Álbum

Dean Blunt

BLACK METAL 2Rough Trade-Popstock!, 2021

23. 06. 2021

A estas alturas de la película, ya está meridianamente claro que Roy Nnwuchi aka Dean Blunt es un verdadero perro verde en el mundo de la música de los últimos años. Lo fue con Hype Williams (junto a Inga Copeland), uno de los grandes misterios de la electrónica oscura de la pasada década, y lo ha seguido siendo en distintas encarnaciones musicales (Babyfather), montando proyectos como la ópera “Inna” (en colaboración con Mica Levi) o filmando inquietantes vídeos para Actress (“Falling Rizlas”) y Panda Bear (“Token”).

La creatividad y productividad de Blunt parece no tener límites y su gusto por operar siempre desde las trincheras del underground lo mantiene en un estrato casi oculto, admirado por pequeñas legiones de los que no se conforman con lo más obvio. Y eso que no todo lo que produce el de Hackney entra dentro de lo que podríamos calificar como “impenetrable”.

Todavía recuerdo una de sus apariciones en directo (octubre de 2013, CCCB de Barcelona), donde Blunt chorreó una especie de trip-hop avant-garde, retorciendo el legado de la música negra con un estoicismo tan inquietante como fascinante. Eran los tiempos de “The Redeemer” (2013), el disco que (mixtapes al margen) antecedió a “BLACK METAL” (2014), uno de sus trabajos más celebrados y asequibles, un disco lleno de títulos lacónicos (“50 Cent”, “Punk”, “100” “Country”, “Heavy”…), casi una hora de ensueño dream pop entre guitarras flotantes, programaciones submarinas, samples de Big Star y The Pastels y la voz indolente de Blunt (con el puntual y magnífico contrapunto de la de Joanne Robertson).

Siete años después llega la secuela, más rácana en duración –no llega a los 24 minutos–, con guiño en la portada al “2001” (1999) de Dr. Dre y tan sobrado de ideas como en el álbum de 2014. Diez canciones entre tinieblas que pintan oscuros cuadros de desolación, ya sea entre cuerdas que lo acercan al modern classical (“VIGIL” y sus terribles fotogramas de violencia: “She will never see her son again / Nigga, where you are? / Can’t see in the dark / So nigga, where’s your gun? / Can you see what you done?”) o entre rasgueos de guitarras pulverizadas (“DASH SNOW” y su plegaria entre la soledad y la esperanza: “Don’t let me down / Baby don’t let me down / It’s gonna be alright”).

Todo en “BLACK METAL 2” desprende una niebla oscura y amenazadora, con letras a veces impenetrables, otras de un realismo sucio sangrante (“LA RAZA”: “Lie and cheat and steal / Do you know the deal? / Its time you got to kill / Do you have the steel?”) que las aportaciones vocales de Robertson acercan momentáneamente a círculos de cierta humanidad en la tela de araña de lo que se antoja una pesadilla entre la vigilia y el sueño, algo subrayado por el constante uso de guitarras repetitivas y ritmos esqueléticos.

Sería muy fácil afirmar que aquí resuena algo así como una versión deformada de Tricky, pero en modo de nihilismo extremo. Aunque sí, algo de eso hay: música que es bella y malsana, extraña y cercana, música en modo libre que levanta acta sonora de las turbadoras paranoias XXL del urbanita de hoy. ∎

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