Álbum

Dotore

Las horas clarasFoehn, 2022

24. 02. 2022

Se ha hecho esperar, pero por fin ya ha alunizado el ansiado nuevo LP de Dotore. Y es que han tenido que pasar ocho años para que se haya hecho realidad lo que, para quien escribe estas líneas, es uno de los trabajos más emocionantes que nos ha brindado el pop nacional en estos últimos tiempos.

Dicho esto, entremos ya en materia, porque esto lo merece. Y mucho. De este modo, tras dejarnos llevar por “Las horas claras” de principio a fin (por favor, aquí no vale la técnica de escucha rápida Spotify), la primera pregunta que a un servidor le viene a la mollera es saber si contará con el reconocimiento que se merece. De hecho, nos encontramos ante un clásico contemporáneo, una obra maestra que destaca sobremanera respecto a la mayoría de trabajos que salen últimamente a la luz. No es para menos con temas como “La canción de nuestro próximo verano”, en la que alcanza cotas de emoción memorables. Magnetismo de alta graduación macerado por medio de una demostración exultante de pop mayestático en el que, más allá de los parecidos con el Panda Bear de “Person Pitch” (2007), prosigue la vía luminosa de “Variaciones” (2014), el magnético tercer álbum de Pablo Martínez Sanromá, el rostro tras Dotore.

Más allá de continuar la línea de acción marcada en su anterior trabajo, “Las horas claras” se distingue por aumentar el nivel de intensidad abstracta. Y lo hace desde la metodología empleada para trabajar con las canciones, estructuradas en torno a loops de palmas y voces sampleadas a través de su procesado en un teclado MIDI.

Mediante esta fórmula, Dotore ha dado con la pureza de un sonido esencial, vibrante en su radiante dimensión vitalista, a lomos de una hilera de canciones que captan supernovas de luz talladas desde la melancolía de nuestro subconsciente. A partir de este punto de partida, se abren haces de vibración ensoñadora. Recuerdos de verano rescatados de los confines de nuestra memoria arraigada en las primeras veces que marcan nuestras existencias. Meteoritos en loop que, como en “Todo el mundo debería hacer su propia música”, empatizan desde la exposición personal de un trayecto en el que nos transporta a los años en los que felicidad era sinónimo de inocencia.

En las carreteras secundarias de esta autopista central, también nos encontramos con peajes marcados por una ruta de viajes cocinados desde un prisma necesariamente minimal. Como una fotografía donde los efectos son colores diáfanos y deslumbrantes. Sinestesia al cubo que Dotore ha condensado a lo largo de una docena de razones para seguir creyendo en los poderes terapéuticos del pop. Un LP que, como lo fue en su momento el de Family o el postrero de Le Mans, ha surgido para formar parte del botiquín de primeros auxilios en nuestros días más azules. Vitamina concentrada con la que se corona uno de los autores más clarividentes de nuestra era. Ahora, solo nos queda rezar por no tener que esperar otros ocho años por un nuevo milagro como el que se esconde entre los surcos de este hechizo circular. ∎

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