Tras escuchar estas catorce canciones, a un servidor le queda la duda de hasta qué punto estamos ante un disco de productor o de autor. O más bien, de productor que convierte en oro todo lo que toca o de autor relevante. O de ambas cosas a la vez. Que también podría ser. Es el primer álbum con la firma de Álvaro Lafuente, el joven (24 primaveras) de Benicàssim que se dio a conocer hace tres años como fenómeno viral tras convertir su cuenta de Instagram en un muestrario de versiones (aparentemente) improvisadas y canciones propias, y no suena a lo que sonaba su producción anterior. Aunque la textura de su voz, su peculiar dicción y su guitarra acústica sí sean las mismas que cuando hacía un dueto junto a Natalia Lacunza.

La duda es razonable. Creo que está justificada. Y parte de un hecho incontrovertible: la desbordante capacidad de Raül Refree para reconvertir (con éxito) propuestas absolutamente dispares entre sí. Lo único que Guitarricadelafuente tiene en común con Rodrigo Cuevas, Lina o Sílvia Pérez Cruz –cuando pasaron por manos del productor catalán– es cierta búsqueda de unas raíces tradicionales que se ponen al día. Lo único que le puede unir a Rosalía, además de (también) eso, es que ambos fueron rechazados por el casting de un talent show televisivo. Bueno, en el caso de Lafuente fueron dos, nada menos. Es la inopia de los cazatalentos mediáticos, incapaces (por lo general) de anticiparse a cualquier corrimiento de tierras que arañe lo popular.

El caso es que el resultado es el que es. Y no importa tanto dilucidar qué porcentaje cabe atribuir a cada cual, o en qué medida es este un trabajo que redunda en ese emborronamiento de la personalidad que favorece la más reciente tecnología, como constatar que “La cantera” disipa los vapores de fenómeno de generación Z que envolvían a Guitarricadelafuente (el Arenal Sound fue de los primeros festivales masivos en confiarle lugar de honor hace casi tres años: todo un síntoma) para darle una pátina de presunta respetabilidad adulta. Y recalcamos lo de “presunta”, porque el mismo respeto nos merecen Lola Índigo que Einstürzende Neubaten. Pero nos entendemos, ¿no?

Hay incluso una excelente coartada como trasfondo, y es la reivindicación de la España vaciada desde la mirada de un joven: “El mochuelo”, interludio de 47 segundos, recrea aquel texto de Miguel Delibes que nos hablaba de que “seguramente en la ciudad se pierde mucho el tiempo, y habrá quién no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón”, incluida en su novela “El camino” (1950). Incluso “Vidalita del mar” está inspirada en “Me gustaría darte el mar”, del malogrado Joaquín Carbonell (1947-2020), otro maño ilustre: sirva resaltar que Álvaro Lafuente procede de una familia de Las Cuevas de Cañart (Teruel). Y que su bisabuelo fue jotero, como trasluce “La filipina”.

Se preserva aquí el singular aliento telúrico de sus melodías y de su forma de cantar, pero Refree le saca punta a todas sus aristas y con eso también le rebaja el almíbar. Y es así como las interferencias electrónicas, los ritmos quebrados, las percusiones secas y las voces desfiguradas asaetan “Mil y una noches” o “A carta cabal” hasta acercarlas a Bon Iver o a los Coldplay aún inquietos de “Everyday Life” (2019), del mismo modo que “Antes de que quieras olvidar” combina la ternura de Sufjan Stevens con el folk latinoamericano, “Flor de caramelo” remite a Devendra Banhart o unos graves sísmicos sacuden “Ya mi mamá me decía” hasta hacer que sus palmas rumberas no parezcan ejercicio de estilo. Son coordenadas que hasta hace nada parecían impensables en alguien que apenas partía de referentes como Antonio Vega, Enrique Urquijo, Chabuca Granda o Mercedes Sosa, y que con este trabajo da un paso de gigante –no por los nombres, sino por el resultado– que invita a seguirle la pista en un futuro. ∎