Sin renunciar a las formas pop, Alfaro empieza indagando en la tragedia de Kurt Gerron, el artista que interpretó el papel de gerente del cabaret en la película “El ángel azul” (Josef von Sternberg, 1930): en
“La hora de los verdugos”, se pone en la piel del desdichado actor y director judío que en 1944 fue obligado a filmar un documental que presentaba el campo de concentración de Terezin como una Arcadia feliz. La Cruz Roja y los aliados lo dieron por bueno. Poco después, Gerron murió en Auschwitz. Acto seguido, en
“Queda expulsado de la especie humana” (donde a mí me sobra el coro de réquiem final), Alfaro se lanza, con la misma fatal determinación que el húngaro Imre Kertész y el norteamericano Art Spiegelman, sobre las infamias del tiempo del lobo, cuando Mengele era
“doctor horroris causa”, pero también cuando la banalización del mal no distinguía entre arios y judíos y un trozo de pan, un día más de vida, podía mover la mano que abría la cámara de gas. El horror, como el amor, lo llevamos dentro, pegado al estómago.
Es como si Alfaro conociera la verdadera naturaleza del juego del diablo stoniano. Por eso, en un irrefutable despliegue de pesadumbre existencialista, clava sus ojos en el hombre. El diablo y los monstruos no existen; los imaginaron los mismos que inventaron a Dios para escurrir el bulto, los mismos que siguen utilizándolo para bendecir naciones y promover guerras santas. Como dice Alfaro en
“Derringer derrengado”:
“Somos dueños de nuestros actos, sí, pero esclavos de sus consecuencias”. A partir de ahí, hablamos.∎