Ornamento y Delito emergieron al final de la primera década de siglo con una propuesta leída y epatante en las letras –¿alguien más ha escrito una canción sobre la trifulca carlista en Montejurra?– y algo más clásica en las formas, con un rock afilado con querencia post-punk. Tras acariciar cierto éxito en el sector, con actuación en el Primavera Sound de 2011 incluida, les pasó como a otras bandas que por su marcada personalidad se quedan en terreno de nadie. Su líder, Garikoitz Gamarra –ahí tienen la GG los amantes de los acrónimos–, es un tipo que aprovecha bien el tiempo, ya que compatibilizó dicho período con su presencia en Mecánica Divina, facturando música electrónica de la facción industrial con recitados de poetas de culto. Ya en solitario, publicó un álbum homónimo en 2021 y “Mocematic” (2022), con versiones de sus paisanos Mocedades en clave synthpop.
La idea para su nuevo trabajo era desnudar su música para que resaltasen sus brillantes textos, eliminando para ello la sección rítmica, centrándose en un sonido acústico con guitarras, violonchelo y puntuales teclados y flauta. Aunque se grabó en Estudios Brazil en Madrid, fue producido en Asturias bajo los mandos de Pablo Und Destruktion, artista cercano en espíritu al vizcaíno.
Es inevitable pensar en otro astur, Nacho Vegas, en la ranchera que abre el disco, “Mirando atrás sin ira”, con un estribillo similar a los del bardo, con hermosos coros de Rosario Delgado, y una letra-declaración en la que hace borrón y cuenta nueva y brinda por aquello que merece la pena en la vida, incluso por la prensa musical; hasta ahí llega su magnanimidad.
En el tema titular –en el que brilla especialmente la guitarra eléctrica de José Ramón Areces y que está dedicado a su primer hijo con consejos de la vida– muestra la diferencia de esta nueva etapa con la anterior, el final de esa ironía que en su banda se alternaba con observaciones directas generando esa incomodidad en algunos de no saber cuándo estaba en modo “ON”. La misma línea vitalista sigue la pausada “El río”.
No todo es buen ánimo y optimismo, ya que Gari conserva su colmillo, que saca para referirse a varios aspectos de nuestro moderno presente. En “La Orconera”, con un tono de blues fantasmagórico a lo Charlie Feathers, se da una vuelta por una abandonada mina de la margen izquierda vizcaína y se acuerda de tanto esfuerzo y empleo perdido. Un hermoso estribillo contrasta con la fealdad de los espacios y hábitos que nos ha dejado el neoliberalismo campante en “Triste feedback”. Muy emotiva su desilusionada mirada al pulcro e internacional Bilbao pos-Guggenheim, en la que paradójicamente recuerda en algún deje al difunto maestro donostiarra Rafael Berrio.
“Una vida normal” suena a dulce nana no sin cierta ironía –la cabra tira al monte, para qué negarlo–, ya que retrata el absurdo de eso que todo el mundo acepta como establecido en nuestra sociedad. Remata el álbum con un relato costumbrista sobre un peculiar paisano de su pueblo de vacaciones infantiles, “Jorobadito”, con una bonita melodía y un cariño que se nota en cada segundo del LP.
Si alguien ha seguido a GG Quintanilla en alguna de sus anteriores aventuras y le perdió la pista, este es un buen enganche para retomar. Y si nunca ha oído hablar de él, es una buena oportunidad de conocer a un singular y cultivado artista que le da tanta importancia a sus letras como a su música. No abundan los ejemplos. ∎
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