” es la prueba.

Los casi diez minutos del tema titular levantan un inquietante paisaje, asfixiante y sideral, entre la ciencia ficción noir y el detritus urbano, con Bowie reinando sobre un material de arenas movedizas melódicas y rítmicas no apto para radiofórmulas. En “Lazarus” –con contracciones de post-punk existencialista–, “‘Tis A Pity She Was A Whore” –buscando la inspiración en el dramaturgo John Ford (1586-1639)– y “Dollar Days” reaparece el majestuoso crooner Bowie, ese que fue capaz de dejar su huella en estándares sagrados como “Wild Is The Wind”.

Enmarcado en gran parte por el saxo en erupción de Donny McCaslin, las percusiones sinuosas de Mark Guiliana, el bajo de Tim Lefebvre y unos precisos arreglos de cuerda (el nombre de James Murphy en el listado de colaboradores es pura anécdota), “” nos devuelve a ese Bowie explorador y clásico, al arqueólogo que excava en el pasado para tantear el futuro, al delineante de mundos imposibles que él hace realidad con partituras palpitantes y versos esquivos. Y, de acuerdo, el disco no alcanza el brillo eterno de “The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars” (1972), “Heroes” (1977) o “Scary Monsters” (1980), pero es un apéndice valioso –muy valioso– al diario de un creador que a estas alturas de la historia, de su historia, todavía era capaz de exigir respeto y despertar admiración. La muerte (anticipada en los versos de “Lazarus”: “Look up here, I’m on heaven. / I’ve got scars that can’t be seen”) le ha acabado otorgando el papel de testamento: el mejor posible para uno de los hechiceros gigantes de la historia del rock. ∎

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