“Bromas privadas en lugares públicos” se publicó el 28 de febrero de 2013: técnicamente, su reedición tiene lugar en su undécimo aniversario. Por redondear, podría (y puede) ajustarse a la década, pero en ese año de diferencia se refleja inevitablemente la mella temporal de todas aquellas formaciones que alguien alguna vez llamó emergentes y cuyo propósito, quizá, nunca fue emerger: ya no existe la urgencia inicial, el frenetismo que da pie al caos, el miedo a perder la ilusión por el proyecto, o la frustración por si algo se demora. Por no existir, ni siquiera existe Hazte Lapón (un 11 de enero de 2020 dieron su último concierto): “Hazte Lapón es una gorgona decapitada. Esta muerta y nadie la va a resucitar, lo que no impide que sus pequeñas serpientes (esas canciones que siguen sonando aquí y allá) sigan vivitas y coleando”, escribían al año siguiente. Así, no es que hayan resucitado su primer LP, sino que los fantasmas son ellos, y la reedición es una cacofonía desde el más allá.
Probablemente, la banda no hubiera reeditado el debut de no ser por la grata sorpresa que se llevaron al descubrir el dinero que habían recaudado estos años a través de las reproducciones digitales. Así, “Bromas privadas en lugares públicos” reaparece a través de un cambio en diversas perspectivas: la del tiempo, la del dinero y la de la pretensión. No es el disco más coreado de los malagueños (“No son tu marido” llegaría dos años más tarde), pero en él ya se aprecian los rasgos estilísticos que, bajo el velo de la juventud, darían forma al sonido de Hazte Lapón a posteriori, como sus melodías a media asta o su narración casi científica (a nadie más le queda bien colar la palabra “perfundir” en un verso). Así, echar la vista atrás suele dar dos resultados: odiar la composición u odiar el sonido (en muchas casos, suceden las dos). Indudablemente, el debut de Hazte Lapón suena precario, como si a propósito estuviera recubierto de una capa de polvo puesta para ser quitada una década después; sin embargo, bajo ese manto brumoso tenían la materia prima (y ellos lo sabían).
Cristian Pallejà y Ferran Resines han rescatado las pistas, las han limpiado y han cambiado su enfoque. A todo ello se ha sumado Raúl Querido, productor original a través de su home studio Alcachofa Azul. Lo más probable es que alguien hubiese hablado de bedroompoperismo si los malagueños hubiesen desarrollado su carrera un lustro más tarde, o lo que es lo mismo: con su reedición, Hazte Lapón han dado un golpe en la mesa demostrando que aquellas cualidades sonoras que definen un género son, en la mayoría de las ocasiones, fruto de la necesidad más que de la decisión premeditada.
Así, tras su paso por restauración, se vislumbran más las influencias primigenias de la banda: los punteos guitarrísticos similares a The Smiths son más tangibles en “Carne tártara”, se aprecia en mayor medida esa colocación vocal de Lolo tan cercana a “Creo que te voy a dejar (Bueno no sé)” de El Niño Gusano y, en general, plasma un sonido más noise pop y menos shoegaze. Sin ese halo de bruma, incluso, parece menos esnob cualquier referencia hacia el psicoanálisis, a cuyo padre está dedicado el trabajo (aunque en esta crítica no se menciona el esnobismo como una cualidad negativa): el capital cultural de la formación ya no está infundido bajo un halo misterioso, sino que simplemente parten de un marco teórico concreto aunque complejo.
Cuatro años más tarde de su separación definitiva, el dúo integrado por Manuel González Molinier y Saray Botella no vuelve al punto de partida pero sí viaja al pasado, reconciliándose así con su versión más prematura. ∎
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