El roce hace el cariño. Y podríamos considerar la vecindad como un tipo de roce. Vivir cerca de alguien con inquietudes y gustos similares, cruzarte con gente que te gusta o con quien puedes hablar puede llevarte a sitios interesantes. Decimos esto porque “Flying Wig” tiene que ver con una relación de vecinos: la de Devendra Banhart con Cate Le Bon. No sabemos quién llegó primero (qué más da), pero el caso es que ambos viven en el desierto californiano de Joshua Tree. Y, aunque la amistad no tiene por qué ser inevitable, en su caso surgió enseguida, de forma natural. Y ahí siguen, más cerca que nunca. Su complicidad queda perfectamente clara en este capítulo de “Curadur” donde Le Bon habla con Devendra sobre Gorky’s Zygotic Mynci, y avanza, en el inicio de la charla, que está produciendo su nuevo trabajo.
Ese nuevo álbum es, lógicamente, “Flying Wig”. Y, sí, la mano de Le Bon se nota poderosamente; hasta el punto de poder afirmar que, con su ayuda, estamos frente a un nuevo Banhart, veinte años después de que lo descubriéramos con la dupla, nunca superada, que forman “Rejoicing In The Hands” y “Niño Rojo” (ambos de 2004). El gran cambio está en la instrumentación. Hay muy pocas guitarras en este su undécimo LP. Apenas una pedal steel muy sutil en “Flying Wig” (el tema) y, otra, esta sí muy presente y punzante, en “Twin”, el corte más tenso y vigoroso del disco. En el lugar donde antes hubieran reinado las cuerdas ahora lo hacen los teclados, las baterías y –muy especialmente– los sintetizadores; en los tres casos en su versión más cálida y soft, sin estridencias, sin melodías demasiado subrayadas ni ritmos excesivamente marcados, con una atmósfera ochentera de night club medio vacío. Es un sonido y una onda muy cercana a “Pompeii”, la última obra maestra de Le Bon (del 2022), un disco que parece sencillo pero cuyo eco aún resuena más de un año después de su publicación, y con el que “Flying Wig” está estrechamente emparentado.
Remarco especialmente el vocablo “soft” porque así es como se puede definir el álbum, dentro de la categoría de “soft pop”. Pero, atención: un “soft” en su acepción sofisticada, nunca traducido como “blando” o “flojo”. En lo lírico, en cambio, Devendra hurga en lo más profundo de sí mismo, contrastando con la suntuosidad y la aparente ligereza de los arreglos y la producción. Habla de la tristeza que, asegura, siempre ha rodeado su vida, pero no se regodea en ella; al contrario, quiere “transmutar la desesperación en gratitud, las heridas en perdón y el dolor en alabanza”. Suena muy deep, y lo es: “Charger”, con sus coros celestiales, es puro Spiritualized. Y los seis minutos iniciales y serenos de “Feelings” marcan de forma evidente el tono ensoñador y terapéutico de todo el álbum. Devendra ha dicho también que es un disco para “llorar, pero vestido con el mejor de los trajes”. OK, sirve como metáfora. Pero, claro, si además puede ser con una amiga talentosa al lado que te entienda y te ayude a materializar todo lo que llevas dentro, pues mejor que mejor. ∎
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