Álbum

Germán Salto

Germán SaltoGran Salto Adelante, 2022

12. 05. 2022

La década de los 70 del siglo pasado (y esta vez también la de los 60) no es para Germán Salto una roca inmanente, algo a lo que agarrarse de forma inmovilista. Obviamente, su punto de mira está ahí, y no lo oculta. Nunca lo ha hecho. Tampoco en sus dos anteriores largos, el homónimo Salto” (2015) y Far From The Echoes” (2017). Pero es este en el que con más claridad se aprecia que la distancia entre el artesano y el artista es más estrecha. El primero es un orfebre, mientras que el segundo da lustre a su alta bisutería con destellos de una genialidad singular. Así que no es de extrañar que, en el primer disco que publica a su nombre completo (y ya no solo como Salto) y con su rostro luciendo en portada, Germán Salto no solo certifique lo primero, sino que también pueda brindar algo de lo segundo.

No son pocos aquí los momentos en los que sortea el revivalismo aplicado, la trampa de la atemporalidad reservona que se refugia en el ejercicio de estilo, para indicarnos que todo en este exquisito y sobresaliente disco es más complejo de lo que parece a primera vista y goza de un perfil muy propio.

Si “Solo el tiempo” nos recuerda a Crosby, Stills & Nash (primero) y a Tom Petty (después), ahí están esos impulsivos arreglos de cuerda que por momentos remiten más al sonido Filadelfia que a la americana o al power pop. Si “Nada que hacer” retrotrae a los 60 hispanos, con un ojo puesto en el sonido Costa Fleming (o guiñando de paso a Francisco Nixon), aunque cite los 80 de Tierno Galván (y samplee su célebre invitación a “colocarse y al loro”), ahí está esa ensortijada maraña de guitarras eléctricas para abrocharla como los Wilco más agrestes, limando cualquier exceso de melaza. Si “Solo el tiempo II” coquetea con repetir las claves de su primera parte, brota en su ecuador una alambicada progresión que no parecía figurar en un primer guion.

Si “Ciudad de invierno” amenaza con caer en lo excesivamente almibarado, ahí crece su estructura abigarrada para probar que aquí se huye del formulismo: por algo sus músicos la llaman “Ciudad infierno”, por su dificultad, tal y como recoge la nota de prensa en su track by track. Es este, por cierto, uno de los cortes en los que se aprecia la marca confesa de Burt Bacharach, que tampoco es tan predominante como parecía a tenor de “No”, su primoroso avance. No se trata de un disco conceptual, pese a abrirse y cerrarse con dos valses (“Vals inicial” y “Vals final”), ni tampoco un trabajo de una sola inspiración troncal. Ni muchísimo menos. La psicodélica “Cuando no tenías sed”, por ejemplo, podría ser un extraño descarte de Traffic (si le hubieran dado al castellano, claro) o una de las gemas de los primeros Lori Meyers.

Delicado, detallista, entreverado y repleto de arreglos exquisitos y armonías vocales de órdago, y con las colaboraciones inestimables de Santi Campos (letrista en tres cortes: su entrega de 2019, “La alegría”, merece mil y un rescates), Willie Planas (textos, teclados y violonchelo), Nina de Juan y Paco López (voz y guitarra de Morgan), la producción de Íñigo Bregel y la ingeniería de sonido a cargo de Ramiro Nieto, Germán Salto” apunta a techo de su autor (por ahora) y se erige en disco de muchísimos quilates. Y único por aquí en su especie. ∎

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